En el contexto global actual, donde el cambio climático y la demanda creciente de recursos presionan la capacidad de producir alimento, energía y agua de manera sostenible, la innovación en el uso del suelo es fundamental. Una de las soluciones emergentes con mayor impacto es el agrisolar, que consiste en la instalación y co-gestión de paneles solares fotovoltaicos en tierras agrícolas. Esta estrategia ofrece un enfoque integral para maximizar la eficiencia y productividad de la tierra, mientras se enfrenta el desafío de garantizar la seguridad alimentaria, energética hídrica y económica. La necesidad de alcanzar sistemas de energía con emisiones netas cero impulsa la rápida expansión de la energía solar fotovoltaica (PV), especialmente en regiones clave como el Valle Central de California, donde la tierra cultivable es altamente productiva y valiosa. Sin embargo, esta expansión plantea un dilema: la conversión de terrenos agrícolas a instalaciones solares podría desplazar la producción de alimentos, en un momento en que las demandas alimentarias globales están en aumento.
El agrisolar surge como una práctica que no solo contempla la instalación de paneles solares en terrenos agrícolas, sino que también integra la gestión conjunta de cultivos, servicios ecosistémicos y producción energética para generar sinergias beneficiosas. A diferencia del enfoque convencional, donde la producción agrícola cesa al ser convertida en un sitio solar, las prácticas agrisolares buscan equilibrar o compensar las pérdidas productivas mediante beneficios en recursos hídricos, energéticos y económicos. Un análisis detallado de 925 instalaciones agrisolares en el Valle Central de California revela que, aunque existe una reducción en la producción directa de alimentos debido a la conversión de 3,930 hectáreas de tierras agrícolas, esta pérdida calórica puede ser parcialmente mitigada mediante el aumento en la seguridad hídrica y económica de los agricultores. La producción desplazada equivale aproximadamente a la ingesta calórica necesaria para 86,000 personas durante 25 años, un dato significativo pero que debe ser entendido en el contexto de mercados alimentarios y dinámicas regionales. La co-locación agrisolar ha demostrado un destacado potencial para reducir el uso de agua en zonas con estrés hídrico, pues la mayoría de las instalaciones proceden de tierras irrigadas.
La reducción estimada supera los cientos de millones de metros cúbicos a lo largo de la vida útil de los sistemas solares, liberando recursos hídricos que podrían ser destinados a otros usos o a la restauración ambiental. Este ahorro es crítico en regiones como California, donde la escasez de agua amenaza la viabilidad de la agricultura tradicional. Desde una perspectiva energética, las instalaciones solares en tierras agrícolas no solo generan electricidad limpia sino que también permiten compensar la demanda energética asociada a la irrigación y otras actividades agrícolas, mejorando la eficiencia total de producción y reduciendo la huella de carbono. La electricidad generada tiene el potencial de abastecer cientos de miles de hogares durante décadas, contribuyendo a la transición energética global. Económicamente, el agrisolar ofrece ventajas sustanciales para los agricultores.
En el caso de las instalaciones comerciales, la propiedad y el uso directo de la energía permiten obtener importantes ingresos a través del ahorro en costos eléctricos y la venta de excedentes al sistema eléctrico mediante esquemas de medición neta. Estos beneficios pueden superar ampliamente las pérdidas derivadas de la reducción en la producción agrícola. Las instalaciones a escala utilitaria tienden a ofrecer retornos económicos menores a los propietarios de tierras, generalmente mediante contratos de arrendamiento. Sin embargo, cuando se incluyen las reducciones en costos operativos agrícolas y ahorros en irrigación, el balance económico suele ser positivo o neutro, especialmente en escenarios de escasez hídrica, los cuales motivan a los agricultores a optar por estas soluciones. Es importante destacar que el agrisolar no es una solución universal y sin desafíos.
La pérdida de cierto tipo de cultivos altamente valuados y sensibles, como árboles frutales y hortalizas especializadas, puede representar un riesgo a la seguridad alimentaria local y a la estabilidad de ciertos mercados. Además, la aceptación social y la adecuada regulación son fundamentales para asegurar que la implementación agrisolar promueva beneficios equitativos y sostenibles. Más allá de la conversión de tierras, las prácticas agrivoltaicas —donde los cultivos se desarrollan bajo o entre los paneles solares— muestran resultados prometedores en la mejora de rendimientos agrícolas, regulación microclimática, retención de humedad y diversidad ecológica. Estas prácticas multiplican los beneficios, al mantener o incluso aumentar la producción agrícola mientras producen energía limpia y conservan recursos hídricos. En el escenario actual, que exige soluciones inteligentes para la gestión del nexo alimentación-energía-agua, el agrisolar se posiciona como una estrategia innovadora que refuerza la seguridad económica de los agricultores y contribuye a un desarrollo sostenible.
Sin embargo, para maximizar su impacto positivo, es imperativo continuar con investigaciones que evalúen las mejores prácticas para la selección adecuada de tierras, cultivos compatibles, sistemas de energía integrados y esquemas de incentivos económicos. La expansión acelerada de la energía solar, junto con la creciente presión sobre los recursos hídricos y la necesidad de proteger tierras agrícolas, requiere una gestión cuidadosa y una visión holística. El agrisolar ofrece una vía para reconciliar la producción energética con la agrícola, fomentando un uso multifuncional y sostenible del paisaje. Su adopción y evolución dependen de políticas innovadoras, colaboración entre productores, investigadores y gobiernos, y una comprensión integral de los beneficios y compensaciones involucrados. En suma, el agrisolar representa una oportunidad atractiva para transformar la forma en que se abordan los retos interconectados del suministro de alimentos, energía y agua.
Su potencial para mejorar la resiliencia económica agrícola mientras se avanza hacia objetivos medioambientales y climáticos es fundamental en la construcción de un futuro sustentable para las comunidades rurales y las regiones productoras de alimentos a nivel global.