En los últimos años, España se ha destacado como una de las naciones europeas que más ha avanzado en la integración de energías renovables en su mix energético. La apuesta firme por la energía verde, impulsada por políticas ambientales y compromisos internacionales, ha llevado a que más del 50% de la electricidad en el país provenga de fuentes renovables, principalmente solares y eólicas. Sin embargo, esta transición hacia un modelo más sostenible sufrió un severo golpe reciente cuando un apagón masivo sumió a millones de personas en oscuridad, generando caos y una crisis de seguridad sin precedentes en diversas ciudades españolas y en Portugal. Ante este grave suceso, surgió el interrogante de si la apuesta por la energía verde y las políticas de net zero están detrás de este colapso eléctrico. El apagón, que tuvo lugar un día de abril de 2025, se extendió rápidamente afectando diversos sectores, desde el transporte público hasta telecomunicaciones, tiendas y servicios básicos.
El gobierno español declaró estado de emergencia y desplegó cerca de 30,000 agentes de policía para mantener el orden, ante el temor de disturbios y saqueos. La magnitud de la crisis llevó a una intensa discusión pública y mediática sobre la seguridad y estabilidad del sistema eléctrico nacional, y si la transición energética, en particular la dependencia de fuentes renovables variables, había contribuido a agravar la situación. Desde el punto de vista técnico, las renovables presentan un reto diferente a las fuentes tradicionales. Las plantas de carbón, gas o nucleares utilizan generadores con grandes masas giratorias que proporcionan inercia al sistema eléctrico. Esta inercia actúa como un amortiguador ante variaciones de frecuencia y tensión, estabilizando la red frente a interrupciones repentinas o fluctuaciones bruscas en la demanda o generación.
En contraposición, la energía solar eólica, en gran medida conectadas al sistema mediante convertidores electrónicos y sin grandes masas giratorias, aportan mucha menos inercia, lo que puede hacer más delicada la estabilidad de la red ante eventos inesperados. Expertos en energía han señalado que la acumulación de un alto porcentaje de estas fuentes variables en la red española pudo haber dificultado la gestión y respuesta ante las oscilaciones de la red durante el día del apagón. Kathryn Porter, consultora independiente en energía, destacó que “un alto nivel de energía solar y eólica puede introducir inestabilidades, y hace que el control del sistema sea más complejo, especialmente ante fallos o variaciones rápidas”. Según Porter, cuando la red carece de suficiente inercia, la frecuencia puede cambiar rápidamente, causando que dispositivos eléctricos y sistemas de protección se disparen automáticamente para evitar daños mayores, generando un efecto dominó que puede llevar al colapso generalizado. Por otro lado, el operador de la red eléctrica española, Red Eléctrica, afirmó que la causa inmediata estaba relacionada con “oscilaciones anómalas por variaciones extremas de temperatura” en el Interior peninsular.
Sin embargo, este argumento fue recibido con escepticismo ya que la jornada tuvo temperaturas relativamente moderadas comparadas con otros días, y no se detectaron eventos meteorológicos extraordinarios que pudieran justificar una inestabilidad de tal magnitud. Por ende, algunas voces dentro del sector y analistas consideraron que esta explicación podía ser un intento de desviar la atención real sobre las limitaciones técnicas del sistema eléctrico frente a la alta penetración renovable. La realidad es que la transición energética hacia un modelo net zero implica grandes retos sobre todo a nivel de infraestructuras, gestión de demanda, almacenamiento y flexibilidad. La redundancia de fuentes y la integración de soluciones tecnológicas avanzadas como baterías de gran capacidad, sistemas de hidrógeno verde, o centrales eléctricas de respaldo con rápida capacidad de respuesta se vuelven indispensables para garantizar la estabilidad y seguridad del suministro. España, a pesar de sus avances, aún está en proceso de adaptar y reforzar estos elementos para evitar situaciones similares en el futuro.
Además del aspecto técnico, el apagón puso en evidencia la vulnerabilidad social y económica frente a una interrupción prolongada del suministro eléctrico. Millones de personas quedaron sin transporte público, en especial en las grandes ciudades como Madrid y Barcelona, donde el metro y trenes se paralizaron y usuarios quedaron atrapados en estaciones y túneles sin señalización ni comunicación efectiva. Las comunicaciones móviles colapsaron, afectando la capacidad de las autoridades para coordinar la emergencia y a la población para informarse y contactar con familiares. La escasez de electricidad también provocó pánico entre la ciudadanía, que salió en masa a supermercados y estaciones de servicio para abastecerse rápidamente, dejando estantes vacíos y generando largas filas en cajeros automáticos que también sufrieron interrupciones al no funcionar los sistemas electrónicos. La inseguridad ciudadana fue un factor de preocupación constante, motivo por el cual se implementaron medidas policiales reforzadas en numerosas zonas para evitar saqueos y desórdenes mayores.
Este apagón no solo afectó a España sino que también traspasó fronteras hacia Portugal, que depende en parte de la red española para su abastecimiento. La interdependencia energética entre ambos países resaltó la importancia de una coordinación regional en la gestión y protección de la infraestructura crítica ante incidentes de gran escala. En el plano político, el episodio suscitó debates acalorados sobre la conducción y planificación de la política energética. Críticos del modelo renovable calificaron el apagón como una evidencia de que la energía verde aún no está lista para sostener el suministro eléctrico de manera segura y continua. Por su parte, defensores de la transición energética argumentaron que ningún sistema está exento de fallos y que eventos como este deben servir para mejorar la resiliencia y acelerar la implementación de tecnologías de soporte, no para retroceder o cuestionar el objetivo de descarbonización.
La experiencia española también resalta la necesidad de educar y preparar a la sociedad para nuevas formas de consumo energético y para emergencias relacionadas con la energía. La complejidad y novedad de los sistemas basados mayoritariamente en renovables requiere un cambio cultural en el consumo responsable y en la expectativa de disponibilidad, así como un fortalecimiento de los protocolos de emergencia y comunicación ciudadana. Mirando hacia adelante, el reto para España será combinar su abundante recurso renovable con un sistema robusto, flexible y tecnológicamente avanzado. Inversiones significativas en almacenamiento energético, generación distribuida, redes inteligentes y respuesta de la demanda son imperativas para que la transición verde no solo sea ambientalmente viable sino social y económicamente sostenible. La integración equilibrada de fuentes tradicionales de respaldo, quizás con tecnologías más limpias como el gas renovable o pequeñas centrales hidroeléctricas, también podría jugar un papel importante en aportar estabilidad durante la fase de transición.
En conclusión, el apagón masivo sufrido evidencia que la energía verde, aunque crítica para combatir el cambio climático, introduce desafíos técnicos significativos para la estabilidad del sistema eléctrico. No es que las renovables sean la única causa, sino que el sistema actual debe evolucionar y adaptar sus infraestructuras y sistemas de gestión para soportar un alto porcentaje de generación variable. España está en un momento crucial donde debe aprender las lecciones de esta crisis y acelerar la modernización de su red y las políticas energéticas para cumplir con objetivos climáticos y asegurar un suministro eléctrico confiable para todos sus ciudadanos.