La comunicación es la piedra angular en el ámbito de la inteligencia y la seguridad nacional, donde interpretar correctamente los riesgos puede marcar la diferencia entre la paz y el conflicto. Sin embargo, no es infrecuente que las frases utilizadas para describir probabilidades y riesgos sean vagas o ambiguas, produciendo interpretaciones muy diversas que pueden desvirtuar el mensaje original. Esta problemática no es nueva y tiene raíces profundas en la historia de la inteligencia, reflejando un desafío persistente en la transmisión de información bajo incertidumbre. Un caso emblemático que ilustra este fenómeno data de marzo de 1951, cuando Sherman Kent, un analista de la CIA, publicó un informe acerca de la posibilidad de una invasión soviética a Yugoslavia. En dicho informe, se usó la expresión “debería considerarse una posibilidad seria” para describir la probabilidad de un ataque.
Lo que Kent entendía como una situación con una probabilidad estimada de 65% a favor de la invasión fue interpretado por sus superiores y colegas de forma mucho más variada, algunos considerándolo hasta un 80% probable y otros tan solo un 20%. Esta disparidad en la interpretación evidenció un problema estructural en la forma de comunicar la incertidumbre en los informes de inteligencia. Kent diferenciaba en sus análisis tres tipos básicos de juicios: hechos casi indiscutibles, como la longitud de una pista observada en imágenes satelitales; estimaciones sobre algo potencialmente verificable, como la función militar que podría tener un aeródromo; y finalmente, juicios sobre lo que es fundamentalmente desconocido, como las intenciones futuras de un adversario. La mayor parte del trabajo de inteligencia se ubica en estas dos últimas categorías, donde la incertidumbre domina y la interpretación del lenguaje se vuelve crítica. El problema radica en la inconsistencia terminológica.
Los diferentes analistas utilizaban palabras como “posible”, “probable” o “casi seguro” con significados distintos. Mientras un foto-interpretador podría decir “posible” para indicar una probabilidad que Kent consideraría “probable”, en otro contexto “probable” podría entenderse como “casi seguro”. Esta falta de estandarización abrió la puerta a confusiones que podían tener implicaciones profundas en la toma de decisiones estratégicas. A lo largo del tiempo, estudios como uno llevado a cabo por la OTAN en décadas posteriores demostraron que, incluso entre oficiales con experiencia, la interpretación de términos relativos a la probabilidad varía notablemente. Cuando se les consulta sobre qué porcentaje representa el término “probable” o “probable”, las respuestas pueden oscilar ampliamente, reflejando una brecha manifiesta entre la intención del comunicador y la comprensión del receptor.
Esta problemática no se limita al ámbito militar o de inteligencia. La justicia también ilustró cómo el lenguaje ambiguo puede impactar en la interpretación de evidencias. Los tribunales a menudo recurren a expresiones poco precisas como “sospecha no arbitraria” o “indicación clara”, que resultan ser “frases comadreja” — términos que parecen autoritarios pero que en realidad evitan asignar responsabilidades o decisiones definitivas. La consecuencia es la creación de un entorno donde las decisiones difíciles se esquivan mediante un lenguaje que suena concluyente pero en el fondo es evasivo. En la esfera del análisis de riesgos y la comunicación científica, los desafíos son igualmente notables.
La dificultad reside en comunicar incertidumbre de una manera que preserve la responsabilidad y la claridad, sin generar confusión o falsas certezas. Una lección aprendida de esta situación es que la transparencia y la estandarización en el empleo del lenguaje son esenciales para evitar malentendidos que, en casos extremos, pueden conducir a crisis o errores políticos significativos. Una reacción significativa a estos problemas se evidenció tras la guerra de Irak. La inteligencia que sustentó ciertas decisiones fue objeto de fuertes críticas por la manera en que fueron comunicadas las probabilidades de la existencia de armas de destrucción masiva. En respuesta, el gobierno del Reino Unido implementó un «indicador de probabilidad», un sistema que establecía definiciones numéricas claras para términos como «improbable», «altamente probable» o «probable».
Esta clasificación buscaba homogeneizar el lenguaje para asegurar que el receptor interpretara la información de manera más precisa y alineada con la intención original del analista. La importancia de este intento de estandarización trasciende la política o la inteligencia. En la era moderna, donde la información circula rápidamente y los movimientos sociales y políticos se desencadenan con facilidad, la correcta comunicación del grado de certeza o incertidumbre es vital en ámbitos como la salud pública, la ciencia, el periodismo y la formulación de políticas públicas. Un término mal entendido puede provocar pánico innecesario o, por el contrario, una falsa sensación de seguridad. Asimismo, el desarrollo de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial y el big data ha aumentado la cantidad de datos disponibles y la complejidad de los análisis que se realizan.
Esto plantea nuevos retos para comunicar resultados que, por su naturaleza probabilística y basada en modelos, requieren un lenguaje aún más preciso y cuidadoso para evitar malas interpretaciones. En este contexto, expertos en ciencia de la comunicación y estadística insisten en la necesidad de educar tanto a productores como a consumidores de información en el manejo del lenguaje de la probabilidad. La alfabetización estadística y la cultura de la incertidumbre se vuelven herramientas fundamentales para una sociedad informada y capaz de tomar decisiones con base sólida. Además, la obra reciente de Adam Kucharski, autor de 'The Rules of Contagion' y 'The Perfect Bet', ha profundizado en cómo se puede entender y comunicar la incertidumbre en diferentes contextos, desde la epidemiología hasta la política. Su libro “Proof: The Uncertain Science of Certainty” invita a reflexionar sobre cómo las percepciones humanas enfrentan la incertidumbre y cómo el lenguaje puede tanto aclarar como nublar esa realidad.