En la era digital actual, la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en una herramienta fundamental para transformar múltiples sectores, desde el legal hasta el entretenimiento. Sin embargo, detrás del impresionante avance tecnológico, existe un desafío ambiental significativo que está afectando a comunidades alrededor del mundo: la creciente demanda de agua para mantener operativos los centros de datos que hacen funcionar a los sistemas de IA. Cada vez que se envía una consulta a un chatbot o se solicita un procesamiento complejo de datos, se activa una cadena de computación en un centro de datos. Estos centros alojan miles de servidores que generan enormes cantidades de calor y requieren sistemas de enfriamiento extremadamente eficientes para su funcionamiento continuo. La forma más habitual, y aún dominante, para lograr este enfriamiento es mediante el uso intensivo de agua, empleando técnicas como la refrigeración evaporativa o “swamp cooling”.
El problema surge con la ubicación geográfica de estos centros. Un análisis exhaustivo realizado recientemente reveló que más de dos tercios de los nuevos centros de datos construidos o en desarrollo desde 2022 se encuentran en zonas con altos niveles de estrés hídrico. Esto significa que estas regiones ya enfrentan dificultades significativas para cubrir la demanda de agua para uso agrícola, residencial e industrial, y ahora esta presión se agrava debido a la expansión de la industria tecnológica. Estados como Texas y Arizona en Estados Unidos, áreas que además sufren sequías recurrentes, han acogido la mayoría de estas nuevas instalaciones. La paradoja es evidente: se eligen ubicaciones con buena disponibilidad energética y condiciones regulatorias favorables, pero la falta de agua abundante se convierte en un problema creciente.
Esta realidad no es exclusiva de Estados Unidos. Países como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, China e India evidencian patrones similares, con datos que indican un aumento significativo de instalaciones de datos en regiones áridas o semiáridas. El uso de agua en estos centros no solo implica el recurso directo empleado para el enfriamiento. Indirectamente, también se considera el agua consumida para la generación eléctrica necesaria para alimentarlos. Se estima que en promedio un centro de datos con una potencia de 100 megavatios consume aproximadamente dos millones de litros de agua al día, un volumen equivalente al consumo de miles de hogares.
A nivel global, esta cifra podría ascender a 1,200 mil millones de litros para el año 2030 si la expansión continúa al ritmo actual. Desde el punto de vista ambiental, este fenómeno pone en segundo plano los compromisos y planes de muchas compañías tecnológicas que prometen reducir su huella de carbono y alcanzar la neutralidad hídrica para 2030. Aunque muchas de estas empresas intentan implementar proyectos para compensar el consumo de agua y proteger las cuencas hidrográficas, la realidad sobre el terreno demuestra que las soluciones todavía resultan insuficientes para la magnitud del problema. Alternativas tecnológicas están siendo exploradas para reducir la dependencia del agua en el enfriamiento. Algunas empresas han desarrollado sistemas cerrados que reciclan el agua internamente y evitan la evaporación, mientras que otras exploran la refrigeración por inmersión de chip o el uso de líquidos sintéticos.
No obstante, estas innovaciones conllevan sus propios desafíos, como el aumento del consumo energético o problemas ambientales asociados al uso de ciertos químicos persistentes. Un caso particular es la apuesta de compañías como Amazon Web Services que han comenzado a utilizar aguas residuales tratadas para el enfriamiento, una medida que ayuda a disminuir el impacto sobre las fuentes de agua potable locales. Sin embargo, estas iniciativas requieren el apoyo y colaboración de organismos locales para ampliar su alcance y efectividad. El debate sobre la transparencia también juega un papel clave. La mayoría de los datos sobre consumo de agua en centros específicos permanecen confidenciales bajo el argumento de ser secretos comerciales.
Esta falta de información dificulta la planificación y regulación adecuada por parte de autoridades y organizaciones de conservación hídrica. Algunas ciudades han logrado, con esfuerzo legal, obtener acceso a estos registros, evidenciando la importancia de la información para lograr un uso sostenible. La crisis hídrica vinculada a la expansión masiva de la IA es un claro ejemplo de la necesidad de equilibrar progreso tecnológico con responsabilidad ambiental. El acelerado desarrollo de capacidades computacionales para soportar la inteligencia artificial no puede ni debe hacerse a costa de comprometer uno de los recursos naturales más vitales para la vida y las comunidades humanas: el agua. En conclusión, la creciente demanda de los centros de datos para sostener el avance de la inteligencia artificial está intensificando la presión sobre las fuentes de agua en regiones ya estresadas por la escasez.
Si bien existen soluciones tecnológicas y esfuerzos por parte de la industria, se requiere una coordinación global que incluya regulaciones estrictas, transparencia, innovación ambiental y compromiso social para asegurar que el desarrollo digital no se traduzca en un agravamiento irreversible de la crisis hídrica mundial.