En mayo de 1989, la ciudad de Austin, Texas, fue testigo de un suceso tan insólito como impactante: un intento de asesinato cuyo “víctima” fue un árbol emblemático, el roble Treaty Oak. Este árbol, que ha vivido casi 600 años, es mucho más que un organismo vegetal; es un monumento natural, un símbolo cultural y un patrimonio que ha cautivado a la comunidad local y a personas de todo el mundo. La historia que rodea al ataque contra el Treaty Oak no solo evidencia un crimen poco común, sino también la profunda conexión entre los seres humanos y la naturaleza, además de la importancia de preservar nuestro entorno histórico y natural. El roble Treaty Oak, nombrado así por su supuesta conexión con tratados entre tribus nativas americanas, es una imponente presencia en el paisaje de Austin. Con una extensión que alcanza cerca de los 30 metros y centenares de años de antigüedad, en la década de 1920 fue considerado por la American Forestry Association como el ejemplar de árbol más perfecto de Norteamérica.
Este reconocimiento elevó su valor no solo ecológico, sino también simbólico y social. Además de su imponente tamaño y longevidad, el Treaty Oak ocupa un parque que, gracias a una colecta ciudadana en los años 30, le pertenece simbólicamente a sí mismo. Esto es algo rarísimo, pues no son muchos los árboles en el mundo que “posean” la tierra en la que crecen, lo que realza aún más su importancia como tesoro natural de Austin. Originariamente, el árbol no solo ofrecía sombra y belleza, sino que también constituía un punto de encuentro para actividades culturales y educativas. Tribuas nativas como los Tonkawa y los Comanches le otorgaban un valor sagrado, reflejando la espiritualidad que rodeaba a este colosal roble.
Todo cambió cuando comenzaron a aparecer evidencias inquietantes en el parque que rodea al Treaty Oak. En una visita con un grupo de expertos forestales, John Giedraitis, el primer forestal de la ciudad, notó un círculo de césped muerto en torno al árbol. Al principio, atribuyó este daño a un descuido en el mantenimiento del parque, pero la situación se tornó más preocupante cuando el árbol comenzó a mostrar síntomas claros de toxicidad: hojas marchitas, pérdida de vigor, y signos típicos de envenenamiento por químicos. Tras tomar muestras de tierra y tejidos, los análisis de laboratorio confirmaron lo peor: el roble había sido envenenado con Velpar, un poderoso herbicida usado generalmente para eliminar árboles de hoja dura en plantaciones de pino. La confirmación del envenenamiento intencional causó conmoción.
No solo porque se estaba atentando contra un ser vivo venerado, sino porque era la primera vez que las autoridades enfrentaban un crimen tan peculiar. Era un acto de vandalismo y crueldad inusitado que rápidamente ganó notoriedad. La noticia del ataque al Treaty Oak trascendió más allá de las fronteras locales, convirtiéndose en un fenómeno mediático internacional. Medios como The New York Times, Sports Illustrated, People y National Geographic cubrieron la historia, además de la transmisión en cadenas de televisión de todo el mundo. El árbol, que ya era un símbolo de Austin, se transformó en un emblema global de resistencia y supervivencia.
El impacto público también se evidenció en la reacción ciudadana. Personas de todo el planeta enviaron cartas, donaciones y ofrendas para apoyar la recuperación del árbol. Algunos visitantes dejaron objetos simbólicos, desde Tums y Maalox, remedios para el estómago, hasta dones más espirituales como oraciones y cristales. Distintas comunidades, desde grupos religiosos hasta practicantes de esoterismo, se congregaron para intentar conectar con el espíritu del roble y ayudarlo a sanar. En el ámbito local, John Giedraitis y su equipo no escatimaron esfuerzos para salvar al Treaty Oak.
Usaron una variedad de técnicas para ayudarlo a superar el envenenamiento, incluyendo la inyección directa de sal para desplazar el herbicida y de azúcar para incentivar el crecimiento foliar, además de asegurar una constante irrigación con agua fresca y crear sombra para protegerlo del sol. A pesar de la gravedad del daño, el árbol mostró una capacidad asombrosa de recuperación. Mientras tanto, el Departamento de Policía de Austin enfrentaba un caso sin precedentes. Inicialmente, el asunto no fue tomado en serio por algunos oficiales, catalogándolo como un caso de “daños materiales” cuyo presunto “dañado” era un árbol. Sin embargo, esa percepción cambió rápidamente a medida que la atención pública y la presión mediática crecía.
John Jones, un investigador con experiencia en trabajo encubierto, fue asignado a la investigación y pronto comprendió la relevancia y complejidad del caso. La dificultad para avanzar radicaba en la ausencia de pruebas oculares y físicas: no había testigos, grabaciones ni rastros evidentes del culpable. Sin embargo, la oferta de una recompensa conjunta de $11,000 por parte del Servicio Forestal de Austin y la empresa DuPont, fabricante del herbicida, incentivó a la comunidad a colaborar con información. Las llamadas al departamento de policía llegaron desde diversos países, haciendo evidente el impacto global del caso. Finalmente, la investigación avanzó gracias al testimonio de una mujer llamada Cindy Blanco, quien vinculó a un hombre llamado Paul Stedman Cullen como el probable autor.
Según Blanco, Cullen, desde su lucha personal con problemas de salud mental y sufrimiento amoroso, había manifestado su deseo de “romper su amor” por medio de un ritual basado en la magia negra o brujería. La teoría era que con la muerte de un ser vivo grande, simbólicamente correspondería a la muerte de sus sentimientos. A través de técnicas de vigilancia encubierta y grabaciones, la policía pudo reunir pruebas suficientes para ordenar una orden de arresto y realizar un allanamiento en la residencia y vehículo de Cullen. Allí encontraron libros sobre esoterismo, religión, mecánica cuántica, además de muestras de tierra posiblemente relacionadas con el herbicida. Una pistola calibre .
22 también formó parte del hallazgo. Durante el juicio, el caso parecía claro, especialmente por la grabación donde Cullen aparentemente admitía su implicación. Sin embargo, él mantuvo su inocencia hasta el final y algunas controversias rodearon la solidez del caso. Debido a su historial penal, Cullen enfrentaba una posible cadena perpetua pero fue condenado a nueve años, de los cuales cumplió solo tres. Posteriormente, se mudó a California, donde falleció en 2001.
El Treaty Oak, a pesar de haber sufrido daños severos, no solo sobrevivió sino que se convirtió en un símbolo de resistencia y esperanza. Expertos estiman que solo alrededor del 35% del árbol pudo ser salvado, pero allí sigue, majestuoso y en crecimiento, con ramas que han brotado desde entonces y un nuevo ciclo de producción de bellotas que comenzó en 1997. El árbol continúa ofreciéndole sombra, abrigo y un legado para la ciudad y sus habitantes. Este episodio dejó una profunda lección sobre la relación entre las personas y la naturaleza, la capacidad de la vida para resistir ante la adversidad y la importancia de proteger no solo a los seres humanos sino también a los seres vivos que forman parte de nuestra historia común. El roble Treaty Oak no es simplemente un árbol viejo, es un monumento viviente que recuerda la fuerza, la historia y el compromiso de una comunidad por preservar su patrimonio natural y cultural.
En resumen, este inusual caso demuestra cómo un acto de violencia contra un símbolo natural puede generar una ola de apoyo y solidaridad global, y cómo la naturaleza posee una sorprendente fuerza de supervivencia. Desde entonces, el Treaty Oak sigue siendo un testimonio silencioso pero poderoso del paso del tiempo y la resistencia ante las adversidades. El roble no solo sigue en pie, sino que también continúa inspirando generaciones a cuidar y valorar lo que la tierra nos regala.