En los últimos años, la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en un tema central en la conversación sobre el futuro del trabajo. Una frase relativamente popular y repetida en conferencias, redes sociales y debates es: "La IA no te va a quitar el trabajo, pero alguien que use IA sí lo hará". A simple vista, esta afirmación parece acertada; implica que el futuro laboral depende más de la adopción de herramientas tecnológicas que de la desaparición inmediata de empleos, y por ende invita a adaptarse para sobrevivir. Sin embargo, al profundizar se vuelve claro que esta interpretación está cargada de múltiples falacias que pueden conducir a una falsa seguridad y a una comprensión insuficiente del cambio profundo que la IA está generando en la economía y en las organizaciones. Esta idea, aunque cierto en su superficie, puede ser comparable con lo que ocurrió con la Línea Maginot antes de la Segunda Guerra Mundial.
Francia, convencida de que sus costosas y fortificadas defensas eran impenetrables, desatendió cambios estratégicos fundamentales, permitiendo que Alemania atravesara por otro lugar y transformara radicalmente la guerra. De manera similar, el enfoque en "quién use la IA" como factor determinante deja fuera el análisis crucial del cambio estructural en los sistemas de trabajo. Una de las principales falacias es creer que la automatización y la augmentación simplemente afectan tareas individuales dentro de un empleo, y que bastaría con aprender a usar mejor la IA para mantenerse competitivo. Esto es caer en la trampa del análisis micro cuando la revolución es macro. La IA no solo optimiza tareas aisladas, sino que está cambiando el tejido organizacional, los flujos de trabajo, y la lógica misma de cómo se crean y capturan los valores en las empresas y en las industrias.
Este cambio sistémico puede hacer que tareas cuya maestría antes era crucial, pierdan relevancia o se reubiquen en nuevos contextos. Por ejemplo, en el sector portuario, la llegada del contenedor intermodal no sólo automatizó la carga y descarga, sino que modificó la lógica económica del comercio, relegando puertos enteros y dando lugar a nuevos actores estratégicos. Del mismo modo, en la era de la IA, no solo es quién la use, sino cómo se rediseñan las cadenas de valor y coordinación lo que marcará la diferencia. También es un error suponer que los empleos son estáticos y fijos. Las ocupaciones son, en realidad, constructos sociales y organizativos que responden a necesidades específicas de coordinación y gestión en un sistema laboral determinado.
Cuando la IA reconfigura esos sistemas, los roles tradicionales pueden descomponerse y recomponerse con nuevos perfiles, habilidades y responsabilidades. Persistir en optimizar roles antiguos o defender tareas específicas sin cuestionar la continuidad del propio puesto es un ejercicio inútil. La pregunta clave no es si se automatizará una tarea, sino cómo será redefinida la función laboral en el sistema reinventado. El enfrentamiento entre "yo y alguien que use IA" también presenta problemas profundos. Si se concentra en competir para ser el mejor usuario de la tecnología, se pierde de vista que, en ocasiones, el cambio elimina el núcleo mismo de la competencia.
Un ejemplo histórico son los mecanógrafos. Cuando las procesadoras de texto hicieron que redactar y editar fueran más baratos y accesibles, el trabajo de mecanografía personalizada desapareció, no porque alguien fuera mejor escribiendo con tecnología, sino porque el valor del trabajo en sí se evaporó dentro de un nuevo sistema. Otro aspecto que se desvirtúa en esta narrativa es la continuidad del flujo de trabajo. Se asume que las cadenas y procesos existentes se mantendrán solo acelerándose o haciéndose más eficientes con IA. Sin embargo, muchas veces las estructuras de trabajo se reinventan completamente, eliminando pasos o creando nuevos procesos donde los conocimientos actuales ya no aplican.
Centrarse en mejorar procesos ahora obsoletos es un desperdicio de recursos cuando la verdadera ventaja está en construir las nuevas arquitecturas laborales. El papel de las herramientas no es neutral ni inocuo. Decir que la IA es solo una extensión de quienes la usan ignora cómo las tecnologías transforman las relaciones de poder y decisión dentro de las organizaciones. La historia muestra que dominar herramientas como Excel o sistemas de información puede conferir prestigio y control a ciertos empleados, pero también desplazar a otros. La IA, además, tiene capacidades de agencia, puede tomar decisiones y automatizar ejecuciones, lo que tiende a modificar profundamente quién controla qué en la empresa.
No se trata solo de asistencias, sino de redistribución de autoridad y responsabilidades que alteran jerarquías internas. Un error común es pensar que mientras un empleo permanezca, la situación económica o salarial del trabajador mejora o se mantiene estable. En realidad, la introducción de IA puede descomponer la correlación entre especialización y remuneración. A menudo, la democratización de competencias potenciada por la IA homogeniza habilidades, haciendo que los líderes de un área pierdan prima salarial o autoridad reconocida. En industrias como la musical, con la explosión del streaming, aunque hay más demanda de trabajo, los ingresos por actividad se han vuelto más precarios y distribuidos de forma desigual.
Finalmente, muchas organizaciones cometen el error de integrar la IA solo como un complemento, sin replantear su estructura, cultura o modelos de negocio. Se quedan en la ilusión de añadir una capa tecnológica sobre un sistema obsoleto, sin comprender que la IA es una nueva base para el funcionamiento organizacional. Esperar que los procesos y modelos anteriores se sigan aplicando solo con un impulso de inteligencia es un espejismo. La IA exige un cambio profundo de estrategia y arquitectura del negocio. Por lo tanto, la frase “La IA no te quitará el trabajo, pero alguien que use IA sí lo hará” es una verdad simplificada, que aunque técnicamente precisa en ciertos contextos, resulta inservible como lema para entender y actuar sobre el futuro laboral.