En la era digital actual, donde la tecnología avanza a pasos agigantados y las novedades llegan prácticamente cada mes, el mundo de los videojuegos puede parecer una industria efímera, destinada a ser superada rápidamente por nuevas generaciones de consolas y títulos. Sin embargo, si miramos con detenimiento, existe un paralelismo poco explorado entre el amor por los videojuegos contemporáneos y la pasión con la que los expertos en antigüedades tratan muebles que han estado en pie durante siglos. Esta analogía abre una ventana para reconsiderar cómo apreciamos lo que jugamos y coleccionamos, y nos invita a adoptar una perspectiva más enriquecedora y menos ansiosa frente al paso del tiempo y el valor de nuestros objetos digitales y físicos. Para comprender mejor esta conexión, es útil imaginar la figura del experto en muebles del siglo XVIII. Estos especialistas no solo evalúan piezas por su aspecto superficial o su rareza, sino que desentrañan capas de historia y significado detrás de cada elemento.
Cada arañazo, desgastado o restauración realizada a lo largo del tiempo es una marca visible del uso, del cuidado y del amor que una pieza ha recibido. Pese a la aparente “imperfección” o daño, estos signos no disminuyen el valor de los objetos; por el contrario, lo enriquecen al contar una historia. De este modo, el mueble es apreciado no solo como un objeto decorativo, sino como un testigo viviente de épocas y generaciones. Este enfoque puede inspirar a los aficionados y coleccionistas de videojuegos modernos a replantear su relación con los títulos y las consolas que tanto valoran. La industria del videojuego, pese a su relativa juventud comparada con otros sectores culturales, ya ha adquirido una historia fascinante y compleja.
Desde los primeros días de las consolas con carcasas revestidas con vinilo efecto madera hasta los sofisticados sistemas actuales, cada generación ha dejado una huella tangible y emocional. Por ello, no tiene sentido que notrevistas o colecciones de videojuegos se consideren meros productos de consumo rápido o efímero; más bien, pueden entenderse como objetos cargados de significado y cariño. Una de las preocupaciones comunes entre los jugadores y coleccionistas es la conservación impecable de sus juegos, manuales y accesorios. Temen que cualquier daño, daño o señal de uso pueda depreciar el valor de las piezas o reflejar una falta de cuidado. Sin embargo, siguiendo la lección de los expertos en antigüedades, esos signos de uso deben verse como parte integral de la vida del objeto.
Un cartucho con la etiqueta descolorida, un manual con anotaciones personales o una caja con leves marcas son pruebas de que el videojuego fue jugado, amado y disfrutado. Estas características confieren personalidad y autenticidad al objeto, precisamente lo que lo conecta con su dueño y con la cultura del videojuego en general. Además, existe una ansiedad generalizada en la comunidad de jugadores sobre la idea de que hay que consumir todos los juegos en el momento de su lanzamiento o poco después. Esta presión puede hacer que el disfrute se convierta en una fuente de estrés o incluso culpabilidad, generando un temor constante a “perderse” algo o a que las adquisiciones se vuelvan obsoletas de forma prematura. Sin embargo, la experiencia nos enseña que amar algo no significa poseerlo para usarlo estrictamente dentro de una ventana temporal, sino que implica una relación prolongada y personal, incluso si esa relación se expresa de manera intermitente o a lo largo de años.
El mundo de las antigüedades nos muestra también que los objetos usados y disfrutados a lo largo del tiempo valen mucho más que los que permanecen archivados y sin vida. De manera similar, no deberíamos temer que nuestros juegos muestren las huellas del tiempo o que permanezcan en estanterías con señales visibles del paso de los años. Al contrario, esas señales pueden ser motivo de orgullo, pues evidencian que aquello que poseemos ha sido parte activa de nuestras experiencias, no simplemente un objeto impoluto guardado para exhibir. Poner en práctica esta mentalidad también implica un cambio de paradigma sobre el valor económico o coleccionable de los videojuegos. El valor de un juego o consola no debería medirse únicamente en términos de rareza, estado perfecto o precio de mercado.
Más importante aún es el valor sentimental, la conexión personal y el disfrute que aporta. La auténtica riqueza reside en la suma de todas las emociones, recuerdos y sensaciones que un juego ha logrado suscitar a lo largo del tiempo en quienes lo han jugado o coleccionado. Al aceptar esta mirada, podemos además liberarnos del miedo a la obsolescencia tecnológica. La velocidad con la que avanza la industria puede parecer que condena a sus predecesores al abandono o al olvido, pero una apreciación más profunda reconoce que cada juego y consola es una pieza de un gran mosaico cultural que refleja las tendencias, innovaciones y pasiones de su época. Así como un sillón antiguo puede reflejar el gusto y la artesanía de un periodo específico, un juego tiene la capacidad de contar sobre narrativas, estilos artísticos y mecánicas de juego que marcaron momentos clave en la historia del entretenimiento.
Por otro lado, adoptar esta manera de amar los juegos trae consigo el privilegio de disfrutar plenamente de nuestras colecciones. Al igual que los amantes del arte prefieren exponer sus pinturas para ser admiradas y apreciadas, los jugadores pueden sentir la libertad de jugar, compartir, mostrar y celebrar sus videojuegos sin la sombra del juicio externo o el temor a la depreciación. Esta alegría activa de nuestras colecciones fomenta comunidades más inclusivas y apasionadas, donde lo importante es la experiencia y no solo la conservación estática del objeto. El ejemplo del popular programa BBC, Antiques Roadshow, es un excelente espejo en el que mirarnos. En él, personas comunes llevan objetos viejos que quizás heredaron, encontraron o adquirieron por su belleza o valor sentimental.
Los expertos, con un criterio afilado pero siempre amable, indagan no solo en la historia y valor real de las piezas, sino, fundamentalmente, en qué significan para sus dueños. Al final, la pregunta esencial no es cuánto vale el objeto en el mercado, sino si su propietario lo ama y por qué. Esta filosofía, trasladada al ámbito de los videojuegos, propone dejar de obsesionarnos con el valor monetario o la condición perfecta para disfrutar y valorar aquello que coleccionamos. No es necesario tener una explicación rígida o técnica para amar un juego o consola, así como no hace falta ser un experto en ebanistería para sentir la admiración por un antiguo escritorio de nogal. Lo relevante es el goce que produce y la necesidad íntima de tenerlo cerca.