El avance imparable de la tecnología y la digitalización ha traído consigo una era de oportunidades sin precedentes, pero también ha abierto puertas para nuevas formas de delito. El último informe anual del Centro de Denuncias de Crimen en Internet del FBI, conocido como IC3, revela una alarmante realidad: los cibercrímenes y las estafas relacionadas con criptomonedas han alcanzado niveles récord, causando pérdidas multimillonarias y afectando a miles de personas en todo Estados Unidos. Este reporte, que marca el 25º aniversario de IC3, dibuja un panorama de una industria criminal sofisticada, global y profundamente personal, que destapa la vulnerabilidad de grupos como los adultos mayores y los inversores en criptoactivos. El fenómeno de las estafas con criptomonedas ha escalado de manera significativa. En 2024, las pérdidas por fraudes relacionados con cripto superaron los 9.
300 millones de dólares, con un aumento del 66% respecto al año anterior. Este crecimiento vertiginoso refleja la creciente adopción de los activos digitales pero también la evolución de técnicas ilícitas para aprovecharse de la confianza y desconocimiento tecnológico de los usuarios. Uno de los esquemas más preocupantes y desde hace poco conocido en Occidente es el llamado “pig butchering”, originalmente detectado en China. Esta modalidad de estafa consiste en un engaño a largo plazo donde la víctima es “engordada” con atención personalizada, aparente camaradería y ganancias ficticias que la animan a invertir cantidades cada vez mayores. Finalmente, la pérdida es total cuando los estafadores cesan contacto o desaparecen con el dinero.
Este tipo de fraude no es simplemente un robo rápido o un phishing común; representa un elaborado montaje en el que los estafadores utilizan plataformas que simulan con precisión intercambios legítimos de criptomonedas, con paneles de control falsos y asesores de inversión fantasmas. La sofisticación incluye el uso de técnicas de ingeniería social y tecnología avanzada, como inteligencia artificial para crear perfiles adaptados, mensajes persuasivos y hasta deepfakes que simulan voces o rostros confiables, aumentando el nivel de manipulación y haciendo que la víctima baje la guardia. Este desafío se agrava por la naturaleza irreversible de las transacciones en blockchain. Una vez transferidos los fondos, no hay opción de devolución ni estorno, lo que dificulta enormemente la recuperación del dinero robado. Además, las criptomonedas ofrecen anonimato y facilidad para el lavado de activos en todo el mundo, convirtiendo a estas estafas en un negocio sumamente lucrativo y dinámico que dificulta la labor de las autoridades.
Dentro de las víctimas predilectas destacan los adultos mayores, quienes no solo representan el grupo que más pérdidas económicas ha sufrido, ascienden a cerca de 4.900 millones de dólares en 2024, sino que también son blanco fácil debido a su confianza en instituciones tradicionales y menor familiaridad con las nuevas tecnologías. El informe revela que aproximadamente 147.127 personas mayores reportaron incidentes de cibercrimen el año pasado, con pérdidas promedio que pueden superar los 80.000 dólares por persona.
Los estafadores saben aprovechar aspectos emocionales, utilizando impostores que se hacen pasar por servicios de soporte técnico, agencias gubernamentales, familiares o incluso parejas románticas para generar urgencia, miedo o aislamiento emocional con la finalidad de manipular y evitar que las víctimas busquen ayuda. El informe del FBI señala que las estafas de inversión encabezan la lista de fraudes más dañinos en 2024, con pérdidas superiores a los 6.500 millones de dólares. Estas estafas combinan el uso de redes sociales, aplicaciones de mensajería y hasta plataformas de citas para construir relaciones de confianza con las víctimas a lo largo del tiempo. Los delincuentes suelen hacerse pasar por expertos financieros o emprendedores exitosos, utilizan perfiles falsos con supuestos antecedentes y generan cuadros de rentabilidad ficticia para incentivar a las víctimas a seguir invirtiendo.
Cuando esta intenta retirar sus fondos, se enfrenta a excusas, nuevas exigencias o el silencio total de los estafadores. La naturaleza personalizada y profesional de estas operaciones convierte a las víctimas en participantes activos de un ciclo de pérdida emocional y financiera, reforzado por el miedo y la vergüenza que inhiben la denuncia. Este punto es crucial para entender por qué, a pesar de ser un problema de enorme escala, muchos afectados optan por callar, permitiendo a las redes criminales crecer impunes. Frente a este panorama desalentador, existen señales de que las intervenciones de las autoridades están teniendo impacto. La iniciativa conocida como Operation Level Up del FBI logró identificar a más de 4.
300 víctimas de fraude con criptomonedas, ayudándolas a evitar pérdidas por casi 286 millones de dólares. Además, este esfuerzo ha desmantelado infraestructuras claves para grupos responsables de ransomware y otros ataques cibernéticos. Sin embargo, para que estas operaciones tengan un mayor efecto es fundamental la colaboración ciudadana a través de denuncias puntuales, rápidas y seguras en plataformas oficiales como IC3.gov. La transparencia y el flujo de información permiten a los investigadores mapear patrones, descubrir nuevas tácticas y actuar en momentos críticos para interceptar movimientos ilícitos.
Desde la industria tecnológica también se hacen llamados a la responsabilidad y a la educación. Expertos en seguridad como Charles Guillemet, CTO de Ledger, enfatizan la importancia de la autogestión segura de activos mediante dispositivos de hardware y el aprendizaje constante sobre prácticas recomendadas. Subrayan que para evitar ser víctima de estos crímenes es necesario adoptar una actitud preventiva que incluya la verificación rigurosa de transacciones y una creciente conciencia sobre el constante riesgo de engaños en entornos digitales. El informe del FBI y las voces de la industria coinciden en que la seguridad no debe ser una opción sino un pilar central, no solo para usuarios individuales sino para instituciones y entidades que manejan activos criptográficos. A nivel colectivo, la exigencia de estándares más altos en protección y transparencia puede construir un ecosistema más resiliente y accesible para todos.
El fenómeno de las estafas cripto y los cibercrímenes en general no son un efecto colateral inevitable, sino una amenaza creciente que desafía no solo la tecnología sino la confianza humana. Es vital abrir conversaciones sinceras en entornos familiares y comunitarios, especialmente con aquellos que son más vulnerables, para compartir conocimiento y desactivar el poder paralizante de la vergüenza. La normalización del diálogo sobre estos delitos contribuye a formar redes de alerta temprana que pueden salvar millones de dólares y proteger vidas. El futuro demandará de todos un compromiso con la vigilancia, la educación y la acción conjunta. Cada transacción, cada reporte y cada conversación representa una pequeña contribución para reducir el impacto devastador de estas redes criminales.
Mientras la tecnología continúe avanzando y el mundo digital se convierta en una extensión natural de nuestras vidas, la formación de una cultura de seguridad digital y confianza responsable será la clave para transformar las estadísticas de pérdidas en historias de resiliencia y prevención. Sumergirse en el último informe del FBI es comprender que detrás de cada cifra hay una historia humana, una realidad que se podría haber evitado con mayor preparación y atención. La lucha contra las estafas de criptomonedas y el cibercrimen exige una respuesta humanizada que combine innovación tecnológica, políticas públicas efectivas y un compromiso social que transforme el miedo en empowerment. Solo así podremos esperar que futuros reportes relaten una era donde la confianza digital sea realmente una moneda segura para todos.