En el panorama económico global actual, la influencia de las políticas financieras de Estados Unidos trasciende ampliamente el ámbito comercial y afecta directamente a la soberanía económica de otras regiones, especialmente de la Unión Europea. Giancarlo Giorgetti, ministro de Economía de Italia, ha expresado recientemente en un evento de gestión de activos en Milán que la política estadounidense respecto a las stablecoins supone una amenaza mucho más considerable para Europa que los propios aranceles comerciales impuestos por Washington. Las stablecoins, criptomonedas cuyo valor está vinculado a una moneda fiduciaria estable como el dólar estadounidense, se han convertido en instrumentos esenciales para facilitar transacciones internacionales y operaciones dentro del ecosistema cripto y más allá. Su utilización ha dejado de estar limitada únicamente al comercio de criptomonedas, ampliándose hacia operaciones transfronterizas, pagos cotidianos y servicios financieros alternativos a los sistemas bancarios tradicionales. El ministro Giorgetti subraya el peligro que representa la hegemonía de las stablecoins atadas al dólar, ya que incrementan la dependencia de los ciudadanos y empresas europeas de activos financieros controlados indirectamente desde Estados Unidos.
Según sus declaraciones, las stablecoins permiten a los usuarios, incluso sin acceso a cuentas bancarias en Estados Unidos, invertir en instrumentos considerados de bajo riesgo, lo que podría erosionar paulatinamente la independencia monetaria europea. Este fenómeno no solo expone la fragilidad del sistema financiero europeo respecto a las influencias externas sino que también refleja una fragmentación en la infraestructura de pagos dentro del continente. Actualmente, la Unión Europea carece de una solución unificada y eficiente que garantice que las transacciones financieras se mantengan bajo control institucional europeo, facilitando al mismo tiempo la usabilidad diaria para sus ciudadanos. La ausencia de una moneda digital europea integrada y accesible genera una brecha que es ocupada por soluciones extranjeras, principalmente las basadas en stablecoins respaldadas por el dólar. En respuesta a esta problemática, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo (BCE) han elaborado el proyecto de la euro digital, que busca implementar una forma digital de la moneda comunitaria con el objetivo de fortalecer el sistema financiero y amortiguar la dependencia de tecnologías externas.
Este proyecto permitiría a los residentes de la Eurozona tener cuentas directas con el BCE, hacer pagos en línea, operaciones en tiendas y transferencias entre pares, brindando una solución económica, segura y respaldada por la autoridad monetaria europea. Sin embargo, el camino hacia la implementación de la euro digital no está exento de desafíos. Algunos bancos tradicionales expresan preocupación ante el posible traslado de depósitos hacia monederos digitales controlados por el BCE, lo que podría desestabilizar el sector bancario y afectar la liquidez y el financiamiento en la economía real. Estas inquietudes reflejan la complejidad de integrar innovaciones financieras disruptivas preservando la estabilidad del sistema actual. Por otro lado, la discusión sobre la política estadounidense en stablecoins se enmarca en un escenario económico global en constante tensión.
La administración de Donald Trump ha reformulado estrategias para aflojar las regulaciones criptográficas establecidas en el periodo de Joe Biden, buscando una mayor flexibilidad que favorezca el sector financiero nacional. En contraste, Europa, con regulaciones estrictas como el Reglamento sobre Mercados de Criptoactivos (MiCA), enfrenta dilemas para mantener un equilibrio adecuado entre innovación, protección del consumidor y soberanía monetaria. Este contexto pone sobre la mesa la cuestión de cómo la actual configuración de políticas puede profundizar desigualdades entre regiones económicas. Mientras Estados Unidos impulsa una mayor adopción y flexibilización de activos digitales bajo su moneda, la Europa comunitaria podría verse desplazada como actor principal en la carrera por la dominancia financiera digital. Esto tiene implicaciones directas sobre el futuro del euro como moneda de reserva global y sobre la capacidad de Europa para influir en los mercados financieros internacionales.
En el plano macroeconómico, Europa también enfrenta repercusiones derivadas de los aranceles comerciales impuestos por Estados Unidos, conocidos como la “Guerra Comercial”. Aunque estos aranceles suelen generar efectos previsibles como la depreciación de la moneda y presión inflacionaria, sorprendentemente el euro ha mostrado fortaleza durante las recientes subidas arancelarias, cotizando cercano a los niveles máximos desde principios de 2022. Esta resiliencia de la moneda europea ha sido calificada como una sorpresa positiva por parte de expertos y gobernadores del BCE, que consideran que podría ayudar a controlar la inflación en la Eurozona. La inflación en la región ha mostrado una tendencia a la baja, ubicándose en torno al 2.2% en marzo de 2025, aunque el crecimiento económico se mantiene débil y con incertidumbres.
La bajada de precios en energía, el efecto de la política monetaria restrictiva, y la contención en el comercio internacional influyen en este escenario. En este complejo panorama, la euro digital adquiere singificado como un instrumento estratégico para fortalecer la integración financiera, el control político sobre la moneda y la competitividad global. La iniciativa es vista también como una herramienta para contrarrestar la influencia de la hegemonía financiera estadounidense y la dominancia del dólar, que se ve amplificada a través del uso creciente de stablecoins. Las stablecoins, si bien representan una innovación que facilita la interoperabilidad financiera y nuevas formas de pago, no pueden ser desapegadas de las dinámicas geopolíticas y económicas que influyen en su regulación y adopción. Mientras Estados Unidos configura políticas para consolidar la posición global del dólar incluso en el espacio digital, Europa se encuentra en una carrera contrarreloj para no perder control sobre sus activos monetarios y asegurarse un desarrollo tecnológico financiero autónomo.