La cognición humana ha sido objeto de estudio durante siglos, intentando comprender cómo pensamos, cómo aprendemos y cómo damos sentido a nuestro entorno. Entre las múltiples teorías que intentan explicar la naturaleza del pensamiento, una se destaca por su audacia y profundidad: la analogía como el centro neurálgico del proceso cognitivo. Esta perspectiva propone que nuestra capacidad para hacer analogías no es simplemente una herramienta más dentro de un repertorio mental, sino que es la esencia misma de la forma en que concebimos el mundo y nos relacionamos con él. La visión tradicional de la cognición a menudo ha considerado el razonamiento y la resolución de problemas como los pilares fundamentales del pensamiento humano. Sin embargo, según varios expertos en ciencias cognitivas, estas habilidades, aunque importantes, permanecen en los márgenes del proceso cognitivo real.
La analogía, en contraste, no es un simple método secundario o un recurso eventual; es la tela omnipresente que teje cada uno de nuestros pensamientos y percepciones. Desde el momento en que nacemos, comenzamos a construir nuestro entendimiento del mundo mediante la creación de 'trozos' o 'conceptos' que organizan la realidad en unidades manejables. Este proceso, conocido como chunking, implica la agrupación de conceptos pequeños en conjuntos más complejos, facilitando la percepción y el recuerdo. En la infancia, nuestros conceptos son fragmentados y limitados, lo que explica por qué los recuerdos de los primeros años son tan escasos o inexistentes para la mayoría de las personas. A medida que crecemos, estos conceptos se vuelven más amplios y abstractos, permitiéndonos captar y almacenar eventos extensos con detalle sofisticado.
La clave de este fenómeno radica en la analogía. Cada nuevo concepto o experiencia que adquirimos se construye a partir de la comparación y el mapeo de similitudes con conceptos previos, aunque nunca de manera exacta. Esta inexactitud es precisamente lo que define a la analogía — un ajuste flexible pero significativo entre lo conocido y lo desconocido, lo familiar y lo nuevo. La percepción, entonces, no es simplemente la captación pasiva de información sensorial, sino una interpretación activa y dinámica que se basa en analogías para darle sentido. Esta característica se extiende al lenguaje y la forma en que etiquetamos el mundo.
Las palabras y frases no son meras etiquetas arbitrarias, sino símbolos que representan agrupaciones complejas y fluidas de analogías. Por ejemplo, el término 'sombra' abarca una multiplicidad de significados que no están claramente delimitados, sino que forman una región difusa en nuestro espacio conceptual, reforzada por múltiples usos y contextos que comparten un núcleo común. Estas categorizaciones lingüísticas, lejos de ser estáticas, evolucionan con nuestra experiencia y moldean a su vez cómo percibimos la realidad. La adquisición y aplicación de dichos conceptos no se limita solo a sustantivos. Verbos, adverbios, frases hechas e interjecciones también funcionan como categorías mentales que evocan situaciones particulares llenas de matices contextuales.
Expresiones como “probablemente”, “sin pestañear” o “qué lástima” son ejemplos de cómo utilizamos el lenguaje para comunicar no solo información, sino también estados emocionales, juicios y actitudes a través de un marco analógico. Un fenómeno interesante y revelador es la ocurrencia de 'blends' o mezclas léxicas, donde competidores conceptuales cercanos en nuestra mente se intercalan en nuestro discurso sin que la mayoría de nosotros nos demos cuenta. Estas fusiones evidencian la constante tensión y negociación entre distintas categorías analógicas que nuestro cerebro maneja en milisegundos, lo que sugiere que el pensamiento es un proceso mucho más complejo y sutil que el simple acceso aleatorio a conceptos. La analogía también desempeña un papel fundamental en la memoria, especialmente en cómo recuperamos y reorganizamos fragmentos almacenados a lo largo del tiempo. Recuerdos complejos, aunque no posean una etiqueta lingüística precisa, pueden ser activados y desempacados para revelar subcomponentes que a su vez remiten a otros recuerdos interrelacionados.
Este proceso de desempacado y reinterpretación es el motor central de la cognición, un bucle dinámico donde la percepción activa conceptos almacenados que a su vez traen a la mente nuevas imágenes y asociaciones en un ciclo interminable de enriquecimiento mental. Tal como revela esta perspectiva, el pensamiento cotidiano rara vez se reduce a resolver problemas o seguir rutas lógicas rígidas. Más bien, es un paseo no lineal y organizado a través de un vasto espacio mental, acompañados por una percepción constante que busca ajustar y reelaborar analogías de ideas y situaciones. Esta actividad no ocurre en un vacío, sino en un contexto siempre tingido por nuestra experiencia personal, nuestras metas, y también por influencias externas como la cultura y el lenguaje. El papel del lenguaje es particularmente crucial.
No solo proporciona etiquetas compartidas para nuestros conceptos y experiencias, sino que también configura la manera en que esos conceptos se forman y el orden en que se manifiestan en nuestra mente. Este fenómeno resuena con la hipótesis Sapir-Whorf, que sugiere que el lenguaje determina o al menos influye profundamente en nuestra percepción y pensamiento. Contrario a modelos anteriores que minimizaron este efecto, ahora se reconoce que nuestra cosmovisión está, en gran medida, ‘canalizada’ por los términos y las categorías culturales disponibles para nosotros. Al comunicarnos, no simplemente intercambiamos símbolos arbitrarios, sino que transmitimos complejas danzas mentales que deben ser ‘rehidratadas’ por la mente receptora para recrear imágenes y pensamientos profundos. Esta metáfora de ‘añadir agua’ a un polvo deshidratado simboliza cómo transformar simples palabras en experiencias mentales completas fundamentadas en analogías.
El proceso de traducción es un ejemplo espléndido de esta idea. Traducir no se trata solo de intercambiar palabras de un idioma a otro; es una actividad creativa e interpretativa donde el traductor debe captar el espíritu, tono, y estructura simbólica del original para reconstruir una experiencia mental comparable en un idioma distinto. A través de decisiones cuidadosas y numerosos compromisos, el traductor navega tensiones entre fidelidad literal, musicalidad, ritmo y resonancia cultural. Estas decisiones son análogas a las que todos hacemos constantemente cuando comprendemos y producimos lenguaje y pensamiento, resaltando el papel del análisis comparativo y la analogía en la producción cognitiva. Más allá del lenguaje, la analogía subyace también en nuestra capacidad para conectar dominios aparentemente dispares.
Por ejemplo, imaginar un partido de fútbol que replica estratégicamente un juego de baloncesto es un ejercicio de analogía transporte, o “trans-sportation”, donde movimientos, roles y situaciones se reformulan entre sistemas diferentes pero manteniendo una estructura reconocible. Esta habilidad para mapear patrones entre contextos diversos demuestra lo flexible y profunda que es la analogía en nuestra mente. La analogía también desafía modelos convencionales de la conciencia y percepción, como el concepto de un 'teatro cartesiano' donde un observador interno contempla imágenes mentales. En cambio, evidencia moderna de psicología perceptual sostiene que la memoria operativa contiene estructuras temporales activas, simultáneamente desplegando y procesando fragmentos conceptuales en tiempo real. Este enfoque evita el problema del regresivo infinito y explica cómo podemos tener pensamientos ricos y conectados sin depender de un espectador interno único.
En definitiva, la visión de la analogía como el eje central de la cognición invita a reconsiderar profundamente nuestras ideas sobre el pensamiento humano. Más que una herramienta secundaria, la analogía es la esencia misma de cómo formamos conceptos, cómo recordamos y generamos nuevos significados, cómo nos comunicamos y entendemos el mundo. Este enfoque abre nuevas vías para la investigación en inteligencia artificial, lingüística, creatividad, y psicología cognitiva, y puede contribuir a superar divisiones tradicionales dentro de las ciencias cognitivas al ofrecer un marco unificador. Además, nos brinda una perspectiva enriquecedora sobre la experiencia humana, mostrando que pensar es, en esencia, construir puentes creativos entre lo familiar y lo novedoso, entre lo que somos y lo que podemos imaginar. La analogía, por tanto, no es solo un aspecto más del pensamiento, sino la vasta atmósfera que lo envuelve por completo, la fuerza moldeadora de nuestra percepción, entendimiento y expresión.
Reconocer su poder y alcance es reconocer la naturaleza misma de nuestra mente y nuestra humanidad.