La muerte de la clase liberal es un fenómeno que ha marcado profundamente el rumbo de la sociedad americana y, en consecuencia, ha tenido repercusiones en la política mundial. Este proceso no comenzó con el auge de figuras políticas como Donald Trump, sino que es el resultado de un desgaste y descomposición a largo plazo de los pilares que sostenían un sistema democrático basado en la transparencia, la justicia social y el equilibrio en el poder. Para comprender esta decadencia, es indispensable analizar el papel histórico y social que jugaba la clase liberal. Tradicionalmente, la clase liberal ha sido responsable de equilibrar los extremos de la política, promoviendo reformas incrementales y protegiendo los derechos civiles y sociales dentro de un capitalismo democrático. Además, ha sido la encargada de garantizar que la cultura, la educación y los medios de comunicación mantuvieran un nivel crítico y responsable, indispensable para la salud de la democracia.
Sin embargo, en las últimas décadas, esta clase ha sufrido una erosión que se ha traducido en una crisis profunda. Los medios de comunicación, antaño guardianes del periodismo riguroso y la verdad, han sido progresivamente corporativizados, subordinando la información a intereses políticos y económicos. Como resultado, la prensa ha privilegiado el acceso a las élites y amplificado narrativas favorables a quienes detentan el poder económico en lugar de proteger el derecho a la información veraz y plural. Este fenómeno se extiende también a la academia, otro baluarte fundamental del pensamiento crítico y la generación de conocimiento que cuestione el status quo. Hoy en día, las universidades, más que centros de estudio autónomos, funcionan como corporaciones donde los altos cargos están ocupados por profesionales con perfiles administrativos, más enfocados en la optimización financiera que en el ejercicio intelectual.
La precarización laboral afecta a un número creciente de docentes, quienes sin seguridad ni condiciones dignas se ven impedidos de abordar temas polémicos o confrontar las estructuras de poder vigente, bajo el riesgo de perder sus empleos. La consecuencia de este debilitamiento de la clase liberal se refleja en el vaciamiento del espacio político moderado y en la emergencia de movimientos autoritarios y populistas que atraen el descontento popular con promesas fantásticas, aunque poco realistas. Estas corrientes se nutren de una crítica válida hacia las fallas del liberalismo, que ha dejado de intervenir eficazmente en la mitigación de las desigualdades y abusos del neoliberalismo, pero que al mismo tiempo manipulan esta insatisfacción para instaurar regímenes que minan aún más las libertades fundamentales. El neoliberalismo, impuesto como paradigma económico y social, fue vendido por ambas fuerzas políticas tradicionales con la promesa de mayor prosperidad, pero se tradujo en deindustrialización, austeridad y una concentración extrema de la riqueza en manos de corporaciones y magnates. Esto generó un despojo sistemático de la clase trabajadora, marginada y excluida de la posibilidad de participar plenamente en el desarrollo económico y político.
La desregulación, la erosión de los derechos laborales y la supresión de los mecanismos de organización social han contribuido a la deslegitimación de la clase política tradicional y el debilitamiento de cualquier fuerza liberal comprometida. En paralelo, la cultura y el arte han sufrido un proceso de desintegración. El apoyo público y privado a las expresiones artísticas se ha reducido radicalmente, lo que ha despojado a estas manifestaciones de su función crítica y su potencial transformador. La cultura masiva, dependiente de la industria del entretenimiento y la publicidad, se ha convertido en un vehículo para la distracción y la evasión, promoviendo valores consumistas, la idolatría a celebridades y un patriotismo ciego, en lugar de fortalecer una conciencia crítica y empática. El crecimiento de movimientos fascistas o autoritarios, en este contexto, encuentra un terreno fértil donde germinar.
Al debilitarse los frenos tradicionales —como una prensa libre, una academia independiente y una clase política responsable—, surgen líderes carismáticos que ofrecen soluciones inmediatas y simplistas a problemas complejos, basados en la polarización, la violencia simbólica y la manipulación de hechos. Este fenómeno no solo afecta a Estados Unidos, sino que tiene implicaciones para la democracia global. Uno de los riesgos fundamentales de este proceso es la transición de lo que algunos expertos han denominado «totalitarismo invertido» hacia una forma más abierta y brutal de dictadura empresarial. En esta etapa, las instituciones formales de la democracia permanecen, pero están completamente controladas por intereses corporativos y financieros, sustituyendo el debate público por la imposición de la voluntad de unos pocos. Esta concentración del poder fomenta la desigualdad, la injusticia y la exclusión social a niveles sin precedentes.
El ascenso de figuras políticas que socavan las estructuras democráticas y promueven una cultura del miedo y la obediencia totalitaria es la consecuencia lógica de la decadencia de la clase liberal. Mediante el control y censura de la prensa, la manipulación de la información y el fortalecimiento de las fuerzas de seguridad, se busca extinguir cualquier forma de disenso o resistencia, dirigidos a perpetuar un modelo de dominación basado en la sumisión y la desinformación. El deterioro de la educación, despojada de recursos y transformada en un negocio, limita también la formación de ciudadanos críticos y comprometidos. El debilitamiento de los valores cívicos y democráticos entre los jóvenes deja un vacío que es rápidamente llenado por ideologías autoritarias, promesas nacionalistas y discursos simplistas que apelan a emociones básicas en lugar de a la razón y la solidaridad. En este escenario, la responsabilidad histórica recae sobre los intelectuales, artistas y líderes que aún mantienen un compromiso auténtico con la verdad y la justicia.
A pesar de la marginalización y el silenciamiento, es esencial que estos «quemados por el fuego de la realidad» continúen iluminando la oscuridad y señalando las fallas del sistema. Solo a través de una reconstrucción profunda de los espacios críticos, la defensa de las libertades y la organización popular será posible frenar la deriva autoritaria y recuperar la dignidad de la clase liberal. La muerte de la clase liberal, por lo tanto, no debe ser vista como un hecho inamovible, sino como una llamada urgente a la acción y a la reflexión. La revitalización del pensamiento crítico, la prensa libre, la academia independiente y una cultura comprometida pueden ser las bases para restablecer el equilibrio perdido. La democracia exige voces valientes que no teman mirar la realidad con honestidad, denunciar la corrupción y proponer alternativas que incluyan a los sectores excluidos.
Aunque el presente panorama parece sombrío, la historia muestra que los sistemas autoritarios son frágiles cuando se enfrentan a la resistencia organizada y la verdad. La defensa de un sistema democrático vigoroso e inclusivo depende en gran medida de la recuperación de la clase liberal, no solo como un actor político, sino como un motor cultural y social capaz de unir y orientar hacia un futuro más justo y equitativo. En definitiva, la muerte de la clase liberal implica la pérdida de un conjunto de valores, estructuras y prácticas políticas que servían como barrera frente al autoritarismo y la desigualdad extrema. La reconstrucción de esa clase pasa necesariamente por revalorizar el papel de los intelectuales, periodistas, educadores y artistas comprometidos con el bien común, enfrentando al poder corporativo y político que, desde hace tiempo, corroe las bases mismas de una sociedad abierta. Solo así se podrá evitar que la representación política se reduzca a una lucha por el espectáculo y la manipulación, y que la cultura se transforme en un medio de control y alienación.
La clase liberal, que fue durante mucho tiempo el corazón crítico de la democracia estadounidense, puede renacer a partir de la conciencia colectiva y la voluntad de quienes ven en la libertad, la igualdad y la justicia no solo ideales, sino la base para una convivencia humana y digna.