En el mundo del deporte de élite, donde cada décima de segundo y cada decisión pueden ser la diferencia entre la victoria y la derrota, la gestión emocional juega un papel fundamental. A pesar de que la cultura popular suele asociar el desahogo emocional con una forma saludable de liberar presión, recientes estudios y experiencias de atletas han mostrado que ventilar sentimientos intensos durante la competición puede ser más perjudicial que beneficioso para el desempeño. En este análisis, abordamos cómo y por qué reprimir o controlar las emociones puede mejorar el rendimiento en deportes profesionales, además de revisar qué técnicas emplean los mejores atletas para mantener la calma y maximizar su eficacia en momentos de alta tensión. El deporte siempre ha estado impregnado de historias de atletas explosivos que canalizan su rabia o frustración para alcanzar el éxito, y figuras icónicas como John McEnroe son recordadas por sus berrinches y comentarios airados durante los partidos. Sin embargo, si bien estas anécdotas pueden ser vistosas y dar poca importancia a las consecuencias, la evidencia científica muestra un panorama distinto: para la mayoría de los atletas de élite, dejarse llevar por emociones negativas en la competición puede conllevar errores, pérdida de concentración, y un descenso en el rendimiento.
Un estudio realizado con jugadores profesionales de voleibol en España reveló que aquellos que presentaban dificultad para regular sus emociones y tendencia a la impulsividad tenían un desempeño inferior. Más allá de simples actos de descontrol, estas emociones no gestionadas llevan a decisiones precipitadas y distracciones que pueden costar puntos decisivos. En particular, se observó que las jugadoras tenían mayor propensión a reacciones impulsivas bajo estrés, lo que afectaba negativamente sus resultados. Este hallazgo desafía algunos estereotipos biológicos, subrayando que el control emocional se relaciona más con habilidades aprendidas y entrenadas que con diferencias innatas. Pero, ¿por qué razón liberar la tensión mediante ventilar emociones puede ser contraproducente en situaciones de alta presión? En primer lugar, este tipo de expresiones puede cambiar la dinámica del encuentro.
Una reacción explosiva no solo distrae al propio deportista, sino que puede motivar o energizar al adversario, dándole una ventaja psicológica. Además, irritar o enfadar al público puede hacer que el ambiente sea menos favorable para quien pierde el control, eliminando un apoyo valioso que muchas veces incide en el rendimiento. Existen también efectos internos relevantes. Expresar emociones negativas suele generar un ciclo de frustración que dificulta volver al enfoque necesario para tareas complejas. El pensamiento se fragmenta, el sistema nervioso se vuelve más reactivo y las habilidades motrices pueden verse comprometidas justamente cuando se requiere la mayor precisión.
En deportes que demandan concentración constante y toma rápida de decisiones —como tenis, golf o fútbol— mantener la serenidad es un ingrediente indispensable. La diferencia entre vulnerabilidad emocional y explosiones impulsivas es clave. Los deportistas pueden experimentar intensas emociones sin que estas determinen su comportamiento o desempeño. Para ello, dominar técnicas de regulación emocional, como la identificación consciente del sentimiento, el reencuadre mental, la respiración controlada o el uso de pausas estratégicas, resulta crucial. Algunos especialistas recomiendan analizar junto a atletas situaciones concretas en las que la emoción estuvo a punto de desbordarse para convertirlas en aprendizajes que fortalezcan la resiliencia bajo presión.
El caso de Roger Federer ejemplifica esta transformación. Durante su juventud, fue conocido por enfadarse y mostrar signos visibles de frustración dentro de la cancha. Sin embargo, gracias a un trabajo psicoemocional continuo, pasó a ser reconocido por su compostura y calma, lo que no solo mejoró su imagen sino que también impulsó su rendimiento y consistencia a lo largo de innumerables competiciones. Su evolución demuestra que la inteligencia emocional y el control de impulsos pueden ser cultivados y que su impacto positivo se refleja no solamente en el marcador, sino en la longevidad y calidad de la carrera deportiva. Contrariamente a los casos mencionados, existen atletas que saben aprovechar las emociones positivas para conectar con el público y transformar la energía colectiva en un impulso extra.
Usain Bolt y Serena Williams, por ejemplo, han mostrado cómo la exhibición de alegría, confianza y entusiasmo puede influir favorablemente en la atmósfera competitiva y en su propia motivación. Esto confirma que no es cuestión de evitar emociones, sino de aprender a gestionarlas para que trabajen a favor del desempeño. El consejo que emerge para deportistas y entrenadores es claro: dejar salir las emociones sin un control adecuado puede ser una invitación a la distracción y el error, mientras que aprender a reconocerlas y manejarlas de forma estratégica contribuye a un mejor rendimiento. La regulación no implica reprimir o negar sentimientos, sino enlentecer la respuesta y seleccionar conscientemente la mejor reacción para el contexto y los objetivos. Asimismo, desde la perspectiva del cuerpo técnico se recomienda desdramatizar el contexto competitivo cuando la presión es extrema y utilizar los recursos disponibles —como tiempos fuera, sustituciones o pausas técnicas— para ayudar a los atletas a recomponerse mentalmente.
A menudo, estos momentos permiten refrescar la mente, reducir la intensidad emocional y reorganizar la concentración, en lugar de dejar que las emociones escapen sin control. Por último, las habilidades emocionales también contribuyen al campo psicológico más amplio del deporte, que incluye la toma de decisiones, el trabajo en equipo y la gestión del estrés fuera del terreno de juego. Cultivar una mentalidad que acepte las emociones como parte del proceso, pero que priorice la flexibilidad y el autocontrol, es un diferenciador que suele marcar la diferencia entre buenos y grandes deportistas. En definitiva, la evidencia y la experiencia coinciden en que reprimir las emociones no es sinónimo de debilidad, sino una forma sofisticada de proteger el rendimiento y optimizar la respuesta ante la exigencia. Para aquellos que aspiran a alcanzar el más alto nivel en el deporte, el mensaje es claro: entrenar la inteligencia emocional y la capacidad de regulación es tan vital como desarrollar la resistencia física o la técnica específica.
La gestión adecuada del mundo emocional puede ser la llave que desbloquee la excelencia y la constancia en la élite deportiva.