La idea de que nuestra realidad podría ser una simulación digital ha capturado la imaginación tanto de científicos como de filósofos, alimentando debates sobre la naturaleza de la existencia y la tecnología futura. Sin embargo, un estudio reciente plantea serias restricciones físicas y astrofísicas que hacen que esta hipótesis, conocida como la hipótesis de la simulación, sea casi imposible dentro del marco de nuestra comprensión actual del universo. El análisis se basa en la relación intrínseca entre la información y la energía, así como en diversas observaciones y restricciones derivadas de fenómenos astrofísicos. En esencia, este trabajo demuestra que las demandas energéticas y computacionales necesarias para simular nuestra realidad excederían enormemente lo físicamente posible o plausible. La hipótesis de que podríamos vivir en una simulación parte de la premisa de que una civilización sobresaliente en tecnología podría reconstruir con exactitud o con alta fidelidad toda la complejidad del universo observable.
Esta idea fue popularizada en la cultura contemporánea por filósofos y científicos que especulan sobre futuros avances tecnológicos y una posible arquitectura computacional capaz de recrear consciencias, leyes físicas y eventos del cosmos. Sin embargo, al analizar los límites energéticos, el estudio señala que simular incluso una pequeña parte del universo visible requeriría cantidades inmensas de energía, que no solo son inalcanzables con nuestra actual tecnología sino que desafían principios fundamentales de la física. Uno de los aspectos centrales del trabajo es la relación entre la información y la energía. Los procesos computacionales requieren energía para almacenar y procesar información, y simular un entorno tan vasto y complejo como el universo conllevaría entrenar una enorme cantidad de bits de información. Las leyes termodinámicas indican que la manipulación de información impone un coste energético mínimo, conocido como el principio de Landauer.
Aplicando este principio a la escala universal, la energía necesaria para representar y actualizar cada detalle físico de nuestro cosmos superaría cualquier suministro energético concebible, incluso para una civilización altamente avanzada. Además, la investigación divide la hipótesis en tres escenarios principales: la simulación de todo el universo visible; la simulación exclusiva de la Tierra; y una simulación de baja resolución de nuestro planeta basada en observaciones de neutrinos de alta energía. En cada uno de estos modelos, las demandas de energía para procesar toda la información requerida son astronómicas. Incluso para la simulación solo de la Tierra, la energía requerida para representar con precisión todos los fenómenos físicos se encuentra muy por encima de cualquier capacidad tecnológica imaginable. Estos hallazgos sugieren que, salvo que existan leyes físicas completamente diferentes o universos con propiedades radicalmente distintas, el concepto de simulación realista de nuestra realidad es inviable.
Un punto interesante del estudio reside en el análisis de las restricciones derivadas de datos astrofísicos, como la detección y análisis de neutrinos de alta energía. Estos neutrinos, que viajan a través del espacio casi sin interacción, pueden ser usados para evaluar la resolución con la que un hipotético simulador podría representar ciertos eventos cósmicos. La coincidencia entre las observaciones reales y las expectativas físicas impide que haya un nivel de discretización o “pixelación” detectable que sugeriría una simulación de baja resolución. Esto apunta a que, si estuviéramos en una simulación, los límites en la resolución serían mucho más evidentes y, sin embargo, no hay señales claras de ello. Además, el estudio aborda también las posibles propiedades de un universo “madre” capaz de simular nuestro cosmos.
Para que existiera tal universo, tendría que poseer leyes físicas que permitan niveles de computación y suministro energético inconcebibles o diferentes a las nuestras, planteando así un problema antropológico y científico. ¿Es razonable asumir la existencia de un universo padre capaz de sostener una tarea computacional ilimitada? ¿Y acaso eso simplemente desplaza la pregunta del origen último de la realidad a otra escala sin resolver el problema fundamental? Estos argumentos refuerzan la visión de que nuestra realidad es probablemente fundamental y no una construcción artificial. La aparente coherencia, continuidad y consistencia de las leyes físicas a escalas macroscópicas y microscópicas sugieren que la naturaleza de nuestro universo no está limitada por el hardware o software de una simulación. Las complejidades inherentes a las interacciones físicas y la ausencia de señales concluyentes sobre una estructura discreta apoyan la idea de un universo genuino. Esta conclusión no niega que la idea de simulación siga sirviendo como herramienta filosófica o especulativa para cuestionar la naturaleza de la conciencia y la realidad, ni que futuras tecnologías puedan avanzar notablemente en simulación computacional.
Pero pone límites claros a la viabilidad científica de esta hipótesis en lo que respecta a simular un universo con las propiedades y la escala del nuestro. Así, la investigación reciente aporta un importante enfoque basado en la física rigurosa y en observaciones astrofísicas que dificultan dar crédito a la concepción popular de la simulación universal. Más allá de los límites tecnológicos presentes y futuros, los requerimientos energéticos y la compatibilidad con leyes físicas conocidas imponen barreras casi insuperables. Esto contribuye a consolidar la comprensión de la realidad como un fenómeno físico fundamental, no una ilusión mediada por algoritmos o códigos computacionales. En definitiva, el análisis científico sitúa la hipótesis de la simulación en el ámbito de la especulación filosófica sin bases empíricas sólidas ni viabilidad técnica comprobable.
Si bien la imaginación continúa explorando esta posibilidad, el peso de la evidencia y la lógica física nos invitan a aceptar que vivimos en un universo material auténtico y no en una réplica artificial. Este reconocimiento es fundamental para avanzar en nuestra búsqueda de conocimiento, centrando la atención en las leyes y misterios intrínsecos del cosmos real.