Ha pasado ya más de un año desde que fui expulsado del Recurse Center, un espacio que para muchos representa un santuario dedicado al aprendizaje, la colaboración y la creatividad en programación. Mi experiencia y la de mi pareja, quienes fuimos removidos de la comunidad de manera simultánea, han dejado múltiples reflexiones sobre las dinámicas internas del centro, el poder de la comunicación comunitaria y los límites que impone una regla tan controversial como la prohibición de política dentro del espacio. En este texto busco compartir esas vivencias, analizar las posibles fallas del enfoque institucional y explorar cuáles podrían ser las vías para mejorar la convivencia en espacios de aprendizaje similares. Para contextualizar, el Recurse Center (RC) es conocido por ofrecer un ambiente único en el que programadores pueden enfocarse en su desarrollo sin distracciones externas. Sin embargo, esta promesa de concentración y aprendizaje tiene un costo: la estricta política que limita las discusiones políticas a espacios optativos, un reglamento que ha mostrado tener consecuencias inesperadas y, en algunos casos, perjudiciales para el sentido comunitario.
Mi expulsión fue consecuencia directa de un esfuerzo por fomentar un diálogo más abierto y participativo sobre cómo el centro podría evolucionar hacia un modelo más comunitario y empático. Todo inició durante la llamada Never Graduate Week, un momento en el calendario del RC dedicado a la reflexión y la interacción entre sus miembros, donde organicé un evento para que la comunidad debatiera y propusiera ideas para mejorar el espacio. Además, lancé una encuesta a través de Polis con el fin de recopilar de manera sistemática las opiniones respecto a la regla "sin política" y otros aspectos del funcionamiento del centro. La necesidad de esta encuesta surgió ante la desestimación que un miembro del equipo docente hizo de quienes manifestaban frustraciones hacia las políticas internas, catalogándolos como una "minoría vocal" sin fundamento empírico que respaldase esta afirmación. Lo que vino después fue inesperado.
Apenas unos días tras Never Graduate Week, recibí la sorpresa de ser expulsado de la comunidad mediante un correo electrónico sin advertencias previas, lo cual contravenía la misma política establecida en el Código de Conducta del RC, donde se estipula que en casos similares se deben emitir avisos antes de tomar medidas tan drásticas. La expulsión de mi pareja ocurrió en paralelo, sin explicaciones formales, y pese a las insistentes solicitudes de la comunidad para entender la razón detrás de esta decisión, el equipo docente se mantuvo en silencio o devolvió respuestas ambiguas, aumentando la incertidumbre e incomodidad. Esta experiencia no solo me confrontó con la rigidez institucional sino también con la importancia vital de la confianza y transparencia en comunidades dedicadas al aprendizaje colectivo. La falta de comunicación clara y la ausencia de un mecanismo justo para expresar inconformidades contribuyen a generar una atmósfera de exclusión y desmotivación, que contrasta con el espíritu colaborativo que debería guiar a un centro dedicado al desarrollo tecnológico y humano. En términos más amplios, el punto crítico fue la interpretación y aplicación de la regla de "no política".
El objetivo declarado de esta política es evitar que los espacios de programación se vean afectados por debates que pueden distraer y absorber la atención, desviando la energía de los participantes de su objetivo principal: la programación y desarrollo técnico. Sin embargo, esta intención legítima se ha visto eclipsada por la ausencia de una definición clara de qué constituye "política", así como por la implementación inconsistente que ha desatendido otras fuentes de distracción igualmente importantes. Por ejemplo, varias conversaciones recurrentes que no se considerarían políticas para muchos, como discusiones intensas sobre búsqueda de empleo, salarios o dinámicas laborales, provocan distracciones significativas pero carecen de un espacio designado para tratarse, mientras que temas que para algunos son profundamente políticos se silencian o relegan sin un criterio comunicativo uniforme. A esto se añade que la verdadera aplicación de la regla parece limitada, pues es común escuchar discusiones políticas en el espacio físico del centro, lo cual crea una sensación de inaplicabilidad y confusión sobre la normativa. Más aún, la idea de que ciertas herramientas o decisiones técnicas están intrínsecamente ligadas a posturas políticas pone de manifiesto que separar completamente la política del desarrollo tecnológico es, en sí misma, una tarea difícil y quizás indeseable.
Decisiones como elegir tecnologías descentralizadas responden a visiones políticas sobre el poder, la privacidad y la libertad digital, conceptos que impactan directamente en el tipo de software que programamos y en el propósito que perseguimos como desarrolladores. A nivel personal y comunitario, la expulsión ha tenido un efecto doble. Por un lado, es claro que la exclusión oficial limita la participación formal y la interacción estructurada dentro del RC, pero por otro, la comunidad -entendida como la red de personas que comparten intereses y vínculos afectivos- sigue existiendo y mostrando signos de resiliencia. Mi participación en eventos externos relacionados, como !!Con, ha sido un espacio vital donde he podido reafirmar lazos con antiguos colegas y amigos, y continuar compartiendo ideas en un entorno más abierto y menos reglamentado. Además, el hecho de que muchos miembros de la comunidad hayan expresado que la expulsión tuvo un efecto paralizante sobre la crítica y el cuestionamiento interno en RC revela una necesidad urgente de repensar cómo se gestionan las diferencias y las disidencias.
La desaparición de voces cruciales genera un ambiente menos plural y menos favorable a la innovación social, que es fundamental para cualquier institución educativa. En respuesta, intento mantener activas las posibilidades de encuentro informal durante los momentos clave del calendario del RC, como Never Graduate Week, ofreciendo espacios al aire libre para charlar, compartir y reflexionar juntos. Estas acciones, aunque limitadas, son una pequeña muestra de la resistencia que tiene la comunidad y una invitación a continuar construyendo puentes, incluso cuando las puertas oficiales se cierran. Reflexionar sobre esta experiencia implica también confrontar la tensión inherente entre la necesidad de reglar el comportamiento para mantener un entorno productivo, y el riesgo de que esas reglas se vuelvan autoritarias o excluyentes. En el contexto más amplio, estas tensiones resuenan con los cambios que está viviendo la industria tecnológica, que cada vez más se enfrenta a retos políticos, éticos y sociales que no pueden ni deben ser ignorados bajo el pretexto de la neutralidad o la apoliticidad.
La expulsión como acto institucional debe ser revisada también desde la óptica de la reparación y el diálogo. En un momento donde vemos que la cohesión social está bajo amenaza, mantener la intención de reparar los lazos rotos, de escuchar y comprender la perspectiva opuesta, es no solo deseable sino imprescindible para el futuro de espacios como el Recurse Center. Hasta ahora, los intentos por abrir canales de comunicación con el equipo docente no han resultado, pero la esperanza persiste de que en el futuro pueda darse un proceso donde ambas partes puedan expresarse desde la honestidad y la vulnerabilidad. En conclusión, esta experiencia ha dejado enseñanzas valiosas para cualquier comunidad educativa o colaborativa en el ámbito tecnológico. La configuración de reglas claras, justas y flexibles que consideren la diversidad de opiniones y emociones es vital para preservar el sentido de pertenencia y seguridad.
Al mismo tiempo, no se debe perder de vista que el diálogo abierto y respetuoso es el motor que impulsa la mejora continua. Mientras continúo involucrado de manera informal, manteniendo vivas las conexiones y participando en espacios alternativos, invito a quienes forman parte del ecosistema del Recurse Center y otros espacios similares a reflexionar sobre cómo podemos construir comunidades donde la crítica sea bienvenida y el aprendizaje sea verdaderamente colectivo. La expulsión no debe ser un fin, sino un llamado de atención para pensar nuevamente en el valor de la inclusión, la transparencia y la humanidad dentro del mundo tecnológico.