La cultura del Antiguo Egipto destaca por su profunda conexión con las estrellas y los fenómenos celestes, plasmados en su arte, arquitectura y religión. Entre las imágenes y símbolos más fascinantes que nos dejó esta civilización, la representación de la Vía Láctea en ataúdes y tumbas captura la atención tanto de arqueólogos como de astrónomos modernos, pues revela una visión compleja y simbólica del cosmos. Recientes investigaciones han reforzado la idea de que la diosa Nut, figura central en la cosmovisión egipcia, estaba estrechamente ligada a la Vía Láctea, considerándola no sólo un fenómeno astronómico sino una expresión divina y protectora del cielo sobre la Tierra. La diosa Nut, conocida por su imagen arqueada cubriendo el firmamento, ha sido tradicionalmente entendida como la personificación del cielo nocturno. Ella abraza a la Tierra y protege a los muertos, guiándolos en su viaje hacia la otra vida.
Lo que un estudio reciente ha aportado es la identificación de una curiosa línea ondulante que aparece en algunas representaciones de Nut en ataúdes y paredes de tumbas, la cual se relaciona con la Gran Rift de la Vía Láctea. Esta fractura oscura y visible en cielos limpios es una franja de polvo interestelar que divide visualmente la galaxia y que para los antiguos egipcios tendría un significado simbólico poderoso. Estas representaciones no son meras decoraciones artísticas. Sobre el ataúd exterior de Nesitaudjatakhet, una cantante de rituales religiosos, se observa a Nut acostada con su cuerpo repleto de estrellas, cruzada por una banda negra ondulante. Esta línea recuerda claramente la Gran Rift y su presencia sugiere que los antiguos egipcios tenían un conocimiento detallado del cielo nocturno, integrándolo en su mitología y rituales funerarios.
En el interior de las tumbas del Valle de los Reyes, por ejemplo en la de Ramsés VI, se pueden ver imágenes dobles de Nut, separadas por líneas doradas ondulantes muy similares a las detectadas en otros lugares. Desde una perspectiva astronómica, esta conexión visual y simbólica demuestra la capacidad de los egipcios para observar patrones celestes y reflejarlos en su arte, no simplemente como un sistema estético sino con una función protectora y espiritual. La Vía Láctea, en este sentido, era mucho más que un río de luz en el cielo: representaba una ruta sagrada, una manifestación tangible del poder divino que Nut encarnaba. Además, la presencia de Geb, la deidad de la Tierra, debajo de Nut enfatiza la relación entre el cielo y la tierra, la dualidad e interdependencia en la cosmología egipcia. El simbolismo de la Vía Láctea en estos contextos funerarios va de la mano con la importancia que los egipcios daban al tránsito hacia el más allá.
Nut, como protectora celestial, aseguraba que el alma del difunto navegara de manera segura en su viaje a través del cielo nocturno, ayudada por la guía estelar proporcionada por las galaxias y constelaciones. En este panorama, la Vía Láctea podría ser vista como una especie de camino estelar o vía sagrada que unía el mundo terrenal y la eternidad. Importantes egiptólogos han coincidido con la interpretación de que Nut y la Vía Láctea están intrínsecamente vinculadas. El aporte de astrónomos al estudio de estas pinturas no sólo valida estas ideas sino que aporta un enfoque nuevo, más preciso e interdisciplinar. La mirada científica ayuda a entender no solo qué representaban estas imágenes sino cómo los egipcios pudieron observarlas y qué elementos específicos del cielo estaban destacando bajo su propia óptica cultural y religiosa.
Así, el legado artístico egipcio nos muestra un cosmos vivo y dinámico, fusionando astronomía con mitología, y colocando la Vía Láctea como un símbolo crucial en sus creencias. Las ondulaciones y las estrellas en los ataúdes no representan sólo adornos sino un lenguaje visual cuya lectura es vital para comprender la visión del mundo y del más allá que tuvieron hace milenios. Por otra parte, el hecho de que estas representaciones hayan perdurado por más de cinco mil años subraya la importancia que tuvo la astronomía para los egipcios y cómo la cosmovisión antigua, basada en la observación del cielo, fue transmitida a través del arte y la religión. La Vía Láctea es así un puente entre la ciencia y la espiritualidad de una civilización que aún hoy despierta admiración y fascinación. En resumen, el hallazgo de que la Vía Láctea fue pintada en ataúdes y paredes de tumbas de la antigüedad egipcia, y vinculada estrechamente con la diosa Nut, nos abre una ventana al conocimiento astronómico y la cosmovisión religiosa de esa época.
Revela cómo el cielo nocturno no solo inspiró mitos, sino que se convirtió en una herramienta de protección y guía para el alma, reflejando un entendimiento profundo del universo y su relación con la vida y la muerte. Esta magnífica conexión entre fenómenos cósmicos y espiritualidad continúa iluminando estudios, fomentando la unión entre ciencia, historia y arqueología para desvelar los secretos de una de las civilizaciones más enigmáticas de la humanidad.