La eugenesia, un concepto que alcanzó popularidad en la primera mitad del siglo XX con consecuencias sociales y éticas devastadoras, está experimentando un preocupante resurgimiento en nuestras sociedades contemporáneas. Este fenómeno no solo representa un retroceso en los avances científicos y sociales logrados en las últimas décadas, sino que también alimenta ideologías peligrosas vinculadas al nacionalismo blanco y las políticas de exclusión racial. Ante esta realidad, los genetistas humanos y científicos relacionados tienen un deber ineludible de tomar una postura firme contra la reapropiación pseudocientífica y prejuiciosa de la genética humana, para proteger la integridad de la ciencia y promover la diversidad y la equidad. Históricamente, la eugenesia se sustentó en la creencia errónea de que ciertas características humanas, consideradas "superiores", podían y debían ser promovidas mientras que otras fueran erradicadas. Esta ideología, que deshumanizaba a millones, derivó en políticas de segregación, esterilizaciones forzadas y genocidios.
En la actualidad, aunque esta terminología no es tan explícita, ciertos discursos políticos y sociales han retomado algunos de estos argumentos disfrazados de preocupaciones sobre la genética o el "mejoramiento" de la población. Por ejemplo, la utilización de un lenguaje que sugiere que ciertos grupos étnicos o raciales tienen "malos genes" emergió en discursos migratorios y en la defensa de políticas excluyentes, revelando la persistencia de ideas que mezclan ciencia y prejuicios sin fundamento sólido. Uno de los aspectos centrales en la lucha contra la reaparición de ideas eugenésicas es la comprensión clara de que los conceptos de raza y etnia son construcciones sociales que no se corresponden con agrupamientos genéticos biológicos definidos. Estudios genómicos avanzados han demostrado que la variación genética dentro de una población racial o étnica considerada homogénea es, en muchos casos, mayor que entre grupos distintos. Por ello, hablar de ‘‘razas’’ en términos biológicos es científicamente incorrecto y puede llevar a interpretaciones erróneas y peligrosas.
La presencia de millones de variantes genéticas que difieren entre individuos se distribuye según diversos factores demográficos, históricos y medioambientales, pero no coincide con delimitaciones raciales tradicionales. Esta realidad pone en evidencia que apoyar políticas o discursos que intentan justificar la discriminación a partir de supuestas diferencias genéticas es un abuso y malinterpretación de la ciencia genética. Más allá de aclarar conceptos, la diversidad genética juega un papel fundamental en la medicina y la investigación científica actual. Incluir poblaciones diversas en estudios genéticos permite identificar variantes que influyen en la salud de una manera más precisa y justa. Ignorar esta diversidad, clasificando a los individuos únicamente bajo etiquetas amplias y socialmente definidas, lleva a diagnósticos erróneos, tratamientos inadecuados y exclusión de grupos vulnerables de los beneficios biomédicos.
El movimiento hacia la eliminación de la medicina basada en la raza es parte de esta cruzada por una ciencia responsable. Investigadores y profesionales de la salud están poniendo en duda la práctica tradicional que ajusta los tratamientos médicos o las evaluaciones de riesgo simplemente según categorías raciales superficiales, que no representan la verdadera arquitectura genética ni las influencias ambientales precisas que condicionan la salud. A nivel sociopolítico, la preocupación aumenta debido a la influencia creciente de partidos y grupos con ideologías pro-nativistas y antiinmigrantes que, en ocasiones, se apoyan en discursos de racismo científico para justificar sus posturas. Es vital reconocer que esta mezcla entre política y ciencia malinterpretada no solo pone en riesgo la integridad de la investigación académica, sino que también puede fomentar políticas discriminatorias y perjudiciales para la cohesión social y el respeto por los derechos humanos. En este escenario complejo, los genetistas humanos desempeñan un papel fundamental.
Por un lado, deben promover una educación genética que aclare malentendidos y derribe mitos relacionados con la raza y la heredabilidad. Por otro, tienen la responsabilidad de diseñar y liderar estudios inclusivos, que representen la verdadera diversidad humana y utilicen metodologías robustas, rechazando enfoques simplistas o ideologizados. Además, es crucial fomentar equipos de investigación diversos en cuanto a género, etnia, formación y perspectivas, para enriquecer la calidad científica y la aplicabilidad social de los hallazgos. Diversas voces científicas contribuyen a evitar sesgos y a producir un conocimiento que realmente sirva para mejorar la salud y el bienestar de todas las personas. La comunidad científica también debe actuar como contrapeso frente a la instrumentalización política y social de la genética, denunciando el uso indebido de los datos y las interpretaciones sesgadas que alimentan discursos de odio o exclusión.