Las interacciones entre el ser humano y la vida salvaje han estado marcadas a lo largo de la historia por episodios de conflicto, siendo los tiburones una de las especies que capturan la atención por la naturaleza de sus ataques. Sin embargo, la motivación detrás de estas mordeduras no siempre es tan simple como se piensa. Un estudio reciente llevado a cabo en la Polinesia Francesa ofrece una mirada innovadora sobre el fenómeno, analizando las mordeduras de tiburón desde la perspectiva de la ley del talión, representada en el principio “diente por diente”, y revelando cómo la defensa propia del tiburón puede ser un poderoso motor de estos incidentes. Este enfoque aporta matices fundamentales para desmitificar los ataques y mejorar la convivencia entre humanos y estos depredadores marinos. En disciplinas como la etología y la conservación, comprender las causas detrás de las agresiones es crucial para diseñar estrategias de manejo sostenibles y evitar impactos negativos innecesarios sobre especies amenazadas.
A diferencia de la visión popular que suele considerar a todos los ataques como manifestaciones predatorias o actos injustificados de agresividad, la realidad es que muchos episodios responden a un mecanismo de autodefensa ejercido por el tiburón cuando el humano actúa como agresor, ya sea intencional o involuntariamente. La investigación multi-decadal desarrollada en aguas de la Polinesia Francesa destaca que ciertas actividades humanas como la pesca submarina con arpón y la manipulación de trampas pasivas para peces presentan un alto índice de mordeduras en respuesta a ataques anteriores realizados por el humano hacia los tiburones. Este patrón de agresión defensiva se caracteriza por respuestas inmediatas, no proporcionadas en términos de daño, con lesiones superficiales y raramente fatales, salvo por circunstancias excepcionales, como daños accidentales a áreas vitales o la falta de atención médica correcta. A diferencia de otras motivaciones, como la predación o el miedo anticipatorio, las mordeduras de defensa propia no suelen estar precedidas por conductas agonísticas específicas como señales visuales o movimientos intimidatorios. Esto implica que el tiburón responde de forma reactiva a amenazas directas más que anticipatorias.
Entre las especies involucradas principalmente se encuentran tiburones de tamaño medio que habitan zonas costeras, como el tiburón gris de arrecife, el tiburón limón y el tiburón de punta negra, cuyas características dentales y tamaño condicionan la severidad de las mordeduras. Los casos documentados muestran que el contexto de agresión del humano al tiburón puede variar desde intentos de pesca, manipulación para fotografía o exhibiciones turísticas, hasta acciones de rescate malintencionadas, en las que la intención humana es ayudar pero es interpretada como amenaza por el animal. Estos últimos casos evidencian la importancia de educar a la población sobre el comportamiento de los tiburones y las consecuencias de interferir con animales en estado de estrés o vulnerabilidad, ya que la respuesta natural será la defensa indiscriminada. Un dato que destaca la investigación es que aproximadamente el cinco por ciento de las mordeduras registradas en un periodo de quince años responden a esta motivación de defensa propia. Esta proporción se mantiene similar en otros registros mundiales cuando se relacionan mordeduras provocadas con actividades humanas como la pesca o la manipulación directa, confirmando que la autodefensa es un factor universal y frecuente en los conflictos tiburón-humano.
La diferencia con las mordeduras de naturaleza predatoria es significativa. Mientras que la predación implica intentos de caza y consumo, con daños graves y porciones considerables de tejido extraído, las mordeduras defensivas son repentinas, superficiales y con escaso o nulo consumo de tejido. Esta diferenciación es fundamental para un manejo ético y basado en evidencia, que evite reacciones punitivas contra los tiburones cuando en realidad son víctimas de la acción humana. En términos de gestión y prevención, el mensaje principal es claro: evitar agresiones hacia los tiburones, bien sea mediante pesca extractiva, manipulación directa o actos de rescate sin formación, es la clave para reducir el riesgo de mordeduras. La educación pública juega un papel capital para transformar percepciones y modificar comportamientos que llevan a desencadenar estas respuestas defensivas.
Por otro lado, la narrativa mediática que rodea estos incidentes suele ser simplista y por ende perjudicial para la conservación. Titulares que hablan de ataques sin contextualizar la motivación humana como agente desencadenante promueven el miedo y justifican acciones dañinas para la especie. Un enfoque más objetivo y equilibrado puede mejorar la relación entre la sociedad y los tiburones, facilitando apoyo a programas de conservación y coexistencia. En el plano global, aunque la metodología de clasificación y los registros sobre mordeduras difieren, el fenómeno de defensa propia parece un patrón repetido en diferentes regiones y especies, no exclusivamente en ambientes coralinos o atolones como la Polinesia Francesa. Actividades como la pesca recreativa o comercial, la interacción marina no regulada y el desconocimiento alimentan la incidencia de estos conflictos.