El Sahara, reconocido en la actualidad como el mayor desierto cálido del mundo, no siempre ha exhibido el paisaje árido que conocemos. Durante el periodo denominado como el Periodo Húmedo Africano, que tuvo lugar aproximadamente entre hace 14,500 y 5,000 años, esta vasta región estaba cubierta por sabanas verdes, con una abundancia notable de ríos, lagos y zonas boscosas que favorecieron la ocupación humana y la expansión de economías pastoriles. El análisis de ADN antiguo extraído de restos humanos encontrados en el Sahara Verde ha abierto una ventana inédita para entender el origen y evolución genética de las poblaciones ancestrales que habitaron la región en esos tiempos remotos. El reciente estudio llevado a cabo sobre muestras de individuos femeninos de alrededor de 7,000 años de antigüedad, descubiertos en el refugio rocoso de Takarkori, en el sudoeste de Libia, ha revelado un linaje genético norteafricano previamente desconocido y profundamente divergente respecto a otras poblaciones africanas y eurasiáticas. Esta línea ancestral parece haberse separado de las poblaciones del África subsahariana en un período contemporáneo a la expansión de los humanos fuera de África, manteniéndose aislada durante la mayor parte de su existencia.
Los especímenes de Takarkori muestran una relación genética cercana con individuos forrajeadores asociados con la cultura iberomaurusiona, documentados en la cueva de Taforalt en Marruecos hace unos 15,000 años, mucho antes del Periodo Húmedo Africano. Ambos grupos presentan similar distancia genética respecto a poblaciones subsaharianas, lo que sugiere que durante el AHP hubo un flujo genético muy limitado desde el África subsahariana hacia el norte del continente a través del Sahara. Esto contradice la idea tradicional que atribuía a migraciones masivas el intercambio genético y cultural en esa época, enfatizando en cambio la posibilidad de una difusión cultural de prácticas como la ganadería sin una gran mezcla poblacional. Además, el equipo de investigación detectó niveles muy bajos de ascendencia neandertal en los individuos de Takarkori. Mientras que las poblaciones fuera de África suelen portar entre 1.
4% y 2.36% de ADN neandertal, y los antiguos individuos de Taforalt mostrado valores de 0.6% a 0.9%, Takarkori aporta solo alrededor de un 0.15%, diez veces menos que los agricultores neolíticos del Levante.
Esta cantidad es significativa, pues sí supera el casi nulo aporte neandertal observado en los genomas subsaharianos actuales y antiguos, lo que implica una antigua, pero muy limitada, mezcla con poblaciones fuera de África o descendientes de estas. El contexto arqueológico de Takarkori apunta a la presencia de sociedades pastoriles conseguida principalmente por la transmisión de conocimiento y técnicas ganaderas, en lugar de un desplazamiento demográfico prolongado o masivo desde regiones fuera de África. Los arqueólogos han encontrado evidencias materiales que avalan esta hipótesis, resaltando la continuidad cultural en la región pese a la adopción de nuevas prácticas económicas. En este sentido, la introducción de la ganadería parece un proceso gradual, marcado por asimilaciones complejas y cambios socioculturales más que por rupturas o reemplazos poblacionales definitivos. Las diferencias genéticas constatadas entre los grupos de Takarkori y Taforalt, además de reflejar aislamientos poblacionales prolongados, sugieren que el Sahara actuó históricamente como una barrera tanto ecológica como cultural, limitando la interacción genética entre el norte y sur del continente.
A pesar de contar con ecosistemas vastos y variados, fragmentados por barreras naturales como desiertos y montañas, los estudios genómicos y fósiles confirman que las arterias migratorias que cruzan el Sahara eran limitadas, restrictivas o intermitentes, aún durante episodios climáticos más suaves. Entre los linajes mitocondriales analizados, destaca la identificación en ambos individuos saharianos de la haplogrupación basal N, uno de los linajes más antiguos fuera del África subsahariana y que precede a las variantes N actuales presentes en poblaciones modernas. El estudio molecular sugiere que esta rama particular se originó hace más de 60,000 años. Estos hallazgos amplían el entendimiento sobre las rutas evolutivas tempranas de los humanos modernos, indicando la permanencia en África de linajes genéticos que, a la vez, se relacionan estrechamente con las poblaciones que en última instancia emprendieron la salida del continente. Otro aspecto fundamental reside en el análisis de afinidades con otros grupos africanos actuales y antiguos.
Los ancestros saharianos están genéticamente próximos a grupos modernos semi-nómadas del Sahel, como los Fulani, quienes presentan un componente genético norteafricano que anteriormente se atribuía en parte a flujos genéticos subsaharianos o levantinos. Este parentesco apunta probablemente a la dispersión de linajes antiguos a través de migraciones y movimientos culturales hacia el sur tras la aridificación progresiva del Sahara después del Holoceno medio. Las evidencias genómicas indican que la población encontrada en Takarkori probablemente descendió directamente de grupos de cazadores-recolectores que habitaron la región del Sahara durante el tardío Pleistoceno. Estos grupos mostraron en las datas proyectos arqueológicos una continuidad notable en su ocupación, sustento y desarrollo cultural durante miles de años. No solo usaron técnicas avanzadas para explotar recursos naturales, sino que también adaptaron sus prácticas y herramientas para enfrentar los cambios ambientales, demostrando una alta resiliencia antes de la transición hacia sociedades pastoriles.
El análisis detallado de la estructura genética y las señales de aislamiento sugiere que los linajes norteafricanos tuvieron poco contacto reproductivo con los grupos subsaharianos, evidenciando una diferenciación marcada y persistente incluso en un contexto de ambientes ecológicos favorables a la movilidad. Este patrón también refleja que aspectos sociales, culturales y demográficos jugaron un papel crucial en la persistencia y desarrollo independiente de las poblaciones norteafricanas durante milenios. Este descubrimiento obliga a repensar la historia genética del norte de África y el Sahara, desde una perspectiva que prioriza la evolución interna y la difusión cultural por sobre la migración masiva en la formación de las primeras comunidades pastoriles en la región. También contribuye a resolver interrogantes sobre el origen de las ancestrías ancestrales que aparecen en restos antiguos, redefiniendo la comprensión tradicional que atribuye al África subsahariana el principal aporte genético en las poblaciones del norte continental durante la prehistoria. La contribución genética de los pueblos del Levante y otros grupos eurasiáticos aparece, aunque presente, como secundaria y limitada en comparación con la fuerte presencia de linajes locales únicos y profundamente arraigados en la región.
El estudio apoya la visión de que la adopción de la ganadería y otras transformaciones neolíticas pudieron haber sido adoptadas a través del aprendizaje y la interacción cultural, minimizando la necesidad de grandes movimientos poblacionales. A nivel metodológico, el uso de tecnologías avanzadas de captura y secuenciación de ADN antiguo, combinado con análisis estadísticos rigurosos, ha permitido superar las dificultades impuestas por la degradación genética en ambientes áridos. Esta aproximación ha sido decisiva para obtener datos autosómicos de alta calidad que superan los limitados y preliminares resultados obtenidos anteriormente únicamente por ADN mitocondrial. Así, se amplía la gama de herramientas para estudiar el pasado humano en regiones inhóspitas con poca preservación genética. Mientras que las investigaciones arqueológicas habían documentado la transición Neolítica en el Sahara y su relación con el desarrollo de la ganadería y otras economías de subsistencia, la incorporación de datos genéticos aporta un complemento esencial para entender los procesos demográficos, migratorios y culturales involucrados.