El camino del emprendimiento suele estar envuelto en relatos de éxitos, rondas de inversión y estrategias de salida. Sin embargo, pocas veces se revela la verdadera esencia de esta aventura: la resiliencia frente a la adversidad y la fuerza para avanzar cuando todo parece desmoronarse. La historia que relato aquí es un testimonio de cómo la tragedia personal, combinada con la convulsión de acontecimientos globales, puede moldear y fortalecer el espíritu emprendedor, llevando al surgimiento de innovaciones que nacen del dolor y la imperiosa necesidad de adaptarse. En 2019, junto a dos amigos con quienes compartía una visión, cofundé Telecom Luxembourg International, una empresa destinada a revolucionar el sector de la conectividad B2B. Nuestra ambición giraba en torno a ofrecer soluciones innovadoras y un servicio personalizado, con el pequeño pero estratégico Luxemburgo como epicentro financiero en Europa.
La energía de esos primeros momentos era palpable; conseguimos los primeros clientes, construimos la infraestructura necesaria y comenzamos un proceso de expansión internacional. Nos complementábamos perfectamente: yo me encargaba de ventas y estrategia, mientras mis socios gestionaban operaciones, finanzas y desarrollo técnico. Éramos más que socios, éramos un equipo unido por la amistad y un sueño compartido. Llegó 2020 y la pandemia trastocó por completo nuestro modelo de negocio. Dependíamos de conexiones globales, viajes de negocios y empresas que apenas podían gestarse en ese contexto.
De la noche a la mañana, todo se detuvo. Los proyectos quedaron en suspenso, los clientes potenciales desaparecieron y nuestro crecimiento se estancó. Pero la mayor tragedia aún estaba por llegar. En noviembre del mismo año, mi cofundador y amigo, Jérôme, contrajo COVID-19 y falleció semanas después. Su pérdida no solo fue un golpe personal devastador; significó la ruptura de un pilar fundamental en la empresa.
Jérôme no era solo experto en números y operaciones, también era nuestro soporte emocional, la persona capaz de mantener el ánimo en los momentos más oscuros. Seguir adelante se convirtió en una obligación para honrar su memoria, cuidar a nuestros empleados y perseverar en la visión construida juntos. Aferrarse a un proyecto en medio del duelo y la incertidumbre implicó enfrentar complejos procesos legales y operativos, mientras intentaba asimilar una pérdida inmensa. Apenas comenzábamos a recomponernos cuando el mundo volvió a cambiar dramáticamente. En febrero de 2022, la invasión rusa a Ucrania sacudió no solo el escenario internacional, sino también mi vida personal, pues mi esposa es ucraniana y nuestra familia junto con amigos quedaron en peligro inmediato.
No podía quedarme al margen, así que viajé a la zona de conflicto para ayudar a evacuar refugiados. La memoria de esos días es intensa: familias exhaustas, niños confundidos, el desconcierto de abandonar sus hogares. De regreso en Luxemburgo, creemos la ONG SLAVA UKRAYINI LUXEMBOURG, dedicada a brindar asistencia a los refugiados ucranianos mediante alojamiento, apoyo documental y soporte emocional. Por esta labor, recibimos el Premio Ciudadano Europeo, aunque la recompensa real fue el impacto tangible en las vidas de quienes llegaban destrozados y buscando ayuda. Todo esto sucedía mientras intentaba mantener a flote una empresa de telecomunicaciones ya al borde del colapso debido a las crisis acumuladas y la pérdida de liderazgo.
El golpe final llegó con la grave enfermedad y posterior fallecimiento de Jean-Paul, mi otro socio y amigo. Su partida dejó un vacío irreparable y un momento en que debí reconocer mis propios límites. Decidí entonces vender la compañía, consciente de que ya no podía sostener tanto dolor y responsabilidad sin sacrificar mi salud mental y emocional. Ante la necesidad de volver a empezar, adquirí una empresa de consultoría especializada en colocar profesionales en instituciones financieras. La operación parecía sencilla: reclutar, coordinar, gestionar relaciones.
Sin embargo, detrás de esta rutina se escondía un gran desafío. Procesar la avalancha constante de currículos manualmente me agotaba, con formatos diversos, múltiples entrevistas y seguimiento a referencias. La frustración era palpable, y fue entonces cuando un amigo me hizo una pregunta simple pero reveladora: "¿Por qué no automatizas este proceso?" Esa inquietud sembró la semilla de una transformación inesperada. Comencé a diseñar flujos de trabajo automáticos con herramientas accesibles, dando vida a "Sandra", un asistente digital capaz de filtrar hojas de vida, identificar habilidades clave y comunicarse con los candidatos de forma propia. La ayuda tecnológica no solo optimizó el trabajo interno sino que mejoró la experiencia del candidato, asegurando respuestas rápidas y consistentes.
Poco a poco, la automatización dejó de ser sólo una solución operativa para convertirse en un motor de innovación. Frente al reto de mantener una presencia activa en redes sociales sin consumir horas de creación de contenido, desarrollamos Linkeme, una plataforma que genera, ilustra y programa publicaciones automáticamente. Lo llamativo fue que mis clientes mostraban más interés en las herramientas automáticas que en el propio servicio de consultoría. Fue entonces cuando comprendí que estábamos tocando un problema universal y no sólo uno puntual de nuestra empresa. Con la incorporación de Philippe, un amigo que dejó un alto cargo en AWS para unirse a esta aventura, lanzamos Easylab AI y transformamos Sandra en SandraHR, un producto especializado en la gestión eficiente de recursos humanos mediante inteligencia artificial.
Linkeme se comercializó como producto estandarte, ayudando a negocios a aliviar la carga creativa y mejorar el compromiso con sus audiencias al entender auténticamente su voz de marca. Hoy trabajamos explorando arquitecturas avanzadas basadas en agentes inteligentes, ampliando las capacidades que permite un equipo pequeño gracias al soporte de la inteligencia artificial. No solo utilizamos tecnología: la creamos, la evolucionamos y la compartimos con otros emprendedores enfrentados a desafíos similares. Mirando hacia atrás, cada etapa de adversidad y cada pérdida han dejado lecciones profundas. La muerte de mis socios me enseñó el valor del tiempo y la importancia de ponerlo en perspectiva.
El conflicto en Ucrania reveló qué verdaderamente importa y qué significa actuar con urgencia y compasión. La tediosa tarea de reclutamiento manual encendió la chispa para innovar y reinventar procesos antiguos. La verdadera resiliencia en el mundo empresarial no se trata de evitar las caídas, sino de encontrar el camino para seguir adelante cuando todo parece perdido. Es honrar lo que hemos perdido mientras construimos algo nuevo y significativo. Convertir el dolor en propósito y los obstáculos en oportunidad es quizás la mayor habilidad que un emprendedor puede desarrollar.
Para quienes atraviesan tormentas propias, en negocios o en la vida personal, mi experiencia ofrece un mensaje claro: la historia no termina con el fracaso ni con la tragedia. Algunas de las ideas más poderosas nacen en las circunstancias más adversas. Las habilidades para el próximo proyecto pueden surgir de lecciones inesperadas, a veces desconectadas del camino inicial proyectado. La invitación es a continuar construyendo, adaptándose y, sobre todo, no rendirse. Emprender significa más que crear productos o empresas: es diseñar una vida donde propósito y resistencia convivan, transformando cada desafío en una parte fundamental del relato que solo tú puedes contar.
Mi travesía sigue con Easylab AI, Linkeme y los proyectos venideros. Y la tuya, ¿cómo continúa?.