A medida que avanzamos en la vida y nos acercamos a la jubilación, uno de los mayores dilemas financieros que enfrentamos es cómo distribuir nuestro patrimonio entre diferentes tipos de activos. Recientemente, una pareja en sus setentas, que vive modestamente y cuenta con $900,000 invertidos en la bolsa y más de $380,000 en cuentas de ahorro y certificados de depósito, se cuestionó si están reteniendo demasiado efectivo. Esta inquietud no es inusual y refleja una preocupación legítima: ¿estoy gestionando bien mi dinero para disfrutar de una jubilación cómoda y segura sin sacrificar oportunidades de crecimiento? El debate entre tener demasiado efectivo versus estar sobreinvertido en acciones o activos de riesgo es crucial para cualquier jubilado. Un exceso de efectivo puede significar que el dinero pierde poder adquisitivo frente a la inflación, mientras que una cartera muy agresiva puede poner en riesgo el patrimonio en tiempos de volatilidad o crisis del mercado. Por eso, encontrar un equilibrio adecuado es clave para prevenir sobresaltos financieros y maximizar ingresos a largo plazo.
La pareja en cuestión posee aproximadamente un 30% de sus inversiones en efectivo, mezclado entre ahorros y CDs, mientras que el restante 70% está en acciones. Aunque en principio mostrar un colchón de liquidez sólido brinda tranquilidad, los expertos sugieren que este porcentaje de efectivo es más elevado del recomendado para jubilados de esa edad y situación económica. En general, los asesores financieros recomiendan que en la jubilación se mantenga entre un 10 y un 20% del patrimonio en efectivo o instrumentos líquidos y seguros, suficientes para cubrir uno o dos años de gastos. Este fondo de emergencia es vital para enfrentar imprevistos sin tener que vender activos en un mal momento. Sin embargo, retener una porción excesiva de patrimonio en instrumentos de bajo rendimiento, como cuentas de ahorro o CDs que ofrecen retornos solo ligeramente por encima de la inflación, puede limitar el potencial de crecimiento del portafolio y reducir la capacidad de generación de ingresos futuros.
Para comprender mejor este dilema, es importante considerar la mentalidad, el estilo de vida y la tolerancia al riesgo de la pareja. Ellos mencionan que viven modestamente, no tienen deudas ni gastos mayores, poseen un auto pagado y reciben ingresos mixtos: uno está jubilado y el otro aún trabaja. Además, cuentan con un seguro de cuidado a largo plazo para aligerar riesgos financieros en esa área. Todas estas variables influyen directamente en la forma en que deben estructurar sus inversiones. Otro aspecto a evaluar es la expectativa razonable de la longevidad y el horizonte temporal de inversión.
Estar en los setenta no significa que la cartera deba ser extremadamente conservadora; es probable que necesiten que el capital los sostenga durante varias décadas más. Por ello, mantener una proporción significativa en acciones —consideradas más riesgosas pero con mayor potencial de retorno a largo plazo— puede ser apropiado, siempre y cuando se haga con una diversificación correcta y una gestión profesional. En los últimos cien años, el índice S&P 500, que representa el mercado accionario estadounidense, ha promediado un retorno anual en torno al 10%, incluyendo periodos de crisis y recesiones. Por el contrario, los certificados de depósito y los ahorros tienden a ofrecer retornos que quizá no superen el 4.5%, muchas veces apenas cubriendo o apenas superando la inflación.
Esto significa que tener casi un tercio del patrimonio en efectivo podría estar limitando notablemente la maximización del capital disponible a largo plazo. Sin embargo, además del rendimiento, hay que tomar en cuenta la carga fiscal. Los intereses que generan los ahorros y los CDs se consideran ingresos ordinarios y tributan a tasas más altas que las ganancias de capital obtenidas en acciones. Esto puede impactar negativamente en el dinero disponible, y para personas en tramos impositivos altos, genera una presión fiscal considerable. Por otro lado, las acciones pueden generar ganancias no realizadas (no materializadas) que no se gravan hasta que se venden, lo que otorga ventajas para la planificación impositiva.
La volatilidad del mercado, representada por índices como el VIX, conocido como el “índice del miedo”, también es un factor que preocupa a los jubilados. En épocas de alta volatilidad, los precios de las acciones pueden caer abruptamente, lo que genera temor a liquidar posiciones con pérdidas. Por eso, tener un fondo en efectivo o en instrumentos líquidos permite evitar ventas forzadas en momentos desfavorables y esperar la recuperación del mercado. Sin embargo, esa protección tiene un costo si el porcentaje de efectivo es demasiado alto. Una propuesta común para personas en sus setentas es una asignación estratégica de 40% en acciones, 50% en bonos y 10% en efectivo.
Esta combinación busca un balance entre crecimiento, ingresos y seguridad. Los bonos ofrecen retornos moderados con menor riesgo, ayudando a sostener los ingresos periódicos, mientras que el efectivo está destinado sobretodo a cubrir emergencias y gastos inmediatos. Más allá de la asignación de activos, es recomendable que las personas evalúen su situación financiera completa: gastos mensuales, ingresos fijos como Seguridad Social o pensiones, expectativas de salud y posibles gastos de atención médica, la existencia o no de deudas, y su propio perfil de riesgo sentimental y financiero. A nivel emocional, algunos prefieren la seguridad de contar con abundante liquidez aunque esto limite su crecimiento, mientras otros están dispuestos a aceptar volatilidad por la posibilidad de preservar y aumentar su patrimonio. El asesor financiero juega un papel crucial en ayudar a definir estas estrategias personalizadas.