Durante la Segunda Guerra Mundial, la inteligencia y el coraje jugaron un papel fundamental en la victoria de los Aliados. Entre los héroes anónimos que protegieron a su país estuvo Pat Owtram, una joven británica que, gracias a sus habilidades lingüísticas, se convirtió en una pieza clave para la decodificación de mensajes enemigos. A sus 101 años, Pat guarda recuerdos vívidos no solo de su trabajo como descifradora de códigos, sino también de un encuentro memorable con Winston Churchill, una experiencia que reflejó la importancia de su labor y el contexto estratégico en que se encontraba. El trasfondo de Pat Owtram es tan interesante como su contribución a la guerra. Creció en Lancashire, en una familia que acogió refugiados de Austria ocupada, quienes le enseñaron alemán al convivir juntos.
Aquellas conversaciones familiares alrededor de la chimenea le dieron una ventaja única para entender el idioma de los enemigos. Cuando estalló la guerra y ella tenía apenas 18 años, sintió un fuerte deseo de aportar su grano de arena y unirse al esfuerzo bélico. Pronto, se presentó a una entrevista para formar parte del Servicio Naval Femenino británico, conocido como las Wrens. Su dominio del alemán la llevó rápidamente a ser seleccionada para trabajar en la intercepción y transcripción de las comunicaciones navales alemanas, particularmente los mensajes codificados de los submarinos que patrullaban el Mar del Norte y el Báltico. Su trabajo consistía en escuchar incansablemente el tráfico radioeléctrico enemigo para registrar cada palabra y cifra, enviando posteriormente esa información a Bletchley Park, el corazón de la inteligencia británica y el centro donde se decodificaban los mensajes cifrados, incluyendo los codificados con la temida máquina Enigma.
Pat fue destinada a una estación de escucha situada en Abbot's Cliff, un acantilado al borde del Canal de la Mancha, en Dover. Pese a estar expuesta al peligro, ya que la zona estaba dentro del alcance del bombardeo enemigo, la estación se mantuvo relativamente segura. Durante largas noches de escucha y trascripción, Pat y sus compañeras Wrens hallaron momentos para el ocio y el compañerismo, fundando un club de tap-dance y una pequeña biblioteca para aliviar las tensiones y el agotamiento del trabajo. Fue precisamente mientras leía un libro en esa biblioteca improvisada en la cima del acantilado donde Pat vivió un momento memorable. Por el sendero apareció un grupo encabezado por Winston Churchill, quien subió para mirar hacia la costa francesa, específicamente Calais.
Churchill, en un acto que ella describe como meticulosamente calculado, se dejó ver en esa posición de cara a los ocupantes alemanes, con la intención deliberada de engañarlos sobre los planes reales de invasión, que se llevarían a cabo mucho más hacia el oeste en Normandía. Este acto constituyó parte de una poderosa estrategia de distracción que ayudó a asegurar el éxito del Día D y, en última instancia, la victoria aliada. Más allá de la importancia estratégica que representó ese encuentro fortuito con Churchill, la historia de Pat Owtram es un testimonio de la dedicación discreta pero decisiva de miles de mujeres que trabajaron en la sombra durante la guerra. Su labor descifrando códigos y traduciendo mensajes fue vital para despejar las incógnitas del enemigo y permitir que los comandantes aliados tomaran decisiones informadas. El legado de Pat se extiende también a su familia.
Su hermana Jean fue otra valiente agente que operaba como cifradora en Egipto e Italia, formando parte del Servicio Secreto de Operaciones Especiales, la famosa "Ejército Secreto de Churchill". Aunque Jean falleció recientemente, ambas hermanas compartieron un compromiso admirable con la libertad y la lucha contra el totalitarismo. El reconocimiento a la contribución de Pat Owtram ha trascendido fronteras. Francia le otorgó la Legión de Honor, la distinción más alta a la que puede aspirar un civil extranjero, en honor a su trabajo que contribuyó a la liberación europea. Hoy, mientras las naciones conmemoran la victoria en la Segunda Guerra Mundial, Pat recuerda no solo el júbilo del Día de la Victoria en Europa, cuando multitudes celebraron en palacios y plazas, sino también la espera angustiosa por el regreso de su padre, prisionero de guerra en el Lejano Oriente.
Su historia personal, entre la pérdida, la esperanza y el deber cumplido, refleja mejor que muchas otras la complejidad de aquella época irrepetible. En un momento en que la historia se vuelve enseñanza, el testimonio de Pat Owtram invita a reflexionar sobre la importancia del trabajo silencioso, la inteligencia, y el valor humano en tiempos de crisis. Ella y tantas mujeres como ella demostraron que la guerra no solo se gana en el campo de batalla, sino también en las oficinas y bunkers donde se enfrentan códigos y se traman estrategias. La inesperada y significativa reunión con Churchill en el acantilado frente al Canal de la Mancha simboliza a la vez la realidad y la leyenda de quienes actuaron sin buscar reconocimiento, pero dejando una huella imborrable en la historia.