Donald Trump, el ex presidente de los Estados Unidos y figura polarizadora en la política contemporánea, ha logrado captar la atención del público una vez más, pero esta vez no por sus políticas o discursos incendiarios, sino por una nueva y extravagante oportunidad de merchandising que ha lanzado recientemente. La banalidad de esta propuesta plantea serias preguntas sobre su sentido de responsabilidad y su conexión con los votantes, especialmente en un momento tan crítico como lo es una campaña presidencial. En un mundo donde la imagen y la marca personal son fundamentales, Trump ha optado por capitalizar no solo su figura, sino también los valores superficiales que muchas veces representa: la ostentación y el lujo. En sus redes sociales, Trump ha promocionado una nueva línea de relojes de lujo bajo su nombre. “¡Les van a encantar! Serían un gran regalo de Navidad”, escribió en una publicación de Truth Social, enlazando a su tienda en línea.
Esta declaración, dicha con el egocentrismo que lo caracteriza, no hace más que subrayar la profunda desconexión que tiene con las realidades económicas de la mayoría de los estadounidenses. El precio de estos relojes oscila entre cantidades ridículas, algunos alcanzando hasta 100,000 dólares. Este tipo de precios no solo es una referencia irónica a sus propias raíces, sino que resuena con las críticas que se le han hecho desde que comenzó su carrera política: que proviene de una fortuna heredada y que su éxito empresarial ha estado, en gran medida, ligado a su apellido. Recientemente, durante un debate presidencial en 2016, el senador Marco Rubio apuntó que si Trump no hubiera heredado 200 millones de dólares, probablemente estaría “vendiendo relojes en Manhattan”. Hoy, la ironía de esa afirmación se vuelve aún más evidente.
Lo que hace que esta nueva aventura empresarial de Trump sea particularmente absurda es la combinación de su retórica política y sus acciones comerciales. Durante su tiempo en la Casa Blanca y en su campaña actual, ha pretendido ser un campeón de la clase trabajadora, abogando por sus intereses y llevando un mensaje de “América Primero”. Sin embargo, este lanzamiento de relojes de lujo desde su club privado en Florida parece burlarse de estas afirmaciones, al exhibir su ostentación en una época en la que muchos estadounidenses luchan por llegar a fin de mes. En cierto sentido, Trump se ha convertido en un caricatura de sí mismo, aparentemente más interesado en ganar dinero rápido que en servir al pueblo estadounidense. Además, el sitio web de productos incluye una sección de Preguntas Frecuentes que sugiere que las imágenes de los productos son meramente ilustrativas y que no hay posibilidad de reembolso.
Esta falta de transparencia y los términos de venta generan una desconfianza adicional entre los potenciales compradores. Para muchas personas, esto podría interpretarse como un intento de sacar provecho del entusiasmo de sus seguidores sin una intención real de proporcionar un producto de calidad. Más allá de su evidente falta de conexión con los votantes estadounidense, esta estrategia plantea interrogantes sobre la ética detrás de mezclar la política con el comercio de manera tan abierta y agresiva. Como se ha observado en informes recientes, ningún candidato presidencial anterior ha ligado su campaña a tantas acciones comerciales con fines de lucro. Don Fox, exconsejero general de la Oficina de Ética del Gobierno de EE.
UU., indicó que no hay precedentes en la historia reciente para alguien que monetice la presidencia o la carrera presidencial de la manera en que lo ha hecho Trump. El lanzamiento de esta colección de relojes no es un evento aislado. Es el último movimiento en una serie de esfuerzos comerciales que parecen aumentar en cantidad y variedad a medida que se acerca el día de las elecciones. Justo antes de anunciar sus relojes, Trump lanzó monedas conmemorativas de plata, una nueva criptomoneda con detalles poco claros y, por supuesto, su famosa línea de tarjetas de intercambio digitales.
Todos estos esfuerzos han generado muchas críticas, al mostrar un patrón de comportamiento que muchos consideran de un “estafador de feria de segunda categoría”. Por otro lado, es necesario reconocer que Trump se enfrenta a un estado financiero complicado. Un análisis reciente del Washington Post sugiere que sus finanzas están en una situación precaria, tanto a nivel personal como político, y no ha dudado en capitalizar su nombre para cualquier cosa que pueda generar ingresos. Sin embargo, las tácticas desesperadas que está utilizando sugieren un hombre que está más interesado en llenar sus propios bolsillos que en representar a sus electores. Esta conexión más profunda con su interés personal en lugar del interés público endosa a Trump de una imagen que está lejos de ser la del líder que dice ser.
En un contexto más amplio, la pregunta que queda es qué significa todo esto para la política en Estados Unidos y el papel que desempeñan los candidatos en la creación de relaciones auténticas y responsables con los votantes. A medida que las campañas se aferran a la mercantilización de las emociones y las lealtades políticas, es evidente que el segmentar el apoyo a través de un enfoque tan consumista plantea una serie de dilemas éticos. Si bien Trump ha logrado, sin duda, captar la atención y generar un discurso en torno a sí mismo, al final del día, su enfoque en la mercantilización de su imagen puede ser visto como un síntoma de la falta de substancia en su política. En un país donde un gran número de ciudadanos se enfrenta a desafíos económicos serios, su enfoque en los relojes de lujo y otros artículos de alto precio se siente como un golpe bajo y una burla a aquellos que aspiraban a un cambio real. En resumen, la última oportunidad de merchandising de Trump no solo es ridícula, sino que también es un reflejo de un momento en la historia política de EE.
UU. donde la imagen y la marca parecen haber tomado precedencia sobre la ética y la responsabilidad pública. Con una campaña que parece más centrada en el lucro personal que en el servicio público, el mensaje subyacente es claro: el tiempo de Trump es, sin lugar a dudas, un tiempo que está más interesado en vender que en servir.