La libertad de movimiento es uno de los derechos humanos más básicos y esenciales. Sin embargo, en muchas universidades indias, esta libertad se ve gravemente restringida para los estudiantes, poniendo en entredicho no solo su autonomía personal, sino también las responsabilidades éticas y sociales que estas instituciones deberían respetar. En particular, universidades como el Instituto de Tecnología de Vellore (VIT), junto con otras similares, implementan medidas restrictivas que limitan la capacidad de los jóvenes para salir de sus campus, afectando directamente un derecho que, por definición, debería ser inviolable para los adultos. Estas restricciones, aunque a simple vista pueden parecer meras medidas de seguridad, tienen implicaciones profundas y preocupantes. Por ejemplo, en algunas universidades, los estudiantes deben solicitar permiso para salir y reingresar al campus.
Este permiso no depende únicamente de su voluntad, sino que debe ser autorizado por sus padres y a su vez comunicado a los guardias de seguridad y al personal docente. Además, los padres son notificados en tiempo real cada vez que sus hijos salen o regresan al campus mediante mensajes de texto, lo que añade un nivel de vigilancia y control que se asemeja más al monitoreo de presos que al respeto por la autonomía de un adulto. Es importante entender que muchos de estos estudiantes viven dentro del campus, en residencias universitarias, durante periodos prolongados que pueden abarcar todo un semestre o incluso más. Por ende, están sujetos a un régimen continuado que limita su libertad física y, más allá de eso, compromete su dignidad y sus derechos humanos básicos. Si bien la intención declarada detrás de estas políticas suele ser la protección de los estudiantes, la realidad es que esta protección se ejerce a costa de ejercer un control excesivo que puede resultar opresivo y éticamente cuestionable.
El argumento más común a favor de estas restricciones es la supuesta necesidad de mantener a los estudiantes alejados de conductas consideradas riesgosas, como el consumo de alcohol, drogas, la promiscuidad o la asociación con grupos problemáticos. Sin embargo, este paternalismo severo olvida que los jóvenes universitarios son adultos legalmente reconocidos y merecen la libertad y el respeto que ello implica. La vigilancia constante dentro del campus, que puede incluir desde la búsqueda insistente en las habitaciones hasta la ventana sin cortinas para poder supervisar, reduce a los estudiantes a sujetos de sospecha permanente, en lugar de ciudadanos con derechos plenos. La tensión entre autonomía y protección es comprensible cuando hablamos de menores, pero pierde su sentido en el caso de adultos universitarios. En sociedades que se rigen por los principios modernos de derechos humanos, la mayoría de edad marca precisamente un punto de inflexión en el que los individuos deben gozar de plena capacidad para tomar sus decisiones, incluso si estas decisiones implican riesgos o errores.
Privarlos de esta autonomía bajo el pretexto de su supuesta falta de sabiduría es una forma de discriminación que no se sostiene éticamente, y que recuerda prácticas anacrónicas y opresivas. En efecto, cuando la restricción de la libertad de movimiento se convierte en norma dentro del campus, las universidades dejan de ser espacios de aprendizaje y crecimiento personal para transformarse en cárceles de facto. Es cierto que las universidades tienen la responsabilidad de velar por la seguridad de sus estudiantes, pero dicha responsabilidad no debería traducirse en una violación sistemática de sus derechos más fundamentales. El equilibrio entre seguridad y libertad debe inclinarse, en última instancia, a favor de la autonomía de los jóvenes. Desde una perspectiva ética, es necesario cuestionar también las motivaciones reales detrás de estas políticas restrictivas.
La preocupación más genuina por la seguridad debería coexistir con la promoción de la confianza hacia los estudiantes y el respeto por sus decisiones. Sin embargo, existe la sospecha fundada de que muchas instituciones actúan movidas principalmente por un deseo de evitar responsabilidades legales. Ante la posibilidad de que ocurran incidentes fuera del campus, los colegios prefieren anticiparse adoptando medidas que sacrifiquen derechos básicos para cuidar su imagen y disminuir riesgos de demandas o reproches por parte de los padres. Esta dinámica también refleja la presión que ejerce el núcleo familiar. En numerosas ocasiones, los padres son quienes exigen a las universidades políticas restrictivas para controlar el comportamiento de sus hijos, pues temen por su seguridad y reputación.
El pago de las matrículas por parte de los padres convierte a las instituciones educativas en entes con una visión mercantilista que prioriza la satisfacción de sus clientes sobre el bienestar integral y la dignidad de los estudiantes. En este contexto, se manifiesta un problema inherente a la sociedad neoliberal contemporánea, que reduce a los ciudadanos a meros consumidores con poder limitado frente a grandes estructuras. La idea de que los estudiantes deban simplemente aceptar estas reglas o elegir otra universidad si no están de acuerdo ignora las numerosas barreras que enfrentan para acceder a la educación superior: costos elevados, competencia académica y escasas opciones disponibles. La realidad es que muchos estudiantes no pueden darse el lujo de rechazar estas imposiciones sin sacrificar sus aspiraciones profesionales y su futuro. Además, esta imposición unilateral de restricciones recuerda el debate sobre el desequilibrio en el poder de negociación que tienen los grandes actores frente a los individuos.
No es correcto justificar estas violaciones de derechos por el hecho de que los estudiantes firmaron ciertos documentos al momento del ingreso; la ética y la justicia deben imperar más allá de los contratos cuando éstos menoscaban libertades fundamentales. Es relevante también analizar este fenómeno desde una dimensión más amplia, relacionada con la cultura social y política de India. La gestión del derecho a la libertad no solo está en juego dentro de los campus universitarios, sino también en otras áreas que evidencian un control creciente y una falta de reconocimiento pleno de los derechos individuales. Por ejemplo, las políticas gubernamentales que obligan a los proveedores de VPN a registrar las actividades de los usuarios o las decisiones judiciales que restringen el uso de ciertos servicios de correo electrónico cifrados, reflejan una tendencia general a priorizar la seguridad y el control por encima de las libertades civiles. Estas prácticas dentro de las instituciones educativas no ocurren en aislamiento, sino que son síntomas de una cultura que no termina de aceptar ni valorar plenamente la autonomía individual como un pilar fundamental para el desarrollo social.
Desde la teoría psicológica y motivacional, se sabe que la autoestima y el sentido de pertenencia son elementos esenciales para el bienestar humano, ubicados en niveles superiores a la mera seguridad física en la jerarquía de necesidades de Maslow. En una sociedad donde la seguridad se sobrevalora al extremo, sacrificando la libertad, se limita inevitablemente el crecimiento personal y social de los individuos. Por todo lo mencionado, resulta urgente una revisión crítica de las políticas universitarias que restringen la libertad de movimiento de los estudiantes en India. Es necesario que autoridades educativas, padres, estudiantes y sociedad en general reflexionen sobre la importancia de respetar los derechos humanos, especialmente la dignidad y autonomía de los jóvenes adultos, quienes deben poder tomar sus propias decisiones y afrontar las consecuencias con responsabilidad y apoyo, no con coacción y vigilancia excesiva. La educación superior debería ser un espacio de libertad intelectual y personal, facilitando el aprendizaje, la autonomía y el desarrollo pleno.
Solo así podrá formar ciudadanos conscientes, libres y responsables, capaces de contribuir activamente a una sociedad más justa y respetuosa de los derechos humanos. En cambio, perpetuar sistemas que se asemejan a cárceles solo genera jóvenes desmotivados y desconfían, perpetuando patrones autoritarios y dañinos para el progreso democrático y social de India.