La cuestión nuclear de Corea del Norte ha sido durante décadas uno de los temas más complejos y controversiales en la arena internacional. En abril de 2025, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Corea del Norte, a través de su máxima representante, la ministra Choe Son Hui, reafirmó que el estatus nuclear del país es definitivo e irreversible, y que el Grupo de los Siete (G7) carece de autoridad para desafiar este hecho. Esta declaración no solo marca una nueva etapa en la diplomacia nuclear de Pyongyang, sino que también pone en entredicho los esfuerzos multilaterales y las presiones internacionales destinadas a lograr la desnuclearización en la península coreana. La postura expresada por Corea del Norte refleja una convicción inamovible sobre su soberanía y una defensa estratégica que, desde su perspectiva, responde a amenazas geopolíticas reales, principalmente atribuidas a Estados Unidos y sus aliados occidentales. Corea del Norte sostiene que su capacidad nuclear no es un tema de disputa ni negociación bajo las reglas internacionales tradicionales, sino un instrumento indispensable para garantizar su seguridad nacional frente a la presión y la hostilidad externa.
Según la ministra Choe Son Hui, pensar que el derecho y la capacidad para realizar un ataque nuclear corresponde exclusivamente a Washington es un concepto anacrónico, que ignora la realidad de un mundo multipolar y las dinámicas cambiantes del poder global. La narrativa norcoreana enfatiza que su acceso a armamento nuclear no es una elección arbitraria para obtener reconocimiento, sino una necesidad forzada para defenderse de amenazas externas. Este argumento busca justificar la negativa de Pyongyang a participar en procesos de desarme o en compromisos que, para ellos, pudieran afectar su capacidad de defensa ante hostilidades extranjeras. Esta línea de pensamiento se sustenta también en un rechazo a que potencias occidentales, agrupadas en el G7, cuestionen o condicionen la soberanía norcoreana sobre su programa nuclear. El contexto internacional ha sido testigo de múltiples intentos, tanto diplomáticos como coercitivos, para frenar el desarrollo nuclear de Corea del Norte.
Desde sanciones económicas hasta diálogos bilaterales y multilaterales, los países occidentales han buscado limitar la capacidad militar de Pyongyang. Sin embargo, el rechazo explícito a estos esfuerzos por parte de la diplomacia norcoreana sugiere que Pyongyang está dispuesta a mantener e incluso expandir su arsenal nuclear como mecanismo de disuasión. La reciente declaración también pone de manifiesto la limitación del G7 al momento de influir en la política nuclear del país asiático. Después de una reunión en la ciudad japonesa de Karuizawa en abril de 2025, los ministros de Relaciones Exteriores de los países del G7 emitieron un comunicado conjunto condenando los lanzamientos de misiles balísticos norcoreanos y reiterando su llamado a la desnuclearización total de Corea del Norte. Sin embargo, esta exhortación fue recibida con indiferencia y rechazo por parte de Pyongyang, que defiende su derecho soberano y se declara ajeno a las decisiones que el G7 pueda tomar en su contra.
Corea del Norte ha llevado a cabo al menos doce lanzamientos de misiles en 2025, incluyendo el historial primer lanzamiento de prueba del misil intercontinental de combustible sólido Hwasong-18. Estos desarrollos tecnológicos reiteran la voluntad del país de consolidar su capacidad nuclear y su posicionamiento estratégico en la región, al tiempo que complican las negociaciones e incrementan la tensión regional y global. Entender el punto de vista norcoreano requiere considerar su historia y su percepción de amenaza. Desde el final de la Guerra de Corea, la península ha estado en un estado de tensión constante, con Estados Unidos manteniendo una presencia militar significativa en Corea del Sur y organizando ejercicios militares conjuntos que Pyongyang percibe como provocaciones directas. Además, el historial de sanciones y aislamiento internacional afecta la visión del régimen sobre su supervivencia y su manera de negociar con el mundo.
El gobierno norcoreano, entonces, ve sus armas nucleares como el único medio efectivo para disuadir una invasión o un ataque preventivo, una postura que, aunque genera alarma global, está profundamente arraigada en su cálculo estratégico. El rechazo a la autoridad del G7 y el énfasis en la soberanía nacional reflejan un enfoque pragmático y duro basado en la lógica del poder y la supervivencia. Por su parte, los países occidentales enfrentan una encrucijada. Mientras manifiestan preocupación por la proliferación nuclear y defienden el marco del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), se ven limitados en su capacidad para aplicar presión efectiva sin caer en escaladas que puedan derivar en conflictos mayores. La negativa del G7 a reconocer a Corea del Norte como potencia nuclear se fundamenta en el principio de no proliferación y en el temor a que la normalización del estatus nuclear norcoreano pueda desencadenar una carrera armamentista en la región Asia-Pacífico.
Además, la postura de Pyongyang ha suscitado debates dentro y fuera del ámbito diplomático sobre la eficacia de las sanciones y la estrategia general para tratar con regímenes que buscan armamento nuclear. Algunos expertos sugieren la necesidad de explorar vías alternativas que incluyan garantías de seguridad, reconocimiento político y compromisos de no agresión para acompañar cualquier negociación futura. El desafío principal reside en encontrar un balance entre la defensa legítima de la soberanía nacional y el imperativo internacional de evitar la proliferación de armas nucleares que puedan amenazar la estabilidad global. La situación de Corea del Norte representa un caso paradigmático en el que las dinámicas del poder, la seguridad y la diplomacia se entrelazan de manera compleja y difícil de resolver mediante instrumentos tradicionales. En el corto y mediano plazo, parece improbable que Corea del Norte modifique su postura respecto a su estatus nuclear.
La contundente declaración de su ministra de Relaciones Exteriores sirve como señal clara tanto para aliados como para adversarios de Pyongyang, demostrando que el país apuesta a la fuerza disuasoria para mantener su autonomía y evitar compromisos que consideren vulnerables. En este contexto, el papel de mediadores internacionales y organismos multilaterales podría cobrar mayor relevancia si logran ofrecer incentivos y garantías que se ajusten a las preocupaciones estratégicas norcoreanas. Sin embargo, la historia reciente evidencia la dificultad para alcanzar consensos duraderos, y la desconfianza mutua sigue siendo un obstáculo persistente. Finalmente, la afirmación de que "el estatus nuclear de Corea del Norte es final y no negociable" obliga a replantear la perspectiva desde la cual se aborda la seguridad regional y global. Los actores internacionales deben adaptarse a esta nueva realidad para evitar confrontaciones abiertas y fomentar un diálogo que permita minimizar riesgos y promover la estabilidad.
La situación de Corea del Norte pone en evidencia que la diplomacia y la política internacional necesitan innovar y ser más flexibles ante escenarios donde las reglas convencionales parecen insuficientes. El mundo observa con atención, consciente de que las decisiones y respuestas en torno a Corea del Norte y su capacidad nuclear tendrán un impacto significativo no solo en la península coreana, sino en el equilibrio estratégico global en los años venideros. La declaración del alto diplomático norcoreano representa, en suma, un llamado a repensar las estrategias y a buscar soluciones que reconozcan las nuevas realidades y las complejidades del poder en el siglo XXI.