El Levante Sur, una región conocida por su rica historia y su papel crucial en la evolución de las sociedades humanas, ha sido objeto de numerosas investigaciones arqueológicas y paleoclimáticas que buscan esclarecer los enigmáticos procesos que condujeron a la Revolución Neolítica. Este período, marcado por la transición de comunidades nómadas de cazadores-recolectores a sociedades agrícolas sedentarias, cambió para siempre el curso de la humanidad. Sin embargo, las causas que gatillaron esta transformación tan profunda aún son objeto de debate. Una perspectiva innovadora sugiere que los incendios catastróficos y la degradación del suelo, impulsados por condiciones climáticas extremas, pudieron ser factores clave e incluso detonantes de esta revolución agrícola. Durante el Holoceno temprano, aproximadamente entre 8,6 y 8 mil años antes del presente, la región del Levante Sur experimentó un intenso episodio de incendios naturales.
Los registros obtenidos mediante el análisis de microcarbón en sedimentos lacustres revelan picos sorprendentes en la frecuencia e intensidad de incendios, con concentraciones de partículas de carbón hasta tres veces superiores al promedio del Holoceno. Estos incendios, causados mayormente por rayos generados en tormentas secas, dañaron extensivamente la cubierta vegetal, particularmente en las laderas y colinas que rodean los valles fluviales y cuencas lacustres. A consecuencia de la intensa pérdida de vegetación, el suelo expuesto sufrió erosión acelerada. Los estudios isotópicos realizados en espeleotemas de cuevas en la región muestran una disminución significativa en la relación de isótopos de estroncio (^87Sr/^86Sr), lo que indica la pérdida de capas superiores del suelo y la consecuente acumulación de sedimentos enriquecidos en materia orgánica en las zonas bajas y depresiones del terreno. Esta dinámica geológica provocó la redistribución del suelo fértil hacia valles y planicies, formando plataformas sedimentarias que posteriormente fueron aprovechadas por las comunidades humanas para establecer asentamientos estables y practicar agricultura.
Un dato crucial que apoya la hipótesis climática sobre este fenómeno es la evidencia de un descenso notable en los niveles del Mar Muerto durante este período, que refleja condiciones ambientales áridas y un déficit hídrico prolongado. Esta sequía, coincidente con un evento climático global conocido como el evento 8.2 ka, exacerbó las condiciones que desencadenaron incendios naturales masivos debido a la combinación de vegetación seca y tormentas eléctricas sin precipitación significativa. La combinación de incendios frecuentes, pérdida de suelo y condiciones áridas habría transformado radicalmente el paisaje del Levante Sur, forzando a las poblaciones humanas a adaptarse. En lugar de ocupar las colinas y laderas erosionadas con suelos escasos y poco fértiles, las comunidades se asentaron en los valles donde el suelo depositado, reactivado por sedimentos y materia orgánica, ofrecía un ambiente más propicio para el cultivo.
Este cambio en el patrón de asentamiento y subsistencia pudo haber fomentado la invención o intensificación de técnicas agrícolas y la domesticación tanto de plantas como de animales. Contrariamente a la idea tradicional que atribuye el origen de la agricultura principalmente a la evolución cultural o a la presión demográfica, esta perspectiva sugiere que la Revolución Neolítica puede entenderse como una respuesta adaptativa a profundas transformaciones medioambientales. Los incendios naturales inducidos por rayos en un clima marginalmente seco y cambiante actuaron como un agente de cambio ecológico, que contribuyó a la reducción de la biomasa arbórea y una mayor presencia de pastizales claros. Estos ecosistemas abiertos habrían favorecido el crecimiento de especies herbáceas anuales, algunas de las cuales fueron eventualmente domesticadas. El papel de los incendios en el manejo ancestral del paisaje es complejo, dado que el fuego ha sido utilizado tanto por procesos naturales como por actividades humanas desde tiempos antiguos.
Los primeros homínidos ya poseían técnicas para producir y mantener el fuego al menos desde el Paleolítico Medio. En el contexto del Neolítico, existen evidencias de prácticas controladas de quema para la gestión de tierras, aunque la evidencia regional sugiere que la gran ola de incendios detectada fue principalmente resultado de causas naturales, como tormentas eléctricas en contextos extremadamente secos. El análisis de sedimentos y restos arqueológicos en sitios como Jericó, Gilgal, Netiv Hagdud y Motza, ubicados en los valles del Jordán y sus alrededores, revela una clara asociación entre los depósitos de suelo retransportado y la ubicación de grandes asentamientos neolíticos. Estos sitios presentan capas de sedimentos bien desarrolladas y fértiles sobre depósitos lacustres más antiguos, lo que habría facilitado el desarrollo de la agricultura extensiva y el asentamiento periódico o permanente. La mayor concentración de comunidades humanas en estos entornos sedimentarios sugiere que la disponibilidad de suelos cultivables influyó directamente en la configuración demográfica y cultural.
Además, el estudio de isótopos de carbono en espeleotemas indica un cambio significativo en la vegetación durante el mismo intervalo temporal, con un aumento en los valores de δ^13C que refleja la pérdida de la vegetación leñosa típica y la proliferación de pastizales y plantas herbáceas adaptadas a ambientes más abiertos y secos. Este cambio en la cobertura vegetal se interpreta como resultado directo de los incendios intensos y recurrentes, que habrían permitido la expansión de ecosistemas savánicos. Por otra parte, la disminución y posterior recuperación de los niveles del Mar Muerto también indican que las alteraciones ambientales no fueron permanentes, sino parte de un ciclo climático fluctuante donde períodos de extrema sequedad dieron paso a condiciones más húmedas y estables. Es probable que esta variabilidad impulsara la innovación tecnológica y social de las comunidades humanas, quienes debieron desarrollar estrategias para aprovechar al máximo los recursos disponibles y asegurar su supervivencia en un entorno en constante transformación. Este enfoque interdisciplinar, que integra datos arqueológicos, paleoclimáticos e isotópicos, abre nuevas ventanas para comprender cómo factores ambientales y climáticos pueden haber influido decisivamente en uno de los cambios más importantes en la historia humana: la transición hacia la agricultura y la vida sedentaria.
El escenario planteado desafía la visión antropocéntrica tradicional, posicionando al clima y los procesos naturales como impulsores primarios que modifican los paisajes y condicionan el comportamiento humano. En conclusión, la evidencia acumulada sugiere que los incendios catastróficos naturales y la degradación del suelo en el Levante Sur generaron un contexto ecológico que favoreció la adopción de la agricultura durante el Neolítico. La pérdida de la cubierta vegetal y la erosión del suelo en las zonas altas empujaron a las comunidades a establecerse en valles sedimentarios ricos en suelo fértil, donde se desarrollaron técnicas agrícolas y sistemas de producción en un proceso de coevolución entre humanos y su entorno. Esta interacción dinámica entre el clima, los incendios, el suelo y la sociedad humana formó el marco para el surgimiento de la civilización tal como la conocemos, resaltando el papel fundamental de la naturaleza en la configuración de la historia humana.