Durante la turbulenta época de la Guerra Fría, la historia de la computación fue mucho más que una simple carrera tecnológica entre bloques. Entre secretos y desencuentros ideológicos, surgió una línea de investigación apasionante que puso en jaque los principios binarios que durante décadas definieron la informática: la computación ternaria. Más allá de la mera técnica, este campo abrió una puerta a debates filosóficos que resonaron con las ideas de la tradición alemana, particularmente con la dialéctica hegeliana. En los inicios de los años cincuenta y sesenta, la computación estaba firmemente asentada en la lógica binaria —el sistema de ceros y unos que hoy conocemos como bits—. Sin embargo, algunos científicos y pensadores visionarios comenzaron a cuestionar si esa dicotomía era suficiente para abarcar la complejidad del pensamiento humano y el funcionamiento del cerebro.
Fue en este contexto cuando Nicolás Brusentsov, un ingeniero soviético, diseñó SETUN, la primera computadora ternaria basada en "trits" —un sistema que utiliza tres valores: 1, 0 y -1. Este diseño prometía una arquitectura más natural, eficiente y económica, contraponiéndose al paradigma dominante. La existencia de SETUN y su apuesta por la lógica ternaria no fue una mera anécdota técnica, sino que reflejaba una lucha profunda entre paradigmas filosóficos y científicos. Por un lado, en la Unión Soviética, predominaba una fuerte influencia del marxismo-leninismo, que en un primer momento rechazó con vehemencia la cibernética occidental por considerarla una pseudociencia “burguesa” idealista. Sin embargo, con el tiempo, surgió un interés creciente por esta disciplina como instrumento estratégico, aunque siempre bajo el prisma de la dialéctica marxista y las complejas tensiones ideológicas.
En el otro extremo, en Estados Unidos, figuras como Warren McCulloch, uno de los padres de la cibernética y de la teoría de autómatas, desplegaron una perspectiva que desafiaba las limitaciones binarias. McCulloch desarrolló la idea de redes neuronales formales compuestas por sinapsis teóricas que funcionaban como interruptores on/off, replicando funciones booleanas básicas. Estas redes ejercieron una influencia fundamental en la arquitectura computacional moderna y abrieron el camino a lo que hoy conocemos como aprendizaje automático. Sin embargo, McCulloch no se limitó a la ciencia dura: su interés filosófico le llevó a cuestionar la dualidad hombre-máquina y a proponer una visión más allá del binarismo, un posthumanismo que, aunque basado en la tecnología, aspiraba a reconfigurar el paradigma epistemológico. La propuesta ternaria, sin embargo, tenía sus dificultades.
SETUN sólo alcanzó una producción muy limitada y pronto fue eclipsada por un proceso global de estandarización de hardware dominado por la lógica binaria. En la práctica, la arquitectura ternaria nunca logró materializar adecuadamente su potencial, debido en parte a obstáculos técnicos que impedían que un interruptor codificara dos valores “on” en una sola implementación física efectiva. Aunque el concepto fue emulado en software durante décadas, la computación ternaria como sistema hardware nunca se consolidó, permaneciendo en gran medida en el terreno de la imaginación y la especulación teórica. Pero esta historia imaginaria de la computación ternaria ofrece una profunda ventana para reconsiderar la relación entre lógica, conciencia y tecnología. El filósofo y lógico alemán Gotthard Günther fue una figuraclé en esta reflexión interdisciplinaria.
Günther propuso una lógica “transclásica” que buscaba superar las limitaciones del sistema aristotélico binario incluyendo niveles adicionales de negación. Para él, la dialéctica hegeliana ofrecía la base metafísica para comprender una lógica multinivel, capaz incluso de formalizar los procesos contradictorios y reflexivos que describen la conciencia humana, algo que la lógica clásica no podía abarcar. Günther mantuvo un diálogo activo con McCulloch y otros pioneros, trabajando en formas de integrar las ideas de la lógica multivaluada en el diseño de autómatas y sistemas cibernéticos. Su interés no sólo fue filosófico, sino también técnico y cultural: veía en la ciencia ficción, un género artístico que escapaba a la lógica aristotélica, un vehículo para explorar y popularizar esta nueva lógica. La visión de Günther al respecto anticipó debates contemporáneos sobre la inteligencia artificial, la singularidad tecnológica y los límites del razonamiento lógico.
La reflexión sobre la imposibilidad de pensar plenamente en un sistema multivaluado debido a limitaciones fisiológicas nos confronta con un enigma crucial: ¿puede la máquina trascender los límites del pensamiento humano, o simplemente refleja una versión expandida de ella? Los esfuerzos de Günther por cartografiar una lógica capaz de comunicar diferentes sistemas binarios a través de una interfaz ternaria apuntan a la necesidad de encontrar un lenguaje común entre humanos y máquinas, una cuestión que en la actualidad se vuelve cada vez más urgente con la proliferación de algoritmos opacos y “cajas negras” en la inteligencia artificial. Además de las implicaciones técnicas y filosóficas, la historia de la computación ternaria revela un choque de culturas intelectuales durante la Guerra Fría. Mientras Occidente avanzaba hacia una tecnocultura pragmática y desconectada de sus bases metafísicas, la Unión Soviética mantenía una visión teleológica impregnada de filosofía hegeliana y marxista; aunque ambas partes intentaban dominar la información, sus entendimientos diferían radicalmente. Este contraste atestigua cómo la tecnología, en su vertiente más esencial, nunca está separada de las ideas sobre la realidad y el conocimiento. La metáfora de la dialéctica hegeliana aplicada a la programación y a las máquinas invita a reconsiderar la relación entre lo abstracto y lo material, lo real y lo imaginario, en un mundo digital cuyo futuro sigue estando abierto y lleno de promesas y desafíos.
En definitiva, la llamada “computación ternaria” representa más que un experimento histórico: es una manifestación conceptual que interroga la vigencia de la lógica tradicional, la naturaleza del pensamiento y la posibilidad de un pensamiento computacional ampliado. Las ideas de filósofos como Hegel y Günther, puestas en diálogo con los avances en cibernética y teoría de autómatas, ofrecen un mapa indispensable para entender las complejidades de la inteligencia artificial y la cultura digital. A pesar de que SETUN y otros sistemas ternarios no lograron revolucionar la industria informática, su legado intelectual persiste. La informática continúa siendo binaria en su base material, pero el ámbito del software, la interpretación lógica y el aprendizaje automático acogen cada vez más conceptos y estructuras multivaluadas. En ese sentido, la visión de que la máquina pueda encarnar modelos dialécticos y superar la lógica simplista no es solo una abstracción filosófica, sino un horizonte científico.