La libertad de expresión y el arte como forma de protesta tienen un valor incalculable, especialmente en contextos donde la censura y la represión gubernamental son la norma. En la China contemporánea, estas condiciones se han agudizado y han convertido a muchos disidentes y creadores en blanco de persecuciones y censura sistemática. Uno de los casos más emblemáticos es el del artista chino conocido como Badiucao, cuyo trabajo y vida ofrecen una ventana incisiva sobre la realidad política en su país natal, así como sobre las complejidades de vivir bajo un régimen autoritario. Nacido en Shanghái, una ciudad cosmopolita y moderna, Badiucao vivió de cerca las contradicciones de crecer en un entorno marcado por un desarrollo económico impresionante, pero también por un férreo control político y social. Desde niño fue sometido a una educación imbuida en los valores oficialistas del Partido Comunista, donde la propaganda y la veneración a las figuras del gobierno eran obligatorias, llegando al extremo de prohibir expresiones simples como sonreír en momentos oficiales como la muerte de Deng Xiaoping en 1997.
A medida que crecía, comenzó a comprender la manipulación que estaba detrás de esas prácticas y cómo el régimen moldeaba la percepción pública para mantener su control. Esta conciencia inicial despertó en él la necesidad de cuestionar y desafiar el sistema a través de su arte. Sin embargo, dada la naturaleza represiva del gobierno chino, Badiucao entendió que su lucha por la libertad de expresión tendría un costo alto. Su familia también fue víctima de las represalias por su activismo, especialmente después de que su identidad fue revelada en 2019, lo que llevó a la policía a interactuar directamente con sus seres queridos en Shanghái. Debido a estas circunstancias, Badiucao decidió abandonar China y establecerse en Australia, donde pudo desarrollar su trabajo sin censura ni amenazas inmediatas.
Su exilio, sin embargo, no significó un alejamiento de su compromiso con su país. Por el contrario, utilizó su posición como artista anónimo para criticar abiertamente la censura, la persecución de disidentes, la manipulación mediática y otros abusos cometidos por el régimen chino. Su primera obra significativa fue una respuesta a un accidente trágico ocurrido en 2011, cuando dos trenes de alta velocidad chocaron en Wenzhou. El gobierno intentó encubrir la magnitud del desastre para proteger su imagen, dado que exportaba esta tecnología a Occidente. Badiucao creó un cartel político que denunciaba la falta de transparencia, el encubrimiento y el desprecio por la vida humana que caracterizaban ese episodio, marcando el inicio de una carrera orientada a la defensa de los derechos humanos y la crítica política.
A lo largo de más de una década, Badiucao no solo ha enfrentado las amenazas directas del gobierno chino, incluida la cancelación de sus exposiciones impulsada por campañas de presión desde las embajadas chinas en Europa, sino que también ha ampliado su enfoque hacia temas globales interrelacionados. Por ejemplo, su exposición "MADe IN CHINA" combina críticas al manejo gubernamental de la pandemia de COVID-19, incluyendo la detención de médicos que intentaron alertar sobre el virus, con denuncias a la tortura y abusos en las prisiones chinas. Además, incorpora un poderoso mensaje sobre el apoyo encubierto de China a la guerra de agresión que Rusia mantiene contra Ucrania. Este último tema ha sido un punto clave en la obra de Badiucao, quien expresa abiertamente su vergüenza por el respaldo financiero y propagandístico que Pekín brinda a Moscú. Sus piezas que mezclan de manera simbólica los rostros de Xi Jinping y Vladimir Putin revelan una alianza peligrosa y asimétrica que, según él, contribuye al sufrimiento y la destrucción en Ucrania.
Parte de la recaudación de ventas de sus NFTs se destina directamente a ayudar a las víctimas ucranianas, mostrando cómo el arte puede trascender el activismo y convertirse en un mecanismo real de apoyo humanitario. A pesar de estar fuera del alcance inmediato de la censura china, Badiucao no pierde contacto con su público en China. Para él, la censura es como una pared de piedra impenetrable, pero su arte es como el agua que encuentra grietas para filtrarse. Las redes privadas virtuales (VPN) y la solidaridad de ciudadanos que anhelan la libertad permiten que sus obras circulen clandestinamente dentro del país, inspirando a quienes aspiran a un cambio. Sin embargo, el artista reconoce que el ambiente de control dificulta conocer con precisión cuántos realmente comparten sus ideas y por qué muchos deciden no abandonar China a pesar de la opresión.
Volver a Shanghái es una idea que Badiucao contempla con esperanza y precaución. Sabe que regresar implicaría la cárcel inmediata, pero mantiene su sueño de un futuro en que China se transforme en una democracia donde pueda vivir libremente y continuar con su trabajo sin miedo a represalias. El caso de Badiucao pone en evidencia las tensiones y contradicciones que definen la China actual. Por un lado, un crecimiento económico notable que impulsa el desarrollo urbano y tecnológico; por otro, una constante negación de derechos básicos como la libertad de expresión, la información y la protesta. Su arte sirve como un testimonio valiente que denuncia la manipulación política, la ausencia de justicia y la represión sistemática, generando un impacto más allá de las fronteras de su país.