El Real ID es una ley federal que ha provocado un debate significativo en los Estados Unidos desde que fue implementada. Aunque su intención original es mejorar la seguridad nacional mediante la estandarización de las identificaciones estatales, muchas personas sienten que es una pérdida de tiempo y no ven la necesidad real de obtenerlo. Esta percepción negativa surge debido a varios factores que incluyen el proceso burocrático, la invasión de la privacidad y la falta de beneficios claros para el ciudadano promedio. El proceso para obtener un Real ID puede resultar complicado y consume tiempo porque requiere una cantidad considerable de documentación para verificar identidad, residencia y estatus legal. Para muchas personas, reunir todos estos documentos no es sencillo.
Además, los horarios limitados y la alta demanda en los departamentos de vehículos motorizados contribuyen a largas esperas y frustraciones. Para quienes llevan vidas ocupadas o viven en áreas con pocas oficinas disponibles, el trámite se convierte en un inconveniente mayor. Otro motivo importante por el que muchos rechazan el Real ID es la preocupación por la privacidad. Para obtener esta identificación, es necesario proporcionar documentos sensibles como certificados de nacimiento, pasaportes, comprobantes de domicilio y, en algunos casos, documentos de inmigración. Este nivel de recopilación de datos genera inquietudes sobre el manejo y la seguridad de la información personal.
La acumulación de datos en bases gubernamentales también despierta temores sobre la vigilancia y el uso indebido por parte de organismos estatales o terceros. Además, el beneficio directo del Real ID no es evidente para todos. Mientras que el documento se ha convertido en requisito para abordar vuelos nacionales y acceder a ciertas instalaciones gubernamentales, si una persona no viaja con frecuencia o no interactúa con esos lugares, la utilidad del Real ID es limitada. A muchas personas les resulta suficiente la identificación estatal tradicional, que sigue siendo válida para la mayoría de las actividades cotidianas. La implementación del Real ID también implica un gasto económico para algunos usuarios.
Aunque el costo varía entre estados, en ciertos lugares el trámite tiene un precio adicional en comparación con la licencia regular. Para familias con presupuestos ajustados o para personas mayores que no planean cambiar su identificación, la inversión puede parecer innecesaria. Es importante considerar que existen alternativas y excepciones a la obligación del Real ID. Por ejemplo, aún se puede usar el pasaporte para vuelos nacionales y otras travesías que requieren identificación federal. Algunos estados también ofrecen identificaciones médicas o de veteranos que sirven para ciertos propósitos.
Paralelamente, la flexibilización en la implementación postergó algunos requisitos, dando margen a aquellos que no desean obtener el Real ID inmediatamente. El rechazo hacia el Real ID también está ligado a una cuestión de principio para algunos ciudadanos. La idea de que el gobierno imponga un documento estandarizado para fines de control genera debates sobre libertades civiles y autonomía individual. En un país con una fuerte tradición en la protección de derechos personales, esta regulación es vista como una ampliación innecesaria del poder estatal. En conclusión, el Real ID representa para muchas personas un trámite oneroso, una preocupación por la privacidad y una exigencia que no se justifica en su vida diaria.
Aunque tiene una función específica en la seguridad nacional y el acceso a vuelos, para el ciudadano promedio puede ser más una carga que una ventaja. La decisión de no obtenerlo se fundamenta en una combinación de factores que van desde la dificultad burocrática hasta consideraciones personales de costo, comodidad y principios sobre la relación con el gobierno. Por ende, entender las opciones disponibles y evaluar las propias necesidades es esencial para decidir si el Real ID es verdaderamente necesario o simplemente una pérdida de tiempo.