El documental "Retrograde", producido por National Geographic y estrenado en diciembre de 2022, promete ofrecer una mirada cruda y auténtica a los últimos meses del conflico bélico en Afganistán tras dos décadas de guerra. Sin embargo, la historia que rodea esta producción se vio ensombrecida por una terrible consecuencia: la muerte de Omar Khan, un joven afgano que participó en la filmación y que fue identificado por el Talibán, lo que desató una cadena de violencia que terminó con su tortura y muerte. Su viuda ha tomado la valiente decisión de presentar una demanda de homicidio culposo contra los responsables de la producción, denunciando negligencia y llamando a la reflexión sobre los límites éticos del periodismo documental en contextos de alto riesgo. La tragedia de Omar Khan —conocido entre sus compañeros como “Justin Bieber” por su aspecto juvenil— deja al descubierto una problemática nunca antes tan visible: el peligro inmediato que corren las personas que colaboran con producciones internacionales en zonas de conflicto. Trabajador en el desminado, oficio especialmente peligroso que busca salvar vidas eliminando artefactos explosivos improvisados, Omar apareció en el documental con su rostro visible, sin ningún tipo de protección digital que dificultara su identificación.
Según la demanda presentada en la Corte Superior de Los Ángeles, hubo advertencias previas sobre el peligro que implicaba mostrar a los trabajadores afganos con sus rostros descubiertos. Dos ex soldados de las fuerzas especiales estadounidenses, con comunicación directa con personas cercanas a Omar, intentaron en repetidas ocasiones alertar a los realizadores sobre los riesgos que corrían los sujetos filmados, pero sus advertencias fueron ignoradas. Esto provocó que una vez que el documental se emitió, circuló de forma masiva en redes sociales en Afganistán y, en poco tiempo, el Talibán utilizó las imágenes para identificar y secuestrar a Omar, sometiéndolo a crueles torturas que finalmente le ocasionaron la muerte en abril de 2023, a sus apenas 25 años. El impacto del documental no tardó en convertirse en un tema de debate a nivel mundial. Por un lado, está la importancia de contar historias veraces y profundas sobre conflictos complejos como el de Afganistán, donde los protagonistas muchas veces arriesgan hasta su vida para colaborar con las fuerzas internacionales.
Por otro, está la indispensable obligación ética y moral de las productoras y responsables de medios audiovisuales de proteger a aquellas personas que aceptan mostrarse en pantalla, especialmente cuando su vida se pone en riesgo por hacerlo. La respuesta oficial de Disney, National Geographic y Hulu, compañías involucradas en la difusión del documental, ha sido limitada y hasta el momento no han emitido declaraciones públicas sobre la demanda ni la grave situación denunciada. En contraste, National Geographic retiró el documental de sus plataformas, alegando actuar con "precaución extrema" tras los acontecimientos. Los realizadores del documental, el director Matthew Heineman y la productora Caitlin McNally, expresaron en entrevistas previas que no recuerdan haber recibido advertencias específicas sobre el riesgo que suponía mostrar los rostros de los desminadores afganos. Esto reaviva el debate sobre la comunicación interna y los protocolos de seguridad que deberían aplicarse en estas producciones, más allá de las buenas intenciones o la falta de memoria institucional.
La demanda también pone sobre la mesa la cuestión del papel de los medios en zonas de conflicto y el equilibrio entre contar historias de impacto y respetar la seguridad de las personas retratadas. En un mundo cada vez más conectado, donde el contenido puede viralizarse a través de plataformas como TikTok o YouTube, la protección del anonimato adquiere una importancia vital, especialmente para quienes se convierten en blanco de extremistas o grupos hostiles. Activistas especializados y ex miembros de las fuerzas especiales, como Dave Elliott y Thomas Kasza, asociados con la organización sin fines de lucro 1208 Foundation, que asiste a afganos aliados con Estados Unidos, han señalado públicamente que la irresponsabilidad en la producción del documental tuvo consecuencias mortales y que muchas otras personas aún están en peligro debido a la exposición no autorizada o negligente en los medios. Kasza incluso llevó el caso a una audiencia en el Congreso estadounidense, donde alertó sobre los riesgos de represalias talibanas contra todos aquellos que trabajaron con las fuerzas aliadas y que ahora quedan vulnerables sin protección adecuada. Más allá del caso individual de Omar, la polémica subraya la necesidad de revisar procesos legales y éticos vinculados con la filmación en escenarios hostiles.
Las productoras, cadenas de televisión y plataformas de streaming deben implementar protocolos de seguridad estrictos, desde la planificación hasta la post-producción, asegurando el anonimato en todos los casos que así lo requieran. La ficción puede ser una herramienta poderosa para contar historias cruciales, pero la realidad que viven los protagonistas demanda responsabilidad extrema para evitar daños irreparables. La pérdida de Omar Khan es un llamado a la conciencia global para no sacrificar vidas humanas en pos de obtener imágenes impactantes o audiencias elevadas. El lujo de la libertad y la seguridad para contar las historias del mundo debe estar siempre acompañado por la protección tangible de los héroes anónimos que las hacen posibles. En este contexto, la demanda presentada por la viuda se convierte en un símbolo de lucha no solo por justicia para Omar, sino también por la dignidad y seguridad de todos aquellos que se enfrentan diariamente a peligros inimaginables trabajando entre las sombras de un conflicto.