En medio de la reciente campaña electoral en Estados Unidos, las palabras de varios expertos y figuras políticas han comenzado a levantar serias preocupaciones sobre el comportamiento que podría adoptar Donald Trump y sus aliados en caso de perder las elecciones de noviembre de 2024. Según diversos analistas y antiguos miembros del partido republicano, hay un palpable esfuerzo por parte de Trump y su círculo cercano para sentar las bases de un posible caos y violencia en la nación, un escenario que ya fue vislumbrado tras las elecciones de 2020. El alcalde de Mesa, Arizona, John Giles, quien es republicano y ha respaldado a la vicepresidenta Kamala Harris, ha expresado que si Trump pierde, él y sus seguidores “lanzarán todo a la pared para ver qué se pega”. Esta frase encierra una crítica contundente sobre la disposición de Trump a manipular la narrativa electoral de cualquier manera que convenga a sus intereses, lo que podría desembocar en alegaciones de fraude electoral y una inquietante incitación a la insurrección. Desde que asumió la presidencia, Trump ha cultivado un ambiente de desconfianza hacia los procesos electorales.
En 2016 y 2020, sus declaraciones sobre la legitimidad de las elecciones fueron ambiguas, lo que dejó siempre una sombra de duda sobre si aceptaría o no los resultados. En un debate presidencial en junio de 2020, por ejemplo, respondió con cautela a la pregunta de si aceptaría los resultados de unas elecciones justas, aumentando la inquietud entre sus seguidores y sembrando discordia en el proceso democrático. La retórica actual de Trump sigue ecuánime con afirmaciones de fraude electoral, enfocándose en los mismos temas de votación que utilizaron en 2020, pero ahora intensificados por un ataque directo a los fiscales que han presentado cargos en su contra por intentar revertir el resultado electoral de 2020. Los seguidores de Trump han calificado estas acciones legales como “interferencia en las elecciones” y “guerra legal”, intentando deslegitimar así cualquier desarrollo en su contra. David Becker, del Centro para la Innovación y la Investigación Electoral, subraya que muchas de las afirmaciones falsas de Trump son presentadas como intentos legítimos por mejorar la integridad electoral.
Sin embargo, subraya que estas acciones están diseñadas en realidad para sembrar desconfianza en el sistema electoral estadounidense, preparando el terreno para que, en caso de perder, se clamase que la elección fue robada. Esta estrategia, según Becker, tiene el potencial de desatar el caos y, potencialmente, la violencia entre los seguidores más radicalizados de Trump. Otra organización de derecha, Turning Point USA, está invirtiendo cantidades significativas de dinero en movilizaciones para asegurar votos para Trump en estados clave. A través de grandes eventos de campaña, continúan esparciendo teorías sobre un supuesto "robo" de las elecciones de 2020, lo que perpetúa un ciclo de desinformación que ha encontrado un terreno fértil entre su base electoral. Una de las preocupaciones más apremiantes es que, tras los resultados de las votaciones, Trump podría movilizar a sus seguidores hacia la desobediencia civil o incluso a la violencia organizada.
De acuerdo con declaraciones de antiguos representantes republicanos como Dave Trott y Charlie Dent, esta narrativa de fraude venidero podría convertirse en un llamado a la movilización masiva de los simpatizantes de Trump, buscando desestabilizar la tranquilidad en los capitolios estatales y potenciar una erosión del proceso democrático. En el trasfondo de esta tensión se encuentra la figura de Trump, quien históricamente ha dado rienda suelta a la retórica incendiaria que resuena con aquellos que se sienten desilusionados por el sistema tradicional. Esto ha sido evidente en su manejo de la pandemia, los disturbios raciales de 2020 y, más recientemente, su respuesta ante las investigaciones penales en su contra. Un patrón claro surge de su comportamiento; siempre que su posición se ve amenazada, su respuesta suele ser intensificar la división entre sus seguidores y oponentes. La situación legal de Trump ha alimentado aún más este fuego.
Bajo acusaciones de intentar manipular los resultados electorales y otros cargos criminales, su campaña ha tratado de presentar a estos procesos judiciales como una caza de brujas. Este enfoque no solo busca galvanizar a su base, sino también desprestigiar a los organismos encargados de garantizar la integridad electoral. Mientras se acerca noviembre, el clima electoral se calienta. El temor a que se repitan escenas de caos como las del 6 de enero de 2021 se sitúa en el centro de la conversación nacional. La advertencia de expertos sobre la posibilidad de que Trump fomente insurrecciones no es infundada; es, de hecho, un eco de los acontecimientos recientes que han definido la política de Estados Unidos en los últimos años.
Los antiguos líderes republicanos están cada vez más alarmados ante la posible repetición de una narrativa de fraude que podría incitar a sus seguidores a actuar de manera violenta y desestabilizadora. Estos temores son amplificados por organizaciones que, bajo la bandera de la “integridad electoral”, existen para sembrar más dudas y dividir. Este fenómeno transforma la política electoral en un campo de batalla, donde el debate sobre los hechos reales se eclipsa por sentimientos de traición y conspiración. A medida que las elecciones se acercan, es crucial que los ciudadanos estadounidenses permanezcan vigilantes. La desinformación y la manipulación de la verdad son herramientas poderosas en manos de aquellos que buscan socavar la democracia.