Durante décadas, la historia de la evolución humana ha sido considerada relativamente sencilla: un grupo de humanos modernos salió de África hace unos 50,000 años y se expandió por Eurasia, relegando o extinguiendo a otras ramas humanas, como los Neandertales y Denisovanos. Sin embargo, los avances recientes en genética y paleogenómica están reconstruyendo un panorama mucho más complejo y fascinante que desafía las interpretaciones tradicionales. Uno de los últimos descubrimientos más sorprendentes proviene del norte de África, en particular de restos humanos de hace 7,000 años encontrados en la zona que una vez fue la hoy inhóspita Sahara verde. Gracias al análisis exhaustivo de ADN antiguo, los científicos han encontrado evidencia de una población humana diferenciada que no corresponde ni a los linajes eurasiáticos ni a los sub-saharianos tradicionales. Este hallazgo representa una nueva rama en el árbol evolutivo de nuestra especie, a la que se ha denominado la raza perdida del Sahara verde o Ancient North Africans (ANA).
El Sahara que conocemos hoy, un vasto desierto árido que cubre gran parte del norte de África, no siempre fue así. No hace mucho tiempo, este territorio estuvo cubierto de una exuberante vegetación durante un período conocido como el Periodo Húmedo Africano, una fase climática en la que selvas, sabanas y ecosistemas verdes dominaron la región, permitiendo una amplia diversidad de vida y posiblemente facilitando la migración y asentamiento de diferentes grupos humanos. En este remanso verde y fértil aparecieron poblaciones cuya genética hoy nos ayuda a comprender la gran diversidad humana ancestral que existió en el pasado, y que hasta ahora había permanecido oculta bajo las arenas y el tiempo. La investigación que dio con esta población surgió a partir del análisis de tres individuos cuyos restos fueron encontrados en el refugio rocoso Takarkori, en lo que hoy es el suroeste de Libia. Estos especímenes, datados en aproximadamente 7,000 años, mostraron un perfil genético único que no encajaba en los modelos existentes que clasifican a las poblaciones humanas antiguas en Eurasia o Africa subsahariana.
Más aún, uno de los genomas analizados, denominado “TKK”, aportó una calidad y cantidad de datos sin precedentes, revelando que esta persona descendía en un 90% de una estirpe humana completamente distinta, inaccesible y no infundida por mezclas con poblaciones conocidas hasta ahora. Este nuevo grupo no solo refutó la idea previa de que la población humana a nuestro alrededor siempre se ha limitado a las grandes tres ramas que conocemos – los africanos sub-saharianos, los eurasiáticos y los primeros habitantes de Europa y Asia –, sino que nos ha abierto la puerta para reconocer un campo de evolución y mestizaje mucho más diverso. La importancia de esta población radica en que, a diferencia de la mayoría de las poblaciones no africanas, no parece haber experimentado el llamado “gran cuello de botella”, un fenómeno en el que la población reproductiva humana se redujo a unos pocos miles de individuos hace decenas de miles de años, reduciendo la diversidad genética en todo el mundo. Las poblaciones del “Ancient North Africans” parecen haber prosperado en una región estratégica del norte de África durante miles de años, pero por alguna razón, ya sea debido a cambios climáticos severos o a la posterior desertificación del Sahara, este grupo acabó desapareciendo o siendo absorbido por otras oleadas humanas. Hoy, sus rastros genéticos parecen perdurar fragmentariamente en ciertos pueblos y regiones, pero nunca antes la ciencia había logrado recuperar tan detalles precisos y completos de su perfil genético.
El descubrimiento también arroja luz sobre poblaciones que ya habían resultado misteriosas para los científicos, como las halladas en la cueva Taforalt en Marruecos, donde restos de personas de hace 15,000 años mostraban mezclas genéticas que no encajaban fácilmente en las categorías estándar de investigación. Los nuevos datos del Sahara verde confirmaron que estas poblaciones conservaban componentes genéticos exclusivos, y que el norte de África fue un crisol inesperado de variaciones humanas diversas y complejas. Este hallazgo complementa y amplía las narrativas sobre la evolución humana en África, que hasta ahora estaban centradas principalmente en las regiones subsaharianas, consideradas la cuna de la humanidad debido a su extrema diversidad genética todavía presente. Sin embargo, al observar el norte del continente bajo esta nueva luz, entendemos que la historia humana en África fue multilayer y altamente dinámica, influenciada por fluctuaciones climáticas y ambientales y por contactos culturales y genéticos entre grupos diversos. Además, este nuevo conocimiento tiene implicaciones en el estudio de las migraciones humanas fuera de África.
El hecho de que haya existido en el norte de África un grupo genéticamente distinto sugiere que las rutas y las variantes humanas que se dispersaron hacia Eurasia pudieron ser más variadas de lo que se pensaba. También abre la puerta para reconsiderar cómo los distintos grupos humanos interactuaron, convivieron y se mezclaron antes y después de las grandes migraciones conocidas. En términos de paleoantropología y genética, la capacidad para recuperar genomas antiguos en contextos geográficos y climáticos difíciles supone un enorme avance tecnológico y científico. La aplicación de técnicas de secuenciación de ADN en restos como los de Takarkori es una muestra de cómo la combinación entre arqueología, genética y climatología puede ofrecer una imagen mucho más rica y realista del pasado humano. Estas técnicas permiten reconstruir historias de poblaciones que de otra forma habrían quedado para siempre en el olvido, borradas por los procesos geológicos y medioambientales.
Hoy sabemos que nuestra especie, lejos de ser una línea sencilla y directa, es más bien una enredadera compleja de raíces que se bifurcan, cruzan y vuelven a unirse en distintos momentos y espacios geográficos. La revelación de la raza perdida del Sahara verde nos invita a reevaluar nuestros mapas mentales y científicos sobre la evolución humana, destacando la importancia del continente africano en toda su extensión y diversidad. El trabajo de paleogenética en el Sahara verde también es un llamado para continuar explorando otros sitios y restos aún no estudiados, ya que seguramente existen otros linajes y poblaciones que esperan ser descubiertas. Por otro lado, comprender mejor estas ancestrales poblaciones ayudará a explicar cómo la diversidad genética que observamos hoy en poblaciones actuales, tanto en África como en otros continentes, se formó y evolucionó. Finalmente, el estudio del ADN antiguo del Sahara verde no solo redefine aspectos técnicos y científicos, sino que también tiene un valor profundo a nivel cultural e histórico.
Rescatar las historias de estas poblaciones desaparecidas contribuye a enriquecer nuestro conocimiento colectivo sobre los orígenes y la multiplicidad humana, derribando ideas de simplificación racial o étnica y promoviendo una visión más inclusiva y plural de nuestro pasado compartido. En conclusión, el descubrimiento de esta nueva raza de humanos antiguos en el Sahara verde representa una revolución en la comprensión de la historia de la humanidad. Nos recuerda que el pasado humano es un paisaje profundamente entrelazado, que nuestra especie es producto de múltiples ramas que se encuentran y diversifican a lo largo de miles de años, y que África, en toda su magnificencia y complejidad, sigue siendo el corazón pulsante de esta historia milenaria.