En el contexto actual de la crisis climática global, la reducción efectiva de las emisiones de gases de efecto invernadero se ha convertido en una prioridad imperativa para los países de todo el mundo. Sin embargo, un reciente informe internacional ha expuesto una preocupante tendencia: varias naciones están utilizando los bosques para 'enmascarar' la verdadera escala de los recortes necesarios en sus emisiones. Según esta investigación, los gobiernos de importantes economías están sobrestimando la capacidad de sus bosques para absorber dióxido de carbono (CO2), lo que les permite maquillar sus datos de emisiones y reducir la presión sobre otros sectores contaminantes, especialmente el energético. Brasil y Australia, dos países destacados en el informe, han sido señalados por la falta de reglas claras sobre cómo contabilizan las absorciones de carbono terrestres. Este vacío normativo permite que las naciones hagan suposiciones optimistas –y, en muchos casos, poco fundamentadas– acerca del papel de los bosques en la captura de CO2.
En consecuencia, según los expertos, se abre la puerta a que dichas naciones 'jueguen con el sistema' y reporten cifras que no reflejan la realidad ambiental. El problema central radica en la incertidumbre científica sobre el comportamiento futuro de los sumideros de carbono naturales en un planeta que continúa calentándose. Mientras los mecanismos por los cuales los árboles y los suelos capturan carbono son complejos y están sujetos a variaciones, los gobiernos han adoptado modelos con supuestos de crecimiento constante y capacidad ilimitada. Esto implica un riesgo alto, ya que eventos naturales como incendios forestales pueden revertir rápidamente este almacenamiento y liberar grandes cantidades de CO2 a la atmósfera. Más aún, el cambio climático y actividades humanas degradan la eficacia de estos sumideros, reduciendo su capacidad de absorción.
El instituto Climate Analytics, reconocido por sus evaluaciones independientes de planes climáticos nacionales, advirtió que esta sobreestimación «oculta la escala y ritmo exactos de los recortes de emisiones de combustibles fósiles necesarios». En el caso concreto de Australia, el país depende tanto de sus bosques para compensar emisiones que, si esta compensación no fuera considerada, debería realizar un recorte real de emisiones un 10% mayor para cumplir sus objetivos. Por su parte, Brasil ha prometido reducir sus emisiones entre un 59% y un 67% por debajo de los niveles de 2005 para 2035, pero sin detallar claramente hasta qué punto contará con la contribución de sus bosques. Esto podría permitir que las emisiones provenientes del sector energético se dupliquen, mientras se sigue afirmando que se avanza en la reducción. El esquema actual del Acuerdo de París, que dejó a cada país la posibilidad de hacer sus propias estimaciones sobre absorciones terrestres, es considerado por los expertos como una de las causas de esta problemática.
Sin reglas homogéneas o mecanismos de verificación eficaces, el margen para manipulación aumenta y la confianza internacional en los reportes se ve amenazada. Claudio Forner, coautor del estudio de Climate Analytics, subraya que «sin bosques, todo tendría que realizarse por el sector energético». En otras palabras, el sobreuso de los sumideros naturales permite mantener niveles crecientes de emisiones en sectores que, en realidad, deberían reducirlas considerablemente. Además, los científicos advierten que las incertidumbres sobre la capacidad de absorción futura de los bosques pueden traducirse en un desfase enorme, que podría equivaler a miles de millones de toneladas de CO2 no compensadas a nivel global. La cantidad estimada en el informe ronda las tres mil millones de toneladas de dióxido de carbono, un volumen similar a las emisiones anuales de toda Europa.
Este déficit en el balance de carbono supone una amenaza grave para la consecución del objetivo de limitar el calentamiento global a 1.5 grados Celsius respecto a niveles preindustriales, meta establecida en la conferencia de París de 2015. Este escenario no solo afecta la integridad de los compromisos sino que también puede generar un efecto perverso: retrasar la implementación de medidas contundentes para la descarbonización real en sectores clave como la energía, la industria y el transporte. La confianza en las soluciones naturales, aunque valiosa, no debería usarse como una excusa para posponer transformaciones estructurales y políticas. Las soluciones que el informe plantea incluyen la necesidad de establecer reglas más claras y homogéneas para contabilizar los sumideros de carbono en los informes nacionales.
Además, se propone separar explícitamente los datos de absorción terrestre de los recortes reales de emisiones para evitar confusiones y garantizar transparencia. Esto facilitaría la comparación internacional de avances y permitiría que los compromisos sean más ambiciosos y verificables. A nivel científico, se requieren investigaciones continuas para comprender mejor cómo las variaciones climáticas, biológicas y humanas influirán en la eficacia de los bosques y otros ecosistemas en la captura de carbono. Esta información es vital para alimentar modelos previsionales y planificar estrategias nacionales que sean realistas y responsables. En conclusión, el informe apunta hacia un desafío crucial para la gobernanza climática global.
La correcta contabilización de las emisiones y absorciones de carbono es fundamental para diseñar políticas efectivas y alcanzar los objetivos en la lucha contra el cambio climático. Utilizar los bosques para 'enmascarar' los niveles reales de emisiones no solo pone en riesgo el compromiso internacional sino que también compromete la salud del planeta y la justicia ambiental. Por ello, la transparencia, la ciencia rigurosa y el fortalecimiento de los mecanismos de control serán elementos clave para evitar que este 'engaño' obstaculice la urgente transición hacia una economía baja en carbono y sostenible.