En el escenario mundial actual, pocas discusiones generan tanto interés como la competencia entre Estados Unidos y China. Durante décadas, la evolución de China ha captado la atención de analistas, políticos y académicos, quienes han alternado entre ver al gigante asiático como una amenaza inminente o como una potencia sobrevalorada. El fenómeno de subestimar a China, sin embargo, ha demostrado ser un error estratégico que podría tener profundas consecuencias para el equilibrio global y la seguridad internacional. Para comprender la importancia de no caer en la trampa de minimizar el ascenso chino, es imprescindible realizar una evaluación rigurosa y desapasionada de sus capacidades económicas, políticas y militares. Durante los últimos cuarenta años, China experimentó un crecimiento económico sin precedentes, transformándose en la segunda economía más grande del mundo.
Este crecimiento no solo implicó mayores recursos financieros, sino también una ampliación significativa de su influencia en materias de comercio global, innovación tecnológica y diplomacia internacional. El avance de China en el terreno geopolítico ha sido igualmente notorio. Beijing ha buscado consolidar su posición a través de una estrategia multifacética que incluye la expansión de redes de infraestructura por medio de iniciativas como la Franja y la Ruta, una diplomacia activa en foros multilaterales y el fortalecimiento de su presencia en regiones clave como Asia-Pacífico, África y América Latina. Estas acciones apuntan a cambiar las reglas del orden internacional y a desafiar la hegemonía tradicional que Estados Unidos ha ejercido desde la Segunda Guerra Mundial. En el ámbito doméstico, el liderazgo de China bajo Xi Jinping ha promovido un modelo político centralizado y autoritario que busca garantizar estabilidad y cohesión interna frente a desafíos como la desigualdad social, las tensiones étnicas y las demandas ambientales.
Esta estabilidad política, combinada con una visión estratégica a largo plazo, ha permitido diseñar y ejecutar planes para acelerar el desarrollo tecnológico y militar, áreas fundamentales para proyectar poder en el entorno global. Estados Unidos, por otro lado, ha enfrentado períodos de incertidumbre y descoordinación en su política exterior, especialmente en lo relacionado con China. En tiempos recientes, esta incertidumbre se ha reflejado en posiciones fluctuantes que oscilaron entre la complacencia y la confrontación abierta. Durante la crisis financiera global de 2008 y la pandemia de COVID-19, muchos consideraron que el declive estadounidense estaba consolidado y que China tomaría el liderazgo mundial sin mayores obstáculos. Sin embargo, el desempeño económico de China tras la pandemia y sus políticas internas han evidenciado que los retos que enfrenta son complejos y aún no superados.
La volatilidad en la interpretación de las capacidades y la voluntad de China para liderar mundialmente ha creado un efecto de péndulo, pasando de una percepción de amenaza inminente a un subestimado relativo que corre el riesgo de dejar a Estados Unidos sin una respuesta adecuada y coordinada. Bajo esta perspectiva, algunos expertos señalan que el mayor peligro no es que China sea una potencia fuerte, sino que Estados Unidos no logre articular una estrategia de alianzas efectiva para contrarrestarla. Las alianzas y coaliciones internacionales son cruciales para equilibrar la influencia china. Beijing puede explotar lagunas estratégicas en la cooperación transatlántica o en la relación entre Estados Unidos y sus aliados regionales para expandir su esfera de influencia. Por ello, fortalecer vínculos con países de Asia, Europa y otras regiones resulta indispensable para crear un frente común que ejerza presión diplomática, económica y militar sobre China, promoviendo reglas claras en el sistema internacional y evitando que Beijing dicte unilateralmente las normas.
Además, la competencia tecnológica entre ambas potencias se ha convertido en un campo fundamental de disputa. China ha invertido grandes recursos en inteligencia artificial, telecomunicaciones, energía renovable y tecnologías militares avanzadas que podrían redefinir la superioridad estratégica. Así, no solo es necesario vigilar y responder a sus avances, sino también fomentar la innovación en el propio territorio estadounidense y en sus aliados para mantener la competitividad y la seguridad nacional. El asunto de Taiwán es un punto central en esta rivalidad. La isla no solo representa un interés estratégico para Beijing, sino que también simboliza los valores democráticos y el orden internacional que Estados Unidos y sus aliados defienden.
La escalada de tensiones en el estrecho de Taiwán podría desencadenar un conflicto con consecuencias globales, por lo que una estrategia clara y coordinada es indispensable para disuadir posibles acciones militares y asegurar la estabilidad regional. En términos económicos, aunque China ha sufrido desaceleraciones y enfrenta desafíos estructurales como el envejecimiento poblacional y la deuda, sigue siendo un actor central en las cadenas globales de valor. La interdependencia económica entre las dos potencias implica que cualquier confrontación debe ser manejada con prudencia para evitar daños colaterales severos. En este contexto, la política comercial y tecnológica debe buscar equilibrar la competencia con la cooperación, evitando rupturas que perjudiquen a ambas economías y al orden mundial. Finalmente, el enfoque hacia China debe estar basado en un realismo claro, que evite tanto el alarmismo desmesurado como la complacencia frente a su ascenso.
Solo a través de una evaluación honesta y pragmática será posible diseñar políticas eficaces y adaptativas que respondan a las ambiciones chinas sin caer en enfrentamientos innecesarios. Subestimar a China constituye un riesgo estratégico significativo para Estados Unidos y el orden mundial. Para contrarrestar esta realidad, es imprescindible construir una nueva dimensión de cooperación internacional basada en alianzas sólidas, innovación tecnológica y un compromiso profundo con los valores democráticos y las normas internacionales. En definitiva, solo enfrentando la competencia con claridad y unidad, Estados Unidos podrá mantener su influencia y promover un sistema global equilibrado y estable en las próximas décadas.