En la era digital, cada vez más aspectos de nuestra vida son capturados, analizados y comercializados por empresas tecnológicas. La información generada por nuestras interacciones en línea, nuestros dispositivos móviles y hasta nuestras actividades cotidianas ha sido durante años objeto de un lucrativo negocio. Sin embargo, un nuevo territorio comienza a despertar preocupación: los datos cerebrales. Estos datos, extraídos directamente de la actividad neural humana mediante dispositivos neurotecnológicos, podrían convertirse en la próxima frontera de la explotación de la privacidad personal. Recientemente, senadores estadounidenses han lanzado una advertencia urgente sobre cómo las compañías del sector de la neurotecnología están recolectando, utilizando y vendiendo datos cerebrales sin un marco regulatorio claro ni consentimiento efectivo por parte de los usuarios.
Los dispositivos basados en interfaces cerebro-computadora (Brain-Computer Interface, BCI) prometen revolucionar nuestro modo de interactuar con el mundo y con la tecnología. Desde mejorar la calidad del sueño y combatir la ansiedad, hasta ofrecer nuevas formas de comunicación para personas con discapacidades, el potencial es significativo. No obstante, esto ha provocado un mercado donde la información más íntima de la mente humana —sus emociones, pensamientos, condiciones cognitivas— es capturada y, en su mayoría, comercializada por estas compañías. Los senadores Chuck Schumer, Maria Cantwell y Ed Markey han solicitado formalmente al Federal Trade Commission (FTC) que inicie una investigación sobre las prácticas de estas empresas en el manejo de datos cerebrales. Esta petición no es arbitraria.
Un informe de 2024 elaborado por la Neurorights Foundation analizó las políticas de privacidad de 30 compañías de neurotecnología que ofrecen dispositivos sin necesidad de supervisión médica y halló que 29 de ellas podían recolectar información neuronal sin restricciones significativas. Esta realidad pone en jaque la privacidad y la autonomía del individuo frente a la venta de datos que, incluso anonimizados, pueden revelar detalles sobre el estado mental, patrones emocionales y salud cognitiva. El debate gira en torno a la insuficiente regulación. Mientras que dispositivos médicos como Neuralink de Elon Musk deben cumplir con las normativas de protección de datos del ámbito sanitario, muchas herramientas consideradas de “bienestar” escapan a estos controles. La clasificación de un dispositivo como médico o de bienestar determina qué tan estrictos son los requisitos sobre consentimiento, manejo y protección de la data.
Esta ambigüedad ha llevado a que la mayoría de productos en el mercado se ofrezcan bajo la categoría de bienestar, beneficiándose de una regulación mucho menos rigurosa. El valor estratégico de los datos cerebrales es enorme. No solo hablamos de información personal, sino de datos que podrían influir en decisiones sobre contratación laboral, seguros, o incluso manipulación basada en perfiles psicológicos. La sensiblidad de esta información plantea dilemas éticos tan complejos como las tecnologías que la recopilan. Además, la posibilidad de que los usuarios no estén plenamente informados ni autorizando explícitamente el uso o la venta de esta información es una preocupación central para los senadores y grupos de defensa de la privacidad.
Algunos estados en EE.UU. han comenzado a dar pasos para proteger esta información. Por ejemplo, el estado de Colorado amplió la ley de privacidad para incluir datos biológicos, mientras que California promulgó disposiciones específicas para la protección del cerebro y datos neurales. Sin embargo, estas medidas aún son la excepción más que la regla, y la mayoría del país permanece sin una legislación especializada para esta novedosa categoría de datos.
La urgencia de regular la neurotecnología no solo responde a la protección individual, sino también a la necesidad de establecer límites éticos tecnológicos claros en un sector que avanza rápidamente. El llamado a la FTC para expandir los requerimientos de reporte y establecer salvaguardas refleja una preocupación sobre la capacidad actual de esta institución para manejar adecuadamente la situación, sobre todo considerando niveles de personal bajos y un entorno político que no favorece necesariamente la protección del consumidor a fondo. El auge de la neurotecnología abre preguntas sobre cómo redefinimos la privacidad en la era digital. Los datos personales hasta ahora se limitaban a actividades externas o fisiológicas, pero ahora involucran directamente la fuente de nuestra identidad: el cerebro. A medida que evolucionan estas tecnologías, será vital que la sociedad y los gobernantes comprendan los riesgos y concreten mecanismos transparentes para controlar el uso de esta información.
Los consumidores deben estar alerta ante la adquisición y uso de dispositivos neurotecnológicos, informarse sobre las políticas de privacidad y exigir claras garantías sobre el manejo de su información cerebral. Asimismo, cabe destacar la importancia de promover una alfabetización digital que incluya la neuroprivacidad, con el fin de empoderar a los usuarios frente al avance imparable de estas tecnologías. A nivel global, la discusión va más allá de Estados Unidos. Diversos países aún no tienen marcos regulatorios específicos para el manejo ético y seguro de datos neurales, y el comercio de esta información podría expandirse sin supervisión. Por ello, la comunidad internacional deberá colaborar para establecer normas comunes que protejan la integridad mental y la privacidad mientras se aprovechan los beneficios que la neurotecnología puede ofrecer.
En suma, la advertencia lanzada por los senadores es un llamado a la acción urgente. La venta de datos cerebrales sin regulación pone en riesgo derechos fundamentales y podría desencadenar un mercado oscuro donde la privacidad se convierta en un producto comerciable al alcance de grandes corporaciones. El futuro de la neurotecnología debe ser construido con conciencia ética y jurídica para garantizar que las innovaciones estén al servicio del bienestar humano genuino, y no de intereses comerciales mercantilistas que exploten la información más íntima que poseemos: la mente humana.