En la era digital actual, donde la tecnología avanza a pasos agigantados y la mayoría de los usuarios accede a la web a través de dispositivos complejos y conexiones veloces, el concepto de mejora progresiva cobra una relevancia que va más allá de la mera técnica. Este enfoque, que alguno podría interpretar solo como un conjunto de buenas prácticas para la compatibilidad web, es en realidad un argumento ético y moral que desafía a los desarrolladores a considerar la diversidad, la inclusión y la responsabilidad social en cada línea de código que escriben. La mejora progresiva se basa en la idea de que las aplicaciones y sitios web deben funcionar correctamente en la base —es decir, en su forma más sencilla— para todos los usuarios, sin importar sus circunstancias tecnológicas o particulares. En lugar de depender exclusivamente de tecnologías modernas como JavaScript avanzado, las aplicaciones deben ofrecer funcionalidad fundamental accesible incluso cuando algunas características no están disponibles. Esto garantiza que, aunque un usuario tenga una conexión lenta, un dispositivo antiguo o limitaciones impuestas por políticas corporativas, pueda igualmente acceder y utilizar la información o servicio ofrecido.
Esta perspectiva, sin embargo, no ha estado exenta de controversias. Algunos desarrolladores y empresas ven la implementación de la mejora progresiva como una carga innecesaria o un obstáculo para el desarrollo rápido y el despliegue de aplicaciones modernas, confiando ciegamente en que los usuarios cuentan con la tecnología adecuada para una experiencia plena basada en JavaScript y otros recursos avanzados. En este debate, la defensa de la mejora progresiva ha sido tachada en ocasiones como un argumento moral que resulta difícil de sostener en el mundo real, donde la practicidad y la rentabilidad parecen primar. Pero la realidad es que la mejora progresiva constituye una defensa contra la exclusión digital. No se trata solo de poner en marcha aplicaciones que funcionen técnicamente, sino de garantizar el derecho fundamental de todas las personas a acceder al contenido y a los servicios web sin barreras artificiales.
Cuando un desarrollador ignora la mejora progresiva, está consciente o inconscientemente decidiendo a quién excluir de esa experiencia digital, ya sea por desconexión económica, limitaciones técnicas o circunstancias personales. El entorno tecnológico es inhóspito y fragmentado. El desarrollador web no tiene control sobre la variedad enorme de dispositivos, sistemas operativos, navegadores, configuraciones, redes o políticas que sus usuarios emplean. La incertidumbre sobre dónde y cómo se accederá a su producto digital es una constante. Por eso, asumir que todos utilizan la versión más actualizada de cierto navegador o que siempre tendrán JavaScript activado es un acto de arrogancia, que no solo compromete la accesibilidad sino que refleja una falta de empatía y responsabilidad social.
La mejora progresiva invita a los profesionales a probar sus aplicaciones en escenarios reales y diversos, evaluando cómo se desempeñan bajo condiciones limitadas y asegurándose de que, al menos, la función básica esté disponible. Se trata de detectar características, adaptar contenido y optimizar la experiencia para que nadie quede relegado. En la práctica, esto significa no dar por sentado que depende exclusivamente de librerías o frameworks complejos para que todo funcione, sino construir lentamente desde lo simple y básico, hasta lo sofisticado y avanzado. Desde una perspectiva moral, esta práctica implica reconocer la diversidad humana y tecnológica y actuar en consecuencia para no dejar a nadie atrás. Esto es especialmente importante en regiones con conectividad limitada, usuarios con dispositivos antiguos, corporaciones con estrictas políticas de seguridad o personas con discapacidades.
Ignorar esta responsabilidad no es solo un error técnico, sino una actitud que refleja indiferencia hacia la justicia y la equidad social. Además, la mejora progresiva es un antídoto contra la brecha digital que divide a quienes pueden aprovechar las últimas tecnologías de los que no pueden. En la práctica cotidiana, esta brecha puede significar la diferencia entre poder acceder a servicios esenciales, como reservar vuelos o realizar compras en línea, y quedar excluido. La web no puede ser un espacio reservado solo para privilegiados con acceso a equipos y conexiones óptimas. Quienes defienden la mejora progresiva entienden que aunque el esfuerzo para implementarla pueda ser mayor, esta inversión es una manifestación de madurez profesional y compromiso ético con la comunidad global de usuarios.
Más allá de las excusas relacionadas con la falta de tiempo, permisos o presupuesto por parte de empresas o gerentes, subyace una reflexión sobre las prioridades que guían el desarrollo de productos digitales. En muchos casos, la presión capitalista y la obsesión con la velocidad de entrega alejan a los desarrolladores de actuar en favor de un bien mayor, lo que termina por reproducir desigualdades en el acceso a la tecnología. Al refutar falsas premisas como que la mejora progresiva exige que toda funcionalidad, incluso juegos complejos en canvas, funcione sin JavaScript, se abre paso el verdadero argumento: la responsabilidad de proveer una experiencia fundamental accesible y funcional para todos. Para un contenido orientado a la información, por ejemplo, no es solo deseable sino indispensable que se pueda acceder a textos, imágenes y formularios básicos sin depender de tecnologías avanzadas. Este compromiso se asienta en principios éticos profundos: la empatía con los usuarios menos privilegiados, el respeto a la diversidad tecnológica y humana, y la afirmación de que un desarrollo responsable no puede obviar las realidades que afectan a miles de millones en todo el mundo.
De allí que la mejora progresiva no sea solo una técnica, sino una postura moral que separa a quienes ven la web como un espacio inclusivo de quienes la entienden como un privilegio exclusivo. En contraste, quienes se oponen a la mejora progresiva o la ven como una carga moral argumentan frecuentemente por la simplicidad, la eficiencia o la modernidad, muchas veces sin considerar las consecuencias reales para ciertos grupos de usuarios. Esta actitud puede interpretarse como una forma de egoísmo digital, donde prevalecen los intereses individuales o corporativos por encima del bienestar colectivo. Finalmente, la mejora progresiva también es una forma de resistencia ante tendencias problemáticas que emergen en el entorno tecnológico, incluidas prácticas empresarialistas que priorizan el beneficio económico por sobre el acceso universal, o modalidades de pensamiento que promueven la exclusión y la desigualdad. En este escenario, adoptar la mejora progresiva es posicionarse en defensa de una web abierta, democrática y accesible, una herramienta que debe servir a todos por igual.
En conclusión, la discusión sobre la mejora progresiva no es una cuestión meramente técnica o una moda pasajera. Es un debate sobre los valores, el compromiso y la ética en el desarrollo web. Los profesionales que la abrazan están, en definitiva, eligiendo hacer del mundo digital un lugar más justo, comprensivo y humano. Por ello, más que una opción, la mejora progresiva representa un imperativo moral para todos aquellos que crean, desarrollan y gestionan experiencias en línea, recordando siempre que detrás de cada clic hay personas, diversas y únicas, que merecen ser consideradas y respetadas.